Cinco centavitos

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

La queja es un rasgo definitorio de la idiosincrasia nacional. El saludo ya marca el diálogo con respuestas  tipo «aquí, sobreviviendo, haciendo lo que se puede», y nos confirma el apasionante propósito de vivir que anima a quien le preguntamos por lo que hace y nos devuelve «nada». Despachado el besamanos, el clima es con  frecuencia la primera víctima de esta manía por apuntar la imperfección del contexto, qué forma de llover, qué  calores, qué frío, qué cambios de temperatura, que así condenamos unas condiciones atmosféricas que los  extranjeros suelen envidiar, por su rango primaveral. Puesto en duda San Pedro y su desatino para darnos sol  cuando queremos sombra y viceversa, ya podemos pasar a la siguiente prioridad en la fuente de los pesares, el  tráfico; y luego vendrán los tributos -ya Einstein dictaminó la sinrazón del impuesto a la renta-, la  política, hasta llegar, cómo no, a la prensa corrupta, que el glosario oficial ha convertido en chivo  expiatorio de los infortunios planetarios.

Y qué decir del cancionero, ódiame por piedad yo te lo pido, comprendo que no vienes porque no quiere Dios,  entre las sombras vegeto, país chiquitito, cinco centavitos de felicidad, grato es llorar cuando afligida el  alma, son muestras representativas de las ambiciones populares. Se pide poco, pero se pide, solo se pide, hay  protesta más que propuesta.

Los problemas no se enfrentan, para que los resuelva está el gobierno de turno y, para la queja, los parques y  plazas, porque la llamada protesta social es expresión de esta patología colectiva. No digo que no haya  ocasiones excepcionales en que la sociedad deba rebelarse, sobre todo para que los individuos recuperen el  espacio ocupado por las masas; pero es un contrasentido hacerlo para ahondar la dependencia del Estado. El  escenario público, fiel espejo de las taras colectivas, refleja también esta deformación cultural, al punto  que las proclamas políticas de cualquier signo se expresan en términos de lucha, de reivindicación -la  posición de la víctima frente al usurpador imaginario-, de confrontación frente al enemigo. Mucho lenguaje  revanchista, acusador, autocomplaciente, el estéril código de quien opta por descargar las culpas sobre  hombros ajenos, desde los colonizadores, los burgueses, las élites, el «cruel destino» al que canta  «Lamparilla».

Cada cuatro años o menos pagamos en las urnas la entrada al circo electoral en el que campañas, de izquierda o  derecha, populistas o conceptuales, alimentan y se nutren a la vez de esta lógica viciosa de una sociedad que no llega a la edad adulta y busca un tutor que le resuelva los problemas. Es una sociedad que no se convence  de que hay un triunfador que duerme en cada individuo, que habría que despertar para que vuele tan alto como  se atreva. Para eso habría que desmontar esa moneda electoral de cinco centavitos que lleva en una cara el  «interés general», con que se limita el horizonte de individuos y familias, y en la otra, la ilusión tramposa  del igualitarismo, que roba lo mejor de cada quien: su capacidad de ser más. Y decirle a la gente que no  busque más candidatos, que se encuentre a sí misma.

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1 Comment

  1. Bernardo…

    Muy de acuerdo con su análisis. A los ecuatorianos nos falta madurar, dejar de quejarnos y buscar la culpa en otros o un gurú para que nos solucione los problemas.  Añadiría que nos falta análisis y reflexión, mas estas dos cualidades se las adquiere con los estudios apropiados y eso lo han dejado a un lado muchos gobiernos por conveniencia o desinterés.

    Su artículo me servirá para mis investigaciones sobre la psiquis y personalidad del ecuatoriano. Gracias mil.

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