Charlie Brown, siete días, piojos

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

El personaje “Carlitos”, o Charlie Brown, en su idioma original, creado por el caricaturista estadounidense Charles Schultz, ha sido objeto de múltiples interpretaciones a través del tiempo. La tira cómica aparece por primera vez, en el año 1950 y no cesa de publicarse hasta dos días después de la muerte de su autor, en febrero del año 2000. “Carlitos” sigue los periplos de su personaje epónimo, aventuras mundanas, en todo el sentido de la palabra, acompañadas, casi siempre por un profundo sentido de melancolía. El personaje se convirtió en un momento determinado en el paradigma de las tiras cómicas mundiales y en influencia obligada para todo artista interesado en la narrativa secuencial; ya para los años setenta del siglo pasado, algunos críticos empiezan a observar la naturaleza profundamente religiosa de estos textos, una dimensión a veces asociada con los evangelios, otra con una humanismo secular indómito. Sin embargo, para las grandes mayorías “Carlitos” no dejaba de ser una manifestación pueril, aunque placentera, reservada para los niños.

La publicación irreverente francesa Hara Kiri, precisamente en esos años, luego de ser clausurada por un sarcasmo “excesivo” al satirizar la muerte de Charles De Gaulle, adquiere una segunda vida al cambiar el nombre de la revista humorística a Charlie Hebdo. En esto, la cultura francesa seguía una larga tradición de revaloración de productos culturales desestimados en EEUU por su propia tradición crítica: desde Edgar Allan Poe, en el XIX hasta Jerry Lewis en el XX y Philip K. Dick. Hebdo proviene de hebdomadario, a su vez originario de Ebdome, una festividad de la antigua Grecia que celebra el nacimiento de Apolo el séptimo día del mes, semanario, por extensión: el semanario de Charlie (Brown), un personaje del que su propio autor dice: “es aquel que sufre, porque es la caricatura de la persona común. La mayoría de nosotros estamos mucho más familiarizados con perder que con ganar”.

A estas horas, el cobarde y brutal ataque al semanario francés, que produjo la muerte de varios seres humanos ha sido comentado en todo el planeta, y en nuestro país, con todo el apremio, el atropellamiento y el desenfado que caracteriza el clima mediático contemporáneo. El reportero Tom Spurgeon, a pocas horas del evento, publica la siguiente advertencia: “por favor consideren no improvisar ni apropiarse de las ideas, conceptos, significantes o hacer comparaciones de las personas asesinadas hasta que sus cuerpos estén fríos” . Un asunto similar podría decirse en el Ecuador de estos días sobre el muy distinto, pero también muy parecido caso de la muerte de la cantante Sharon.

Pero la realidad es muy distinta, hay corridas enteras diseñadas para apropiarse del capital moral de la muerte. Llamados a la resistencia, proclamaciones a no capitular, apresuramientos a oponer la libertad de expresión a la brutalidad extremista que en muchas ocasiones no hacen más que repetir la misma lógica de victimización y violencia que se rechaza. El asunto no es sencillo. Charlie Hebdo, con una reputación histórica de iconoclasia, había cedido en los últimos tiempos, ante la amenaza de bancarrota, a la tentación oportunista del escándalo oportuno y rentable, sus caricaturas provocadoras alimentan la feroz crecida de un militante anti-islamismo europeo, de orientación fascista, que ahora se cobija bajo el discurso liberal de libertad de expresión. Todo el episodio parece favorecer el ejercicio internacional del fundamentalismo islámico, que busca reclutas en la misma Europa, en Francia en particular (una de las poblaciones islámicas menos politizada del mundo) y que por medio de estos atentados atiza el fuego de la intolerancia local y provoca así las condiciones de identificación con el fundamentalismo que se darán luego de un futuro próximo de violencia y chauvinismo, ya se ven los signos de aquello por doquier, en Alemania en particular.

Al mismo tiempo, la Academia Americana de Pediatría junto con la Asociación Nacional de Enfermeras Escolares de los EEUU, han emitido recomendaciones recientes sobre el tratamiento ante la presencia de piojos en las aulas escolares. Previamente, las recomendaciones consistían en la inmediata remoción de la persona afectada de los predios escolares y su destierro hasta mostrar la completa eliminación de piojos y liendres de su cuero cabelludo. Las nuevas recomendaciones sostienen que las niñas y los niños deben permanecer en clases. En el estado de Virginia ya hay políticas públicas al respecto, estas leen así: “ninguna persona sana debería ser excluida o faltar a la escuela debido a la presencia de piojos”. Los piojos, sostienen las recomendaciones de los cuerpos colegiados, no son particularmente contagiosos, no son una amenaza a la salud pública.

El asunto de Charlie Hebdo, con todo el dolor y dificultad que acarrea y que debería ser comentado con seriedad, especialmente en el Ecuador, donde la intolerancia ante la sátira muestra un perfil preocupante, opera, a gran escala, como un caso de piojos. La solución no consiste en enviar a los “culpables” a casa, o a la cárcel, o al destierro, o cualquier destino lejano de nuestras probas y cómodas convicciones sino vivir con ellos (con los piojos), entendiendo nuestras propias proclividades de condenar al otro sin entenderlo o desentendiendo nuestras facilidad para eludir el auto examen. Ahí donde el sistema educativo ecuatoriano y nuestra propia cultura cívica rehúyen el conflicto productivo, no la violencia sino la disensión razonada, ahí donde la discrepancia y la pasión se encuentran, ahí donde el piojo escarba hondo y se aferra a la hebra y al folículo pilaris, ahí es donde podemos y debemos rechazar la directiva de abandonar las instalaciones, de dejar atrás el debate, de someternos, de aislarnos.

Arthur Rimbaud escribe un poema a las buscadoras de piojos, un poema en que se celebra la paciencia y el clima acogedor que construyen dos hermanas:
Cuando la frente el niño, llena de rojas tormentas/ implora el blanco enjambre de sueños indistintos/ llegan a su lecho dos encantadoras hermanas/ con frágiles dedos de uñas plateadas.

Los piojos son así el pretexto para sentir y para aprender del niño:
Él escucha el canto de sus alientos temerosos/ que huelen a largas mieles vegetales y rosas/ interrumpido a veces por un silbido, salivas/ retenidas en el labio o un ansia de besos.

Y Benedetti, también sobre los piojos:
la cruda inmensidad del universo/es para enloquecerse lentamente/
¿qué es después de todo este mundito/en la inconmensurable vastedad?/
un piojo / apenas eso /

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