Bogotá, (EFE).- Besando al público con los «riffs» más guitarreros de «Ahora que», tonada que incita al ósculo, el cantautor español Joaquín Sabina emergió sobre el escenario de Bogotá con su versión más canalla y esa mezcla de rock, blues y canción de autor que le define.
Pero antes y para retrasar un clímax que duró las casi dos horas que el veterano músico estuvo sobre el escenario, por los altavoces los cerca de 5.000 aficionados que se dieron cita en el Palacio de los Deportes de Bogotá escucharon los acordes de «Lily Marleen«, prolegómeno del momento estelar en el que Sabina, ataviado con un traje azul y sombrero bombil, atronó con su presencia el escenario.
Olvidados los fantasmas que le atenazaban y le rodeaban en forma de ataques de pánico, las notas salieron de su voz rasgada y poco a poco la audiencia se sumergió en las letras canallas y los sonidos que envolvieron el auditorio.
Sin embargo, el cantante español salió con un golpe en el talón de Aquiles, producto de lo que definió como «un accidente de trabajo» y le lastró durante todo el concierto.
«Lo nuestro duró / lo que duran dos peces de hielo / en un güisqui on the rocks», exclamó Sabina cuando apenas llevaba unas canciones sobre el escenario.
Así, cuando los aficionados apenas estaban saboreando el inicio del concierto Sabina rompió los moldes con esa estrofa de «19 días y 500 noches» que da nombre al disco homónimo y que también inspiró la gira que le ha devuelto a América Latina.
Pero el mismo Sabina reconocía solo tres temas después que para él los estándares musicales del éxito solo existen como una barrera que saltar: «que para ser comercial a esta canción le falta un estribillo» entonó como parte de «A mis cuarenta y diez», esa canción que cuanto más transcurre el tiempo más se amolda a su persona.
Y es que a ese Sabina que vivió los agitados años 80 en Madrid y compuso el himno no oficial de la capital española -«Pongamos que hablo de Madrid»-, transitó por los 90, se asentó en el siglo XXI y grabó discos emblema como «La Mandrágora» el tiempo no le cambia.
El sonido del rebelde con whisky que se niega a aceptar encontrarse con el paso del tiempo sigue encajando como un guante en un Sabina para quien «el traje de madera que llevará no está ni siquiera plantado».
Pero en un concierto de Sabina no hay espacio para la tranquilidad así uno prometa no levantarse del asiento y el público apenas tuvo tiempo de pararse a pensar si el tiempo ya ha atrapado al español cuando deleitó a la audiencia con un poco de la amnesia que emana de «Donde habita el olvido».
Y el concierto siguió como esa canción con algunas de sus melodías más clásicas, esas que cuentan con millones de visitas en Youtube: «Peces de ciudad», «Barbie superstar» o «Y nos dieron las diez».
Sabina, que se definió para el público colombiano como «mitad paisa y mitad cachaco», también se guardó una sorpresa en forma de versión de «It Ain’t Me Babe» de Bob Dylan.
Con todas ellas encandiló a un público formado por chicos, adultos y muchas parejas, una prueba más de que el jienense -a uno y otro lado del Atlántico- es capaz de hacer disfrutar en un concierto a personas de todas las edades y condición.
Sin duda todos ellos disfrutaron sobremanera cuando entonó una de sus míticas, «Por el bulevar de los sueños rotos», esa canción dedicada a la mexicana Chavela Vargas y que evoca a Frida Kahlo, Diego Rivera y a Agustín Lara, ese otro compositor foráneo que hizo una oda a Madrid.
Después de la inevitable «Princesa» y los también inevitables bises, Sabina demostró una vez más que los estereotipos no van con él y cerró su concierto con «La canción de los buenos borrachos».
Como si los hubiera malos. EFE