Final

Por Xavier Vizcaíno
Quito, Ecuador

“¿Cómo me metí en esta pendejada” piensa, ajeno al discurso de su interlocutor. El otro pone el rostro compungido de quien siente un profundo dolor postizo. Le ha puesto la mano en el hombro y le habla a poca distancia, con la mirada fija en la alfombra. Mueve la cabeza de lado a lado, como diciendo esto no es justo lucharemos hasta el final no te dejaremos solo solucionaremos esta injusticia histórica pero por ahora debo terminar el contrato porque si no concluyo el asfaltado se vienen en mi contra con toda su venganza así que mejor me quedo chiquito y callado por un tiempo porque tengo que mantener a mi hija mi mujer mi amante y mi hermana y piensa en lo que me compré en la frontera eso traga en gasolina más plata que toda el resto de la comparsa junta.

El otro no escucha. Mira en silencio el lloriqueo artificioso de este personaje que apareció en la campaña y que ahora dice, con eufemismos, “jamás te volveré a ver”.

Es muy tarde y aún quedan en la casa dos hombres de confianza. “Ya váyanse”, les dice. “Vayan a dormir”. Ellos saben que discutir no serviría. Se despiden desde lejos. Se van.

El eco del suave portazo confirma que ya no queda nadie. Tiene la misma sensación de fragilidad infinita que sintió un par de años antes, cuando comprendió la inminencia de su propia muerte. Todo terminaría así. Está solo.

“Para qué me habré metido en toda esa pendejada” dice, esta vez en voz alta,  sentado sobre la cama. Se quita los zapatos, uno a la vez. Una rápida secuencia de sensaciones añejas se hacen presentes. Recordó el momento en que pensó sí, de verdad, es posible ser un personaje de la historia. Su nombre inevitablemente aparecería en los libros. Sus descendientes, en el número que fueran, presumirían de él con el orgullo de quien exhibe su colección de taxidermia histórico-genealógica. Tuvo la sensación de caer por una pendiente infinita. Le invadió un vértigo permanente que llegó a su máximo el día en que lo votaron presidente.

Durante los primeros días se sintió como en primaria. Se preocupaba sinceramente por memorizar al menos parte del protocolo, aquello de lo que tanto renegaba en sus discursos de tarima. Escogió su vestuario y realizó el cambio de lenguaje necesario para su nuevo papel. Eligió la sonrisa que se pondría. Creó el personaje de El Presidente.

Con el pasar de cada día, el personaje se pulía y se refinaba. Su brazo encontró el ángulo exacto para saludar al público. Aprendió a cortar entrevistas con una sonrisa. Aprendió a simular un brindis y no beber el vino. De tanto llevarlo puesto, el disfraz devoró al disfrazado sin que se éste se diera cuanta. Era el Jefe de Gobierno. No, de Estado. De todo el país. Mejor que me digan líder. No, mejor compañero.  Mejor me dicen por mi nombre. Mejor “señor” y luego mi nombre. O compañero, y mi nombre.

Recuerda toda la pompa y todo el absurdo del poder como si fueran travesuras que hizo de niño. Se desnuda y dedica una prolongada mirada a su redonda barriga. “Total, que se hinche”. Se pone el pijama y se mete en la cama. Ya no siente el vértigo ni la urgencia permanente por estar otra parte. Apaga la luz.

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2 Comments

  1. «El otro no escucha. Mira en silencio el lloriqueo artificioso de este personaje que apareció en la campaña y que ahora dice, con eufemismos, “jamás te volveré a ver” muchachito.

  2. Xavier… ¿Sabe porqué se meten en «pendejadas»?. Porque muchos individuos, en muchos países y en diferentes épocas, una vez en el poder, se olvidan las razones de su cargo y se embriagan con las lisonjas de la corte de corifeos que lo adulan por interés.

    Ahí tenemos a Nerón, Huáscar, Hitler, Mussolini, Pot Pot, Idi Amin, Fujimori, Gadafi, Lugo… Sólo hay que leer la historia… Se endiosaron y humillaron a parte de su pueblo, olvidándose que su obligación era servir y procurar la paz y el progreso de todos, no solo del grupo ganador… por eso se meten en «pendejadas»…Y caen estrepitosamente…

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