Crimea vive anclada en la nostalgia de la grandeza soviética

Simferópol (Ucrania), 10 mar (EFE).- Los rusos de la península de Crimea siempre se han sentido huérfanos lejos de la madre patria, extranjeros con pasaporte ucraniano, por lo que han permanecido fielmente anclados a la nostalgia de la perdida grandeza de la Unión Soviética.

«Nunca hemos dejado de ser rusos, aunque tengamos otro pasaporte. Rusia es nuestra patria. Putin nunca nos abandonará», comenta a Efe Vladímir, ingeniero retirado, durante una manifestación a favor de la reunificación con la Federación Rusa.

Han pasado ya más de 20 años desde la caída de la URSS, pero estos rusos siguen leyendo los versos de Pushkin y las novelas de Dostoyevski, escuchando a Chaikovski y a Visotski, el más popular cantautor soviético, como si el tiempo se hubiera congelado.

Crimea, donde los rusos son mayoría desde hace 150 años, parece anclada en los años 60 del siglo XX, como si nadie quisiera aceptar que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ya no existe y su grandeza es cosa del pasado.

Tienen motivos para regocijarse en la nostalgia: Crimea era en los años 60 del siglo pasado el orgullo de la nación, lugar de descanso de los dirigentes soviéticos, que no en vano eligieron el balneario de Yalta para acoger la histórica reunión entre Stalin, Roosvelt y Churchill en 1945.

«Antes Crimea era un paraíso y desde que entramos en Ucrania todo ha sido cuesta abajo. Somos una península con un clima privilegiado, al que venían millones de turistas de todas partes, pero ahora estamos en la miseria», aseguró Vadim, conductor que es hijo de ruso y ucraniana.

Esto es especialmente evidente en Sebastopol, el puerto que acoge la Flota rusa del mar Negro, donde cada esquina, cada edificio rezuma orgullo por las heroicidades de la Gran Guerra Patria contra la Alemania nazi.

Lugares como la llama eterna al soldado desconocido o la explanada situada frente al grandioso monumento del «Soldado y el Marinero», el magnífico ejemplo de realismo socialista que preside la bahía, son de visita obligatoria en Sebastopol.

Las estatuas de Lenin son igualmente veneradas en Crimea, donde el fundador de la URSS preside la principal plaza de la capital (Simferópol) o está encaramado en una colina de la que es avistado desde cualquier rincón (Sebastopol).

Los crimeos han organizado grupos de defensa de los monumentos de Lenin y otros dirigentes comunistas, ya que en otras regiones de Ucrania los ultranacionalistas ya han derribado, volado o dañado varias estatuas.

«América (EEUU) tiene la culpa de todo. Que se vayan a Siria, nosotros no queremos una guerra», asegura Galina, una profesora de secundaria.

Están convencidos de que en Rusia el nivel de vida es mucho más alto que en Ucrania, repiten que las pensiones superan los 300 dólares, que la educación y la sanidad está garantizada, mientras que la Unión Europea está en declive.

«Sabemos bien que toda Europa está en crisis. Mi hija estuvo en Barcelona y vio que todos los negocios están cerrados. El salario mensual es de mil euros. ¿Por qué debíamos apostar por la UE, cuando en Rusia se vive igual de bien?», repiten.

Uno de los motivos que empujó a los crimeos a optar por el separatismo fue el temor a la prohibición de la lengua rusa, amenaza enarbolada por los grupos ultranacionalistas que protagonizaron los choques callejeros más violentos en Kiev.

La citada ley no restringe el uso del ruso, sino que confirma que la única lengua oficial es el ucraniano y que las regiones rusoparlantes deben hacer hincapié en el conocimiento de la cultura nacional, algo que irrita sobremanera a los rusos de Crimea.

«Nada más tomar el poder los fascistas de Kiev amenazaron con cortar el cuello a rusos y judíos. Quieren imponernos su cultura», dice a Efe un antiguo miembro del Gobierno crimeo (1994-2010) que prefirió mantenerse en el anonimato.

A decir verdad, otros rusos que se quedaron tirados en las nuevas repúblicas independientes del Báltico o Asia Central tras la caída de la URSS lo pasaron peor, ya que se encontraron de la noche a la mañana en tierra de nadie, sin conocer el idioma local e incapaces de aclimatarse a las nuevas circunstancias políticas.

Personas que habían nacido en territorio ruso se encontraron encallados en lugares a los que ellos o sus padres habían sido enviados por el Estado soviético como militares, ingenieros o profesores.

Cuando existía la URSS, los rusos que vivían en esas repúblicas soviéticas eran unos privilegiados y, en muchos casos, ostentaban puestos de responsabilidad en la administración local.

Cuando el sistema totalitario se derrumbó los rusos perdieron sus privilegios y los pueblos que habían sido subyugados durante décadas se tomaron la revancha y marginaron a los favoritos de Moscú.

El caso más sangrante es el de aquellos que permanecieron en Estonia y Letonia, donde cientos de miles de rusos carecen actualmente de ciudadanía y ni siquiera pueden ejercer el derecho al voto. EFE

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