Julian Assange: la defensa del balcón

Editorial del diario The Guardian
Londres, Reino Unido

Entre los cerca de cien manifestantes, 50 policías, un ruidoso helicóptero, y la lluvia que caía sobre los periodistas que se reunieron en Knightsbridge el domingo por la tarde, dos mujeres habían desaparecido. Se trata de la señorita A y la señorita W, a quienes nadie menciona cuando se habla del alboroto sobre Julian Assange. Y aunque ellas están en el centro de la historia, eludirlas puede ser conveniente para los partidarios de Assange.

Después de todo, son sus acusaciones de haber sido agredidas sexualmente por el señor Assange las causas por las que el fundador de Wikileaks enfrenta una extradición a Suecia. Es por evitar ser interrogado por los fiscales suecos por lo que Assange ha batallado durante casi 18 meses con la mejor representación legal que el dinero puede comprar, y por lo que finalmente hizo saltar su fianza hace dos meses. Es por evitar ser confrontado con acusaciones de violación y asalto sexual por lo que Assange está refugiado en la embajada ecuatoriana – y se vio obligado a pronunciar su discurso desde el balcón del primer piso de un diplomático, por temor a ser agarrado por la policía.

Sin embargo escuchamos las arengas de sus partidarios refiriéndose a temas que van desde a los neoconservadores de Europa Occidental, hasta el cambio político que barre América Latina. Y cuando le llega el turno de hablar a Assange, lo escuchamos protestar por la condena a prisión de Pussy Riot, mencionar al New York Times y a los «valores revolucionarios» sobre los que Estados Unidos fue fundado. Este es su método tradicional de argumentar: combinar una serie de causas – grandes y pequeñas, internacionales e individuales – en una sola, de tal manera que el señor Assange es WikiLeaks, es la libertad de expresión, algo que los estados poderosos deben tener en cuenta, y así sucesivamente, siempre hacia arriba.

Sin embargo, Assange no se enfrenta a un juicio por el periodismo de Wikileaks, lo que está esquivando son acusaciones de violación. Confundir los dos temas no le hace ningún favor a la organización que creó, que hizo un trabajo excelente.

Es comúnmente aceptado que tales argumentos pagan un enorme peaje, relacionado con las revelaciones de detalles íntimos. En el caso de las señoritas A y W, es peor. El equipo legal de Assange se ha referido al caso como una «Trampa de Miel», y la vida de esas mujeres ha sido arrastrada por la web por los seguidores de WikiLeaks. Imagínese soportar casi dos años de eso y luego ver al hombre que usted cree que la asaltó, frente a una multitud que lo adora, dando un discurso sobre la opresión. Su único punto que merecía amplificar era lo de Bradley Manning. Acusado de entregar material clasificado a WikiLeaks, ha estado encerrado sin juicio, y sometido a un tratamiento que el propio portavoz de Hillary Clinton, PJ Crowley, llamó «contraproducente y estúpido» (antes de verse obligado a dimitir).

Pero hay muchas otras cosas que no se sostienen en la presentación de Assange sobre su caso. Este campeón de la transparencia radical no ha ayudado a los fiscales suecos con sus investigaciones. Y luego está su comentario acerca de la gente encarcelada por ejercer la libertad de expresión. Dijo: «Hay unidad en la opresión. Debe haber absoluta unidad y determinación en la respuesta», y sin embargo se refugia en un país que, según Reporteros sin Fronteras, cerró seis estaciones de radio y dos canales de televisión en una sola quincena en junio.

Y finalmente está la sugerencia repetida de los partidarios de Assange que si va a Suecia se enfrentará a la extradición a los EE.UU. para ser procesado por traición. Sin embargo, no hay ninguna evidencia seria de que Washington planee iniciar dicho procedimiento. Y si alguna vez lo hace, la oposición política y pública en Suecia, así como Gran Bretaña y en todo el mundo serían masivas. Pero ese es precisamente el punto: el precioso servicio realizado por el Sr. Assange en WikiLeaks es una cuestión diferente de las graves acusaciones que enfrenta él en Suecia. Confundir los dos pueden proporcionarle un torrente retórico, como ocurrió en Knightsbridge el domingo, pero en el largo plazo daña la reputación de WikiLeaks y no le hace ningún bien práctico al caso de Assange.

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