La torre de Gálata

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

Si alguna vez tiene la oportunidad de visitar Estambul, vaya. Debe ser de las ciudades más hermosas del planeta. Ha sido, literalmente, la capital de la civilización mundial, porque ha cobijado tercamente los legados de oriente y occidente, ya sea en la forma bizantina u otomana. Esa mezcla se ha fraguado en periodos de esplendor y penumbras, pero siempre ha encontrado una forma de expresión en que Asia y Europa, en lugar de chocar, se encuentran en la antigua Constantinopla.

Si esa oportunidad se concreta, visite la torre de Gálata. La Christea Turris (torre de Cristo) tiene una vista privilegiada de la ciudad. Desde ese mirador se puede recorrer en 360 grados los contornos de una ciudad cuya antigüedad y belleza se configuran en la alegría de su gente y en la impronta en que la mezcla de civilizaciones, culturas y legados conmueve. Desde la perplejidad que provocan sus políglotas vendedores, que en sus bazares se comunican en hasta 7 idiomas sin perder su encanto, pasando por las formas de mezquitas que ayer fueron iglesias ortodoxas, hasta la sinuosidad de sus calles laberínticas en donde el común denominador es el consumo del té turco, es imposible no quedar prendido del espíritu de la que fue capital imperial –en diferentes contextos- durante trece siglos.

Junto a la visión idílica que nos ofrece, el nombre de la Torre también retrotrae a las cartas de San Pablo y al equipo turco más ganador, el Galatasaray, que junto a sus enconados rivales del Fenerbahçe –con el que protagonizan el llamado clásico Continental, pues cada uno representa a la parte europea o asiática de la ciudad- y el Beşiktaş, convierten a Estambul en la capital del fútbol turco. Como no puede ser de otra forma, este deporte es mucho más que un juego. La pasión por el fútbol adquiere formas increíbles, como en las recientes manifestaciones en la plaza Taskin, centro neurálgico de la ciudad, en donde los llamados a la protesta contra el gobierno tomaron la forma de los cantos de los fanáticos futboleros.

A pesar de ser un lugar que acoge todo tipo de influencia, no deja sorprender ver reproducciones de camisetas de equipos de todas partes del mundo y las banderolas en las que se puede divisar consignas por Boca o River. No hace falta entender el idioma –una mezcla de árabe y urdu, en caracteres occidentales- para imaginar la importancia del fútbol para un público aficionado hasta la médula. Basta saber que en la televisión reproducen en detalle los resultados y mejores jugadas de la última fecha de la Copa Libertadores, del campeonato brasilero o argentino, que alimentan el conocimiento de jugadores que pueden engrosar las filas de sus equipos. De hecho, América Latina es reconocida por sus jugadores. Cualquier referencia inmediatamente toma la forma de apellidos como Messi, Suárez, Ariel Ortega (quien jugó en Turquía), Neymar o hasta nuestro Valencia.

Estambul es un crisol del mundo. La torre de Gálata permite atisbarlo con gracia. Pero el fútbol de todas partes del globo provoca un sabor especial, mezcla de sabores, sonrisas y la misma intensa e inescrutable emoción.

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