¿Nos falló el mundo?

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Uno de los peores defectos de los ecuatorianos, tal vez el peor en realidad, es echarle la culpa al resto de nuestros fracasos. La falta de responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos nos mantiene hundidos en un subdesarrollo mental, porque nos paraliza en un estado de engaño permanente, pretendiendo que nos crean que nosotros somos los perfectos y que los brutos son los demás. Nuestros éxitos no se dan porque existieron errores en la ejecución del plan, sino porque nuestras ideas fueron tan brillantes, que no las entendieron. Fueron ideas adelantadas para nuestro tiempo.

Que eso lo haga un ciudadano corriente, a diario, en su casa, en su trabajo, los jóvenes en el colegio, es común. Hasta se ha vuelto socialmente aceptable, porque todos lo hacemos. Que eso lo diga, en cadena nacional, el presidente de la República, poniendo una cara que nos obliga a creerle, es representativo de lo que somos, de lo que queremos creer, de lo que pretendemos ser como país.

El mundo es una gran hipocresía, fue su otra frase de antología, de aquellas que quedan grabadas para la posteridad. Lo dijo el responsable de lanzar una propuesta ciertamente inédita, atractiva y sumamente popular, de esas que dan votos y pintan de verde hasta los corazones más manchados por el petróleo.

Lo dijo el responsable, también, de haber dado todos los pasos necesarios para que nadie, fuera de este país, le crea una letra de lo que estaba planteando. ¿Entonces, de qué hipocresía se está hablando? De aquella que promociona, por un lado, una iniciativa conservacionista de un parque nacional que ya está siendo explotado desde hace rato, pretendiendo que el mundo -explotador, consumista y ambicioso por esencia- ignore los campos petroleros que ya están instalados en la zona. De aquella que pone a grabar canciones a artistas para que griten Yasunízate, mientras al mismo tiempo, se acude con frecuencia a los chinos para cantarles Petrolízanos, sacarles plata y poder arrancar una refinería nueva, que nos consagrará como modernos petroleros.

El mayor pecado fue haber vendido a todo un país ilusiones falsas. Hubiese sido mejor seguir hundidos en la ignorancia, desconociendo las bellezas que se ocultan en una selva tan salvaje como indefensa. Pocos se hubiesen preocupado tanto, si no fuese por los millones y millones que se gastaron en publicidad para convencernos que allí está la mayor biodiversidad del planeta, mientras, al mismo tiempo, nos ocultaban que desde las entrañas de esa tierra ya se estaban pagando los sueldos de los nuevos y numerosos burócratas.

Todo eso requiere de mentiras bien estructuradas que a veces, por la premura o ineficiencia, se desestructuran un poco, nada que no se pueda remediar con un tuit apurado. Para eso se necesita volver al pasado, decir que seguimos pobres, que nos está matando el dengue y el cólera, poniéndonos al nivel de Haití, todo con el objetivo de convencer que el bien supremo es la gente, no los pajaritos. La misma historia que nos cuentan desde hace 40 años. La misma historia que volvemos a creer.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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