Diana, no Dianita

Por Bernardo Tobar Carrión

Diana exporta chocolates -no fabrica chocolatitos- y es una mujer a quien no gustan los diminutivos porque, según afirma, está para pensar en grande. Tal, en resumen, es el guión de una campaña publicitaria de apoyo a la competitividad y a la exportación promovida por el Ministerio de Industrias y Productividad, que me ha sorprendido positivamente. En más de una ocasión he sostenido que la cultura del diminutivo, muy común en Latinoamérica, acorta las metas personales, y como el éxito de la gente suele estar a la medida de sus objetivos -a veces por debajo, pero rara vez por encima-, el resultado es un desempeño mediocre, por obra y desgracia de un paradigma alimentado por el abuso de un giro lingüístico que, para colmo, es de muy mal gusto. Diana parece determinada a transformar su tiendita de confites en una operación de envergadura con proyección internacional y entiende, con acierto, que en el proceso lo primero que debe hacer es reflejar en las palabras la contundencia de sus aspiraciones.

El problema de Diana es que si crece, destino natural de cualquier emprendimiento meritorio, contradecirá los postulados básicos del socialismo del siglo XXI, que ha repetido hasta el cansancio que su plan es construir una sociedad de pequeños productores -productorcitos, diríamos-, donde grande solo sea el Estado y sus empresas, como en la monarquía medioeval, donde solo la corona y aquellos a quienes concedía privilegios comerciales estaban para grandes cosas.

El personaje de esta historia enfrenta entonces un dilema: seguir siendo Dianita, medio inofensiva con su tiendita de confites, o se plantea y persigue un escenario que la convierta en Diana, empresaria exitosa -pelucona, en jerga revolucionaria-, generadora de mucho empleo, gran exportadora, mal vista en consecuencia por un sector del gobierno que hace todo lo posible por cerrar las puertas de los mercados internacionales y restarle competitividad al proceso productivo, con presiones fiscales en incesante aumento para alimentar una hacienda pública insaciable.

Diana podrá hacer los mejores chocolates, como parece querer el Ministerio de la Productividad, ¿con créditos encarecidos por el riesgo país y el peso del impuesto conceptualmente absurdo y matemáticamente draconiano a la salida de capitales? ¿Para venderlos dónde, en Irán, en Venezuela -cuyos consumidores ya fugaron a Miami-, en Bolivia, como sueñan en Cancillería? ¿No será que se le adelantan los colombianos, peruanos o chilenos, gracias a los acuerdos comerciales con los países y bloques donde habitan los consumidores de chocolate? Difícil venderle al Asia, que puede obtener confites, a precio de trabajo infantil y despreocupación ambiental, de países más próximos donde el concepto de responsabilidad social es todavía un chiste.

Así que Diana la tiene difícil, pero en todo caso celebro su ejemplo refrescante, su determinación positiva, su cultura de emprendimiento, su mensaje de multiplicación de talentos, pues personas como ella son las que empujan al Ecuador hacia el éxito.

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2 Comments

  1. Yo veo un trasfondo en esta campaña. 
    Pocas son las personas que tratan a las cosas con diminutivo, el cual sí es generalizado en el trato humano y social.  Pero eso es parte de la cultura ecuatoriana y latinoamericana.  Es símbolo de cariño y/o aprecio.  Yo creería, más bien, que así como están cambiando el himno a Quito y los toros, queriendo borrar el componente español de nuestra sociedad; así como el mashi quiere imponer una moda «indigenista» con sus «camisitas» pintorescas, que de autóctonas no tienen nada; así como cambió a la Ruta del Sol a «espóndilus», que suena más aborigen; así como ha cambiado de nombre a todos los ministerios para «revolucionar» a todo; así como ha impuesto el tuteo hasta en los más altos niveles; así como se ha perdido el «Sr.» o «Sra.»  y ahora es «compañerito» y «compañerita»,  yo creería, digo, que se trata de desculturizarnos y hacernos perder la poca identidad que tenemos. 
    Es parte de la «socialización» en el sentido de socialismo. 

    De esta manera, la percepción es que todos somos iguales entre todos.  Claro que los giles  (que Chuky7, en este foro, dice que son el 80%) no se dan cuenta que ese «todos» no incluye a los pelucones del gobierno, que sobresalen de los demás con sus grandes vehículos y guardaespaldas y escoltas y mansiones tan anheladas por años, mientras la «derecha» gobernaba.  Ahora que el socialismo ha triunfado, saborean las miles del poder sin haber hecho ningún esfuerzo, más que estar amamantados por el Estado Ecuatoriano; entiéndase, por todos los que SÍ trabajamos.

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