Adios

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Adiós retrotrae al acto de despedida con el que históricamente los cristianos encomendaban a sus conocidos, amigos y familiares. ¡Que Dios te bendiga (cuide, acompañe, proteja)! Es un acto ritual, pero la palabra es un eco en que se mezclan espiritualidad, protección, afecto y comunidad. No puedo dejar de pensar en el vocablo y en la despedida de Joseph Ratzinger -más conocido como el Papa Benedicto VXI- al mando de la Iglesia Católica Romana, este día.

Benedicto XVI vivió bajo la sombra del carismático Juan Pablo II y su papado fue visto como desangelado, sin el imán del pontífice polaco que se convirtió en la imagen global más potente de la Iglesia de occidente gracias a sus dotes diplomáticas y su incansable presencia viajera. Para peor, el alemán tuvo que enfrentar el tremendo cisma interno que representan las denuncias y demostración de los abusos –sobre todo contra niños y jóvenes- perpetrados por miembros de la Iglesia en los últimos cien años, la constatación de prácticas perversas al interior de la curia, en donde al encubrimiento de los abusos y de la homosexualidad de varios de sus representantes, se sumó el descubrimiento de entretejidas maquinarias de poder detrás del pontífice, que vuelven muy complicado iniciar un proceso de reforma que implique, entre otras cosas, repensar fundamentos institucionales como el celibato y el matrimonio de sacerdotes.

El curriculum vitae de Benedicto XVI impresiona. Habla diez idiomas (incluyendo griego antiguo y hebreo), recibió ocho doctorados honoris causa, ha sido el intelectual más influyente de la Iglesia Romana en los últimos 25 años al dirigir  la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Colegio Cardenalicio. En ese sentido, la Iglesia no podía haber tenido, literalmente, una mejor cabeza. El problema es la magnitud de la corrosión del resto del cuerpo. El ejercicio del poder llevó al Papa a abrir los ojos y darse cuenta del tremendo problema que implica una estructura que se basa en una ética y unos principios que, con los casos de abusos y las prácticas de poder que el Papa llegó a constatar, se contradicen profundamente.

Por eso, Benedicto XVI fue claro en alertar sobre la hipocresía que corroe a su Iglesia. Al darse cuenta de la magnitud del problema, su inteligencia evaluó las posibilidades que un anciano de 85 años tiene para enfrentar con energía y sin concesiones las reformas a una institución de dos mil años de antigüedad, lentísima en sus procesos de modernización. El resultado es su despedida y el inicio de la búsqueda de un nuevo Papa que, tras la renuncia del alemán, tiene que cumplir con varios requisitos (juventud, determinación, no contaminación respecto de los casos de abusos) y el mandato claro de revisar las estructuras de poder de la lglesia Católica y varios de sus anacrónicos principios institucionales. Con su adiós, Benedicto XVI encomienda a su sucesor y a la Iglesia a su Dios en el tremendo desafío que deberán enfrentar.

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