Somos más, muchísimos más…

Fabricio Villamar Jácome
Quito, Ecuador

Vamos a nueve años de una forma de gobierno que camina en el borde externo de la línea de la democracia.

Cuando los voceros de éste gobierno pregonaban que la culpa de todo lo que había sucedido en el Ecuador era atribuible exclusivamente a la “partidocracia”, se puso la piedra angular en la que se ha sustentado un modelo populista por excelencia: la destrucción del sistema de partidos políticos como sustento de una República democrática.

Era el Presidente que cumplía con subir el bono, con hacer carreteras, el Presidente del gobierno de la meritocracia, los de las manos limpias, las mentes lúcidas, los corazones ardientes y la constitución del buen vivir para los próximos tres cientos años, El Salvador.

Sus áulicos en éxtasis con los ojos llorosos de la emoción decían ¡si y mil veces si! a la Constitución que le daba poder absoluto a quien se definía como el primer Acostista y recibieron como premio quedarse unos meses más en el congresillo y luego a muchos se les concedió la gracia de ir en las listas para asambleístas y luego la reelección, para que sigan apoyando ese intangible poco explicado llamado “el proyecto”.

Al ritmo de Patria Tierra Sagrada enarbolaron la bandera de la responsabilidad ambiental mundial para decir que el Yasuní no se toca ni con el pétalo de una rosa, ofrecieron una revolución ética para que en el Consejo Nacional Electoral no estén los partidos políticos que eran juez y parte, sino ciudadanos probos, incólumes, decentes, nacidos de las entrañas de la participación ciudadana para garantizar elecciones limpias, procesos transparentes y ágiles no como los de la larga noche neoliberal.

Se aumentó el número de Asambleístas, de Ministerios, de Superintendencias, de Secretarías Nacionales, se uniformó a los empleados públicos, se adquirieron miles de vehículos, aviones y helicópteros para poder alcanzar el buen vivir con los patriotas más delicados con la cosa pública, trabajadores incansables que asentían reprimendas públicas a la voz de “Nada para nosotros, Todo para la Patria”.

Luego el mundo nos falló.

Hay que explotar el Yasuní, y quien diga lo contrario es un ecologista infantil. Los otrora compañeros indígenas son ahora limitaditos de ponchos dorados a quienes nadie les cree, como tampoco se les cree a los compañeros obreros de antes, que ahora son tan poco coherentes que protestan junto con la derecha causante de todos los males. Tampoco hay que creer en la prensa que en algún momento apalancó al ministro de Finanzas de Alfredo Palacio. Esa prensa es corrupta, amarillista, poco profesional. En buena hora, los medios de comunicación que fueran de los banqueros Isaías sirven para contrastar las mentiras de los odiadores profesionales y sicarios de tinta.

Los escándalos de los radares chinos, de la droga en valija diplomática, del primo sin título que amenaza con exhibir los mensajes del fiscal pidiendo favores, el aumento de aranceles o la persecución pública a tuiteros o dibujantes para quienes la protección del linchamiento mediático no se aplica han terminado por transparentar lo que muy pocos sosteníamos al aprobarse la constitución del 2008: que éste proyecto conducía a la concentración absoluta del poder en una sola persona.

Quienes perdimos ante el aplastante porcentaje de aprobación de ésa Constitución ahora somos más.

Los que advertimos sobre las pocas características democráticas de la Revolución Ciudadana fracasada ahora somos más.

Los que hemos hecho de las redes sociales uno de los últimos bastiones de defensa de los principios republicanos ahora somos más.

Pero no sólo somos más, sino que además tenemos la razón.

Igual que en el 2008, creo que es preferible tener la razón, pero es gratificante saber que somos más, muchísimos más.

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