¡Ay, Chavito!

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Ay, Chavito. Ya sabíamos que esto iba a pasar porque tenía que pasar, pero dolor avisado sí lastima gente. Aquí estamos, las generaciones de los Chavistas, aunque suene feo decirlo así, recordando en Youtube, una y otra vez, los viejos capítulos de Acapulco, del Churinchurinchunflais y la maravillosa coreografía de la Que Bonita Vecindad.

Y nos ponemos más tristes. No tanto por la partida física de un hombre viejo que ya tenía que irse, porque hizo lo mejor que pudo hacer un hombre en este mundo, sino porque las ausencias van sembrando muros que separan etapas de nuestras vidas. Y casi nos obligan a dar vuelta a la página, que no queremos darla, ciertamente. La niñez es lo más hermoso que nos pudo haber pasado y aquellos personajes que nos acompañaron en este corto y feliz camino se adentran sin permiso en nuestra memoria, como grabado nos quedó el primer día de clases o la matiné que nos organizaron nuestros padres.

Duele más ver de nuevo el Chavo a estas alturas, porque nos demuestra que esa etapa, que yo llamaría de la inocencia en términos generales, no va más. El mundo ha cambiado, posiblemente para bien, pero los tontitos que nos matábamos de la risa con los chistes básicos del Chavo, nos sentimos un poco desplazados ante tanta brillantez y competencia. Los niños de hoy no son como los de ayer, aplausos por eso, pero son tan inteligentes que llegan a asustar un poco.

Será por eso que nos gustó tanto Chespirito. Porque de los superhéroes hizo mofa y de un niño huérfano, pobre y bobo, nuestro emblema. Nos contaba, básicamente, que la vida no debería ser tan compleja y que los problemas más urgentes de resolver son los de la convivencia. Yo, que me pico siempre, quise vivir en una vecindad y el destino me ha castigado enclaustrándome en departamentos fríos, alejado de las doñas Florindas y las Brujas del 71, de quienes siempre un buen chisme puede salvar el día.

Se dirá que Roberto Gómez Bolaños finalmente resultó ser un ambicioso y dejó limpios a sus amigos de barrio, Quico y la Chilindrina. Bueno, sí. Y qué. Peleas que les encanta explotar a la prensa corrupta y no tanto. Pero la máxima es haz feliz a un niño y tendrás a un hombre agradecido siempre, porque esa alegría te llegó en el momento clave, cuando el dinero no lo ha ensuciado todo ni los rencores han lastimado el alma.

El hecho que se busca en un personaje no es la perfección, sino su aporte. El legado que trasciende durante varias generaciones es lo que cuenta y me van a disculpar los fanáticos de los líderes políticos, cantantes desafinados o futbolistas faranduleros, pero un artista como Chespirito les da virando a muchos de estos que conocemos todos y que pasarán al olvido general mucho antes que sus hijas cumplan quince años.

La comedia tiene ese poder y la niñez concede la gratitud eterna. Gracias a un hombre que probablemente no lo pensó así y solo quería ganarse la vida, pero consiguió endulzar infancias sin llegar a corromper nada.

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