El orden injusto e inmoral

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Así como Rafael denunció el orden injusto e inmoral que hay en el mundo, allá en La Sorbona, yo vengo a denunciar ante ustedes el orden injusto e inmoral que hay en el Ecuador. Cómo lo aplaudieron a él, en ese templo del conocimiento parisino. Lo aclamaron. En mi caso no es necesario que se pongan de pie. No me aplaudan. Indígnense. Reclamen. Si están de acuerdo en poner desorden a este orden, pueden retuitear.

Hay un orden injusto e inmoral aquí, frente a nuestra casa, en la esquina y más allá. Vamos de una ciudad a otra y ese orden injusto e inmoral nos persigue, lo encontramos sin buscarlo, nos revienta en nuestras narices su cruda realidad.

Ese orden injusto e inmoral nos amarra a la prehistórica necesidad de hacer pedazos nuestra naturaleza, para darnos la posibilidad de seguir comiendo gracias a sus riquezas, sin demasiado esfuerzo. Ese orden injusto e inmoral nos obliga a negociar con otros imperios, no muy diferentes de los tradicionales que nos han sometido por siempre, igual de contaminadores, mejores negociantes y lejos de ser unos amigos sinceros a quienes les interese nuestro bienestar. Solo hemos cambiado de socios, antes eran los gringos desgraciados que nos dejaron devastada la Amazonía y ahora son los chinos, que vayan ustedes a imaginar los calificativos que les daremos, cuando observemos, impávidos, las consecuencias ambientales de su actual presencia en la poca selva que nos queda.

Ese orden injusto e inmoral nos pasa leyes injustas, con dedicatoria para determinados actores que no se amansaron al mismo ritmo que lo hizo el resto de la sociedad. A cuenta de la democracia y de unos cuantos votos que se proclaman como mayoría, ese orden injusto e inmoral permite que unos sean intocables y otros, perseguidos. Este orden, con el que ahora tachamos al resto del mundo, sin darnos cuenta que estamos entre sus mejores exponentes, clasifica como ciudadanos de primera a aquellos que gozan del poder efímero que acostumbra a regalar la política, y coloca como de segunda, qué segunda, como de cuarta categoría, a esos otros que de poder solo han tenido una papeleta de votación frente a sus narices, para rayar cualquier cosa, al apuro, para sentirse parte de un proceso que no conocen ni les interesa conocer.

Este orden injusto e inmoral hace daño a sus ciudadanos, porque les va quedando grande la palabra. Su acción queda reducida a complacer a esos que tanto les dieron y esa gratitud se les vuelve eterna, condenados a mantener un sistema que funciona, siempre y cuando no exista alguien con la entereza y solvencia necesarias para que demuestre lo contrario.

Ese orden injusto e inmoral está en nuestro país. Esa prevalencia del capital sobre las personas, no nos hagamos los locos, no es una cuestión de sistemas socialistas o capitalistas, sino de conductas humanas, tan indescifrables, incomprensibles y egoístas como lo son las políticas de cada Estado.

Gracias por los aplausos, pero yo no quiero ningún doctorado honoris causa. A mí no me gustan las cosas regaladas que se dan por puro compromiso.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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