Política y tiempo

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

Cada día me convenzo más de que nosotros, los que estamos desde cualquier espectro político en la oposición al gobierno de Rafael Correa, tenemos varias deudas con su proyecto, al que nos oponemos desde hace ya varios años. Si Correa arrasa y gusta y convence es porque, fuera del derrotero que plantea, el paisaje es árido y a veces hasta da vergüenza. Cómo será la falta de alternativas que no me cabe duda que para la mayoría de la gente, después de los ramitos de flores, las lamentables confrontaciones con los comediantes, la descalificación de los opositores y el manejo oscuro de la política de endeudamiento, Correa continúa siendo la mejor opción.

Una de las deudas que exige el correísmo es haber dejado claro la (eterna) imposibilidad de reagrupar un bloque opositor de izquierda que se le plante duro y le interpele políticamente de forma estratégica y sensata. La otra es haber mostrado lo mismo sobre la derecha en el Ecuador que, después de haber archivado a sus gamonales gritones y a sus embajadores de la hiperliberalización, es todavía un triste y desideologizado cúmulo de beatitud cavernícola, intereses banqueros, caras afables y ese pragmatismo que es capaz de vender hasta a su propia familia con tal de convencer a la gente de que las interacciones humanas se reducen a la compraventa de todo lo que se pueda. Y de paso, ir vendiéndole alguna cosita.

Otra de las virtudes del correísmo es haber hecho política en el sentido más abarcador y, desde esa premisa, haber abierto espacios para que la sociedad no necesariamente se polarice, pero sí que tome posición. Es decir, haber trasladado la discusión sobre el poder, sus representaciones y su manejo, a áreas como la cultura, la educación, las relaciones interétnicas o los márgenes entre lo privado y lo público. Y el tiempo.

El correísmo, como pocas propuestas políticas, ha manejado las relaciones entre política y tiempo con conciencia (aunque sin escrúpulos). Es, desde hace décadas, el único proyecto político de largo aliento que ha vivido el país y ha querido cambiarlo. Es, cómo no, la apuesta de capital político de un buen grupo de gente que ha mirado a la administración pública y al trabajo con el poder como horizonte.

Allí, en esos escenarios, debería esperarle y confrontarle la oposición. Más allá del escándalo, siempre doloroso, del boca a boca con los comediantes y la persecución inhumana a Bonil. Y pensar que no es solo Bonil, no es solo John Oliver: las relaciones de Correa con los medios, con sus rivales, muchos de los que militaron inicialmente con él, son, políticamente hablando, el reverso de una decisión sobre cómo ha de ser la relación de la política con su tiempo. Ahora tiene nombre de Mery Zamora, de Crudo Ecuador, pero el horizonte se plantea como supresión de cualquier enunciación que no le sea servil.

A mí sí que me sorprende que nadie le pida cuentas, se eche a llorar o tema por el futuro del país a raíz de una reciente publicación del diario El Comercio que muestra, a partir de datos elaborados por la propia máquina de información correísta, cómo el discurso sobre el cambio de la matriz productiva, uno de los pilares que ha sostenido la continuidad de este gobierno, ha sido eso, solamente un discurso que ha maquillado una apuesta inmediatista por la consecución de recursos y, de paso, amenaza con cargarse uno de los pocos patrimonios que le quedan a este país: el ambiental.

Pese a la construcción de infraestructuras monstruosas, a una política fiscal expansiva que apuesta por el endeudamiento como un encaje para la expansión de la producción local, los ocho años de gobierno de la Revolución Ciudadana han contraído la capacidad económica del país para exportar algo más que materia prima, han acentuado de forma pavorosa la dependencia al petróleo, han erosionado la industria textil y van camino a hacer lo mismo con la de químicos y fármacos, y con la de derivados de petróleo. ¿En qué queda entonces la promesa del desarrollo? ¿La cantaleta del Buen Vivir? ¿Hemos de seguir exportando flores y plátanos e importando ropa, tecnología, incluso alimentos?

Si las carreteras son pretexto para la corrupción, la denigración, la hipertrofia de un aparato estatal ineficiente y contradictorio y la persecución de los movimientos sociales, seguramente, para ellos, también lo son para la erosión de la salud económica del país, que lentamente despierta de su aletargamiento consumista para darse cuenta de que no puede vivir de remesas de emigrantes, lavado de dinero y petróleo fluctuante. Eso le corresponde saber al correísmo, y seguro lo sabe, pero sobre todo a quienes le encaramos, a quienes hemos de esperarle más allá del barullo coyuntural con pruebas como ésta, con una más competente comprensión de los vínculos entre el tiempo y lo que el poder y la política pueden hacer de él.

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