Laclau y las elecciones

David Ochoa
Quito, Ecuador

En una columna anterior, intenté resumir la teoría de populismo planteada por Ernesto Laclau. Planteo ahora analizar figuras políticas emergentes de las recientes elecciones seccionales con la óptica de la razón populista. Cabe aclarar que, en óptica de Laclau, el populismo no es visto como algo negativo.

No es difícil relacionar a los gobiernos progresistas de Sudamérica con la teoría de Laclau acerca del populismo: los planteamientos discursivos de Kirchner, Chávez, Correa y Morales, con sus matices y particularidades, coinciden en amalgamar un pueblo, bajo un líder carismático, para satisfacer múltiples demandas, comúnmente amalgamadas en el combate a la desigualdad, para lo que relativizan la democracia formal institucional.

Marcelo Cabrera alcanzó la prefectura de Azuay con la Democracia Popular, pero la refrendó cuatro años después, bajo la Izquierda Democrática, que también avaló su primera alcaldía. En 2013, Cabrera impulsó el Movimiento Igualdad, que no alcanzó escaños nacionales, pero consolidó bases para su exitosa candidatura en 2014. El presidente Correa ha resaltado la cercanía ideológica con Cabrera y reveló que estuvo cerca de ocupar un cargo en su gabinete, a pesar de su conocida rivalidad con Fernando Cordero.

Para explicar el resultado electoral en Cuenca, Correa ha resaltado el carisma y la empatía popular de Cabrera, que contrastó con los candidatos de Alianza País, de perfil más técnico -o, dicho de otro modo, menos político perfil. Pero, además de la personalidad de Cabrera, logró consolidar demandas de parroquias rurales y zonas urbanas con menor atención, con el electorado que, aunque aún simpatizante del gobierno, resiente decisiones más pragmáticas adoptadas recientemente por el gobierno central.

En Quito, el alcalde electo logró aglutinar una variedad de demandas, que fueron desde el control del tránsito y la regularización de taxis, hasta la inseguridad ciudadana, pasando por la presión tributaria y excesivas multas. Tanto a través de los medios de comunicación de mayor audiencia, como de los colectivos ciudadanos organizados en redes sociales, las demandas se volvieron exigencias, que fueron planteadas, en términos emocionales y sencillos, por un líder con características adecuadas para ser candidato, y sin pasado en el servicio público.

En la figura del alcalde Barrera se aplicó un fenómeno denominado reificación, que Laclau explica como la personificación de las causas del rechazo de un pueblo, para facilitar la conducción de la reacción emocional del pueblo. La reificación es escencial en la construcción de un escenario populista. Sobre la imagen de Barrera, antes y durante la campaña electoral, se concentraron no sólo los errores municipales, como demoras en obras o diseños y ejecución inadecuados, sino también se le pasó factura de pasivos del gobierno central y hasta la culpa por decisiones que anteceden su gestión: las ordenanzas municipales sobre sanciones datan del período de Paco Moncayo, la ubicación del aeropuerto es inclusive anterior al retorno a la democracia, entre otros.

La reificación realizada sobre Barrera elevó una candidatura cuyas ofertas ora variaron en el tiempo (de cuestionar el metro, Rodas pasó a ofrecer hacerlo, pero más rápido) ora fueron criticadas a nivel técnico (como las soluciones viales “carrocéntricas”) o, sencillamente, fueron suficientemente etéreas para ser analizadas (como la reducción de impuestos).

La candidatura de Mauricio Rodas expresamente rechaza calificaciones ideológicas (izquierda o derecha), logró aglutinar un “pueblo” en rechazo de varios yerros de la gestión municipal, planteó soluciones principalmente emocionales a unas exigencias reflejadas en un personaje reificado. Una característica que Rodas no comparte del populismo (en térmios de Laclau) es la relativización de la formalidad institucional. De hecho, Rodas mantendrá la institucionalidad diseñada por Barrera.

De su futura gestión municipal, se podrá analizar si la figura de los alcaldes Cabrera y Rodas pueden ser sumadas a los denominados populismos latinoamericanos, en términos de Laclau.

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