Snowden y la libertad

Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

Voy a empezar declarando que, a mi juicio, el señor Edward Snowden ha hecho un bien a la humanidad al revelar que el gobierno del Presidente Barack Obama ha estado espiando a sus propios ciudadanos, y a los del resto del mundo. Yo entiendo que la justificación que se invoca es la seguridad. Y hasta pudiera aceptar que se lo haga si fuera necesario para salvar a inocentes de morir en atentados como el último perpetrado en Boston. Pero creo que es necesario que las personas sepan que están siendo vigiladas y que lo aprueben. Lo que no debe ocurrir es que unos políticos en el poder espíen a la sociedad sin que esta lo sepa, porque nada nos puede garantizar que luego no utilicen esa información a favor de sus propios intereses.

Yo no creo que Snowden haya cometido un crimen abominable. Y la mejor tradición americana, desde Watergate, pasando por los Papeles del Pentágono, abona en el derecho de la sociedad a saber lo que hacen sus gobernantes. Treinta años de ejercicio del periodismo me han enseñado también que siempre es mejor informar que no hacerlo, y que casi siempre los secretos del gobierno solo sirven para ocultar aquello de lo que los políticos se avergüenzan.

Dicho esto, debo también declarar mi convencimiento de que no es la transparencia lo que el gobierno del Ecuador defiende cuando ofrece asilo a Snowden o cuando se lo concede a Julian Assange. Los periodistas ecuatorianos tenemos sobradas razones para no creerlo. Basta citar dos. El juicio a Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, autores de la investigación que reveló los millonarios contratos que el hermano del Presidente, Fabricio Correa, mantenía con el Estado. Y el encarcelamiento de Fernando Balda, acusado de atentar contra la seguridad del Estado por denunciar, aparentemente sin las suficientes pruebas, que el gobierno del Ecuador espía a sus opositores.

Si Edward Snowden o Julian Assange fueran ecuatorianos, y hubieran revelado secretos del gobierno de Rafael Correa, lo más probable es que estuvieran presos como Fernando Balda, o prófugos. La única diferencia, es que si Snowden o Assange estuvieran presos en Ecuador, acusados por el gobierno, no tendrían la ventaja de ser juzgados por unos jueces independientes del poder político, porque en el Ecuador del socialismo del siglo XXI prácticamente no existe ya la separación de poderes.

La república ha sido abolida. Ejecutivo, Legislativo y Judicial responden ni siquiera a un mismo partido sino a una sola persona. Ante el quemimportismo de Occidente, se levanta en Ecuador una autocracia que necesita a personas del tipo de Julian Assange o Edward Snowden como instrumentos de propaganda, engañosas banderas para agitar en el exterior, mientras al interior se oprime y se persigue a los que discrepan.

No se me escapa la paradoja de que, en nombre de la libertad, Snowden y Assange terminen sirviendo a un modelo político autoritario al que, en teoría, enfrentan. Pero también que la prensa americana, tradicional defensora de las libertades, caiga sin darse cuenta en la trampa nacionalista de cerrar filas alrededor de un gobierno que los está espiando. Quizás, como nos ocurrió a nosotros, cuando intenten reaccionar probablemente ya sea demasiado tarde.

Más relacionadas