Mi corazón en Roma

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

Nadie parece decir nada, nadie parece horrorizarse o es que ya todos dieron por sentado, a golpe de costumbre o simple novelería de la boba y servil y folclórica política latinoamericana. Ya dirán: es una jugada diplomática y además espiritual normal y deseable, una iniciativa nacional que todos aprobarían, un acto de contrición ecuménico y libre de mal, algo que hasta la oposición retrógrada y opusdeísta ve con ojos piadosos y corderiles.  Nadie parece jalarse los pelos ante esa suerte de sortilegio para que al país y al grupito les vaya bien, ante una rayuela a ojos abiertos –inevitable, tan mansos somos-, una apuesta garantizada: lanzar una moneda de una cara para que todos, en el consenso, revivamos la originaria llama de la fe y el progreso.  En los periódicos públicos y en los medios de comunicación privados, en los canales electrónicos, en Facebook y en Twitter, uno se topa con un silencio de abismo, con Nadie que osa decir media palabra o quejarse al menos a medias. Hemos claudicado. Los intelectuales que se fueron a repensar la izquierda correísta –ese oxímoron- este pasado fin de semana no dicen nada. La masonería en el poder, tan laica, tan liberal, tampoco. Ahora recuerdo: a Javier Marías le botaron de su semanario por criticar algo parecido. A cuántos más, con menos talento pero igual arrojo, habrán censurado.

Recuerdo una foto de Juan Pablo II con Pinochet.  Otra con Kissinger. Otra con Fidel Castro. Hay otra con la Junta Militar argentina. Su olvido de las atrocidades cometidas contra los pueblos indígenas en Centroamérica, juntándose con quienes cometieron aquellos actos en los años ochenta, se me antoja imperdonable. Y aun así, es de desear que quien bien quiera adorar a la Iglesia Católica sin aquellos miramientos, sin esa distancia crítica que buena parte de su trayectoria exige, tenga plenos poderes para hacerlo. Asistir a flagelarse, a celebrar en Roma paroxismo mediante, a corear a voz en grito los nombres de los Papas muertos o a maravillarse ante el despilfarro de El Vaticano es un derecho que, si no lo niega la Visa Schengen, a todo el mundo de estas risueñas latitudes le asiste. Se puede también mostrar aquel fervor en casa, donde le es dado a todo el mundo las facultades posibles para que lo practique.

Otra cosa, no obstante, es ver al presidente de uno, aunque poco o mal lo quiera, ir con la plata del erario público, de un país cuya economía hace agua y que hace un siglo obtuvo la victoria del laicismo y el respeto para que todo el mundo sea libre de creer en lo que buenamente le venga en gana, o de no creer; otra cosa, decía, es ver el alcance de caretucada, de bofetada política e ideológica, que tiene el revolucionario y eloyalfarista gobierno de la Revolución Ciudadana, para irse, con pompa y comparsa, con asesores y escoltas, con fiesta previa, con enlace satelital, a meter en Roma en una ceremonia de índole religiosa, que no ha de representar, que no debe representar un acto de Estado, ya que este país, desde la Constitución hasta sus escuelas, debe ser un país laico, con un gobierno que tolere y permita creer o no creer, pero que no se conchabe con el poder eclesiástico como manera de legitimación, con pretexto de representar a todos o, peor aún, con la excusa de realizar un acto diplomático, una jugada estratégica.

Si apenas alguien se ha preguntado sobre la índole perniciosa y poco transparente de estas movidas, es porque la sociedad ecuatoriana vive penando, timorata, el coste de no haber sabido plantarle cara a los abusos eclesiásticos y a quienes se han servido en bandeja del apoyo de la iglesia. De Correa no es de esperar otra cosa; siempre representó la doctrina social de la Iglesia en el poder. Tampoco de los previos presidentes que fueron a hacerse grabar, como el Mashi el domingo, en actitud cristiana, beata, tan inflamada de pose y demagogia. Lo extraordinario es la quietud, esa pasividad miedosa, ese miedo a confrontar y reclamar que, aunque el corazón esté en Roma, las cosas del Estado han de quedarse dentro de la esfera del Estado, y las cosas de la religión en su justo y legal lugar.

Y luego vendrán y secuestrarán la imagen de Eloy Alfaro para decirse limpios, dignos, de lado y lado.

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