¿Compasivo gesto navideño o algo más?

Por Álvaro Valencia Tovar
Bogotá, Colombia

Despedimos este agitado año de 2011 con dosis equilibradas de angustia y optimismo. Las primeras se originan en el invierno devastador que tuvo hacia la sabana bogotense la amable sonrisa del sol, en una pausa -ojalá larga- de las lluvias torrenciales que continuaron desatando tragedias en amplias regiones de nuestro arriscado territorio, con la consabida secuela de derrumbes urbanos y aludes rurales, que se llevan por delante carreteras, viviendas, tierras cultivables. Para no hablar de las inundaciones, que cubren sembrados y plantíos, además de ganados y animales domésticos.

En medio de tan agudos contrastes, se produce una inesperada buena nueva: las Farc anuncian la liberación de seis de los militares y policías que por más de un decenio han vivido, mejor, padecido, la inenarrable tragedia del cautiverio en degradantes condiciones, con cadenas al cuello e infrahumano tratamiento. El anuncio reviste caracteres diferentes de otros de la misma laya de pasadas liberaciones. Esta vez no se recurrió al consabido conducto de la dama del turbante. Salió del seno mismo de la desflecada entraña de un secretariado diezmado e impotente, que muy poco conserva de la infatuada arrogancia de mejores días.

Como en todas las acciones de las «fuerzas revolucionarias de Colombia», la actitud presenta una doble faz. En una se deja flotar la esperanza de que se trate de una apertura hacia la paz negociada, con carácter de globo de sondeo para medir la posibilidad de una comarca liberada al estilo del Caguán, que les permita recobrar el aliento en medio del inminente naufragio. En la otra cara, el comienzo sería el mismo, pero con una derivación debida a la jefatura del «mariscal» ‘Timochenko’, que apuntaría a una genuina voluntad de paz.

A la inocultable derrota militar habría que añadir otras consideraciones que pueden haber persuadido al cabecilla supremo de una decisión política de caracteres históricos. Frente a la crisis económica mundial, Colombia emerge como una promisoria excepción. Suben las exportaciones, mejora la inversión tanto propia como externa, asciende el PIB, el desempleo desciende a un dígito. Por otra parte, el Presidente goza de altísimo porcentaje de prestigio y aceptación, las relaciones internacionales no podrían estar en mejor pie, el Ministro de Hacienda es nominado por una importante agencia británica como el mejor de Suramérica, la corrupción rampante está siendo combatida por insobornables organismos de control y por el propio Gobierno con el presidente Santos a la cabeza, sin necesidad de revoluciones violentas ni trasnochadas dictaduras del proletariado.

En esas condiciones, persistir en una lucha suicida cuando se tienen al alcance las posibilidades de devolver a la patria común la paz perturbada, sin capacidad alguna de lograr el poder, no solamente es obcecación sino estupidez, y todo tiene Rodrigo Echeverry Londoño menos de estúpido. Su reciente nombramiento y el deplorable estado en que halla las que fueron fuerzas revolucionarias para descender al abismo de corrupción que el asesinato de los cuatro militares remata tristemente señalan una ruta de grandeza que Rodrigo no puede despreciar. Su propia vida está de por medio. De los siete miembros del Secretariado quedan dos. Los cinco restantes cayeron en la contienda absurda, en la que el desequilibrio de fuerzas constituye un hecho irreversible.

En una Clepsidra anterior le ofrecí cualquier intermediación que pueda resultar favorable para la desmovilización y el desarme de sus escuálidas fuerzas. Carlos Pizarro Leongómez la aceptó en su momento; merced a ello se llegó a la reinserción que puso punto final a la juvenil rebelión. El ofrecimiento sigue en pie sin desconocer que el Gobierno ha abierto los canales de comunicación directa que usted puede utilizar. Es de interés suyo y de sus hombres aprovecharlos. Tiene usted en sus manos un factor decisivo para la paz de Colombia.

* Álvaro Valencia Tovar es un ex comandante del Ejército Nacional de Colombia. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario El Tiempo, de Bogotá.

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