Maduro, «triunfo» pírrico

Alberto Molina
Quito, Ecuador

Pirro (318-272 a.C.), rey de Epiro, que derrotó a los romanos en  Asculum, y sin embargo perdió gran cantidad de sus soldados y se vio obligado a retirarse. Respondiendo a las felicitaciones por la victoria, Pirro afirmó: “¡Otra victoria como ésta y estaré vencido!”. Desde entonces, se aplica al triunfo que ocasiona un grave daño al vencedor que casi equivale a una derrota.

La trágica historia de Venezuela comienza a fines del siglo XX (1999) cuando el Teniente Coronel Hugo Chávez asume la presidencia; irrumpe no sólo en la política de su país, sino que su figura trasciende las fronteras. Dotado de especial carisma, histriónico, desafiante con los que considera sus enemigos (especialmente “el imperialismo yanqui”), locuaz, argumentador y sobre todo manipulador. Con el apoyo incondicional de los militares y con el inmenso torrente de petrodólares (producto del inédito precio del barril de petróleo), logró el control total de Venezuela.

A los militares les hace partícipes del “festín del petróleo”, no sólo que les responsabiliza de la otrora poderosa empresa petrolera estatal (PDVSA), si no que además, les asigna en puestos importante en la administración del Estado; en la actualidad, de las 20 gobernaciones que controla el chavismo, 11 gobernadores son militares, de esa forma los involucra en su proceso político y hace de las FF.AA. su fuerza.

Políticamente se dice socialista y antiimperialista, se matricula en la línea cubana y Fidel Castro pasa a ser su guía y confesor; verdadero milagro para Cuba porque Chávez se convierte en su oficioso mecenas; a cambio, Cuba le proporciona médicos, profesores, entrenadores deportivos, asesores militares y sobre todo agentes de inteligencia; con este apoyo, organiza las famosas “misiones”, que son programas sociales que llegan a los más pobres y que no son otra cosa que propuestas asistenciales populistas que persiguen un objetivo político: la adhesión incondicional de la inmensa población marginal.

El destino le juega una mala pasada, luego de haber ganado una nueva elección que le permitiría gobernar hasta el 2019, el cáncer que padecía le lleva a la tumba. Antes de su muerte había elegido como su heredero político a Nicolás Maduro; quizás, Chávez pensó que era el político más adecuado para que continuara con los postulados de la llamada Revolución Bolivariana; además, de esta forma, Cuba aseguraba que Maduro siguiera brindándole el generoso apoyo que le proporcionaba Chávez.

Todo lo que ha ocurrido  después de la muerte de Chávez, ha sido una permanente y grosera violación a la Constitución, con la incondicional complicidad, no sólo de los gobiernos de la ALBA, sino de algunos otros, que se beneficiaron de los generosos petrodólares que repartió Chávez a manos llenas.

La breve campaña, en la que con todo el descaro se utilizó los inmensos recursos del Estado y con la colosal complicidad de los organismos que estaban en la obligación de controlar el proceso electoral, se consagró el más grande y descarado fraude en contra del joven líder de la oposición, Henrique Capriles.

Veamos si a Maduro le da la talla para dirigir un país que se debate en la más grande postración de su historia; con toda seguridad exclamará como Pirro: “¡Otra victoria como ésta y estaré vencido!”.

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