Por Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador
Armado el teatro, los actores ponen todos sus esfuerzos para convencer a la platea. La platea que, generosa, se conmueve, se come los cuentos como si fuera canguil y no encuentra otra forma de retribuir tal esfuerzo, sino con algo insignificante: el voto. Así las cosas, de pronto aparecen en la escena actores y actrices improvisados, de esos recién llegados que no pasaron los cursos respectivos de histrionismo, gesticulación y ademanes, que, no obstante, se atreven a montar su propia comedia. Y lo hacen mal, pésimo.
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