La capitulación alemana en 1918, germen de la propaganda nazi

Berlín, 27 jul (EFE).- La capitulación alemana en la Primera Guerra Mundial fue vista por parte del ejército y de grupos políticos de derecha como una traición perpetrada por las élites democráticas, lo que creó un ambiente de revanchismo que sería uno de los gérmenes del nazismo.

Un proyecto de investigación dirigido por Gerd Krumeich, de la Universidad de Düsseldorf, ha tenido como objeto precisamente trazar las conexiones entre la Primera Guerra Mundial, de cuyo inicio se conmemora este año el centenario, y la propaganda políticaArmisticio de la I Guerra Mundial nacionalsocialista.

«Sin la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias, el III Reich hubiera sido impensable», aseguró el historiador británico Ian Kerschaw, durante un congreso organizado por Krumeich.

La derecha alemana de la primera postguerra, que tenía como iconos a generales como Erich Ludendorf y Paul von Hindenburg, creó un mito que fue parte de su arsenal propagandístico, el de un ejército que no había sido vencido en el campo de batalla.

Según esa leyenda -recogida luego por Hitler y por Goebbels- la derrota alemana se había debido a la sublevación interna -protagonizada ante todo por comunistas y socialdemócratas y por la presunta plutocracia judía-, que terminaría con la proclamación de la República de Weimar el 9 de noviembre de 1918.

El Tratado de Versalles, que obligaba a Alemania a asumir prácticamente los costos totales de la guerra, era otro de los elementos de la propaganda de la derecha para atacar no sólo a las potencias extranjeras, que se beneficiaban del acuerdo, sino a los políticos de la república.

El 13 de marzo de 1920 se registró uno de los primeros puntos culminantes de la tensión entre el nuevo orden republicano y la nueva derecha que terminaría posteriormente aglutinándose en el partido nazi.

En el marco del cumplimiento del artículo 160 del Tratado de Versalles, que determinaba que el ejército alemán no podía tener más de 100.000 soldados, el ministro de Guerra, Gustav Noske, había ordenado la disolución de varias unidades.

Ante ello, un movimiento liderado por Wolfgang Kapp y el general Walther von Lüttwitz, y apoyado por Ludendorff, intentaron un golpe de estado que obligó al gobierno a huir provisionalmente de Berlín, pero que finalmente fue sofocado, en parte gracias a la ayuda de una huelga general.

Tres años más tarde, el 8 y 9 de noviembre de 1923, se produciría un segundo intento de golpe, esta vez comandado por el propio Adolf Hitler, otra vez auspiciado por Ludendorff, y dirigido, según la proclama, contra «el gobierno de los criminales de noviembre», en alusión a noviembre de 1918.

El intento de golpe se dio en Múnich y el plan era, siguiendo el modelo de la marcha sobre Roma de Benito Mussolinni, marchar sobre Berlín con unidades rebeldes del ejército y con grupos paramilitares antidemocráticos.

El nuevo gobierno, según la proclama, debía estar formado por Hitler, Ludendorff, Otto von Lossow y Hans von Seisser.

200px-Mein_KampfSin embargo, la policía bávara logró reprimir el levantamiento, en una acción que le costaría la vida a mas de una decena de golpistas que posteriormente sería instrumentalizados por los nazis como «mártires del movimiento».

Hitler fue juzgado y condenado a cinco años de cárcel por alta traición, aunque fue puesto en libertad después de nueve meses por buena conducta.

Durante el proceso, Hitler de defendió diciendo que los verdaderos traidores eran quienes habían llevado a la capitulación en 1918.

Los meses de cárcel los aprovechó para dictarle a sus compañeros de prisión Rudolf Hess y Emil Maurice parte de su célebre panfleto político «Mein Kampf» (Mi lucha).

La intervención en el proceso en su contra, y su ataque contra los «criminales de noviembre» es, para muchos, el comienzo de la carrera política de Hitler.

Si en el intento de golpe de 1923 Hitler estaba amparado por Ludendorff, en su llegada al poder, diez años después, el otro icono alemán de la I Guerra Mundial, Paul von Hindenburg, tendría un papel clave.

Hindenburg, en ese momento presidente de Alemania, nombró a Hitler canciller, lo que le permitió primero formar un gobierno de coalición para luego, tras nuevas elecciones, asumir todo el poder e incluso suceder al viejo general en la presidencia. EFE

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