Por Bernardo Tobar Carrión
Luego de Chone tuvimos que parar con frecuencia para preguntar y confirmar direcciones. Gente amable mirando pasar el día a la vera del camino, vendedores de coco, frutas, pan de yuca, lazarillos del transporte público, transeúntes, gestores de donativos, todos ofrecían solícitos las indicaciones hacia el destino, a falta de señalización vial. Así, preguntando, llegamos a Puerto Cayo, en tambo de almuerzo, sin apenas una covacha en la zona de playa donde recargar baterías con un ceviche, ese plato ecuatoriano bendecido, que salvo algún desastre culinario siempre se deja. Nos atrevimos también con un pescado, pero a esa gente voluntariosa, decidida a sobrevivir, nadie le ha enseñado el valor de tratarlo con cariño y cobrar en consecuencia. Poca viruta a cambio de viruta.
Avanzamos por la Ruta del Spondylus, que podría llamarse ruta del cabo, por los inmensos cabos marineros que la atraviesan, obligando a los conductores a detenerse por completo en cada recinto, villorrio, poblado o cruce de ganado. Las vías de concreto no cambian la fluidez del tráfico, culturalmente atascado.
En nuestro destino, cerca de Olón, el suministro de mariscos corría a cargo, como hace 10 años, de un intermediario con moto, que consigue el producto al desembarco de los pescadores artesanales, pesca de subsistencia, pues no hay mercados distintos a los que ya existían hace 10 años. La excepción en la zona es Montañita, que precedió cualquier revolución y revolucionó el concepto. Playa concepto. Al concepto siguió un desarrollo al que no faltan hospedajes de todo tipo, ambientes acogedores, cierto sentido de la estética, escuelas de surf, cafés, bares, restaurantes, comercios, tumbonas en la playa con servicio de bebidas incluido, concursos de camisetas mojadas, música en vivo y muertos de risa. Un pequeño pueblo que no duerme, como la Nueva York de Sinatra, y con similar vibra inmigratoria. Culturalmente está tan distante del Ecuador que algún almacén prohibía en su interior el consumo de drogas. Todo lo que no está prohibido, que es casi nada, está permitido: fin de la primera y única Enmienda a su ley fundamental.
Esta zona costera, al igual que cualquier otra del litoral ecuatoriano, tiene todo para ser destino preferido del Pacífico latinoamericano. Pero no lo es, salvo para mochileros en busca del oasis. Carreteras nuevas o mejoradas nos siguen llevando a ninguna parte. Seguramente por eso no hay señalización, pues tampoco hay destino. Poblados ubicados en el paso obligado de una de las rutas turísticas de mayor belleza natural no han cambiado su economía de moto por una de camión frigorífico, ni sus covachas de patacón y cerveza por cocinas que honren la variedad sopera y la calidad de los productos. Hasta a la artesanía del sombrero de Jipijapa la tuvieron que llevar a Panamá para que se hiciera famosa, como pasó al tango argentino en París.
Todavía no se entiende que el desarrollo de un País no depende de su belleza o recurso natural, sino de la iniciativa y creatividad de su gente. De poco servirán nuevas vías sin puentes mentales.
te sugiero que la proxima vez vayas 30 km más al sur y descubras un paraiso sobre los acantilados y playas virgenes y rosaditas con una hosteria que se llama playa rosada y que te atienden maravillosamente…
buena esa aventurero
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buena esa aventurero
Exelente razonamiento el expuesto en este editorial. Añado, ! a este mismo problema se deben los gobernantes de turno!!!!!