Fiestas interrumpidas/Frederick Douglass

Álvaro Alemán

Álvaro Alemán
Quito, Ecuador

Hay algo que atrae en los momentos de gloria interrumpida; las ocasiones en que un acto ceremonial, destinado a consagrar el poder, se desvía. La manera en que una chiflida (o silbatina) desmiente la intención meramente protocolaria de una conmemoración y la convierte  en terreno contestado, abierto a la apropiación de audiencias excluidas de la bonanza.

Uno de esos momentos es la premiación olímpica  de los dos cientos metros planos de los juegos olímpicos celebrados en México en 1968. En esa ocasión Tommie Smith y John Carlos, durante la iza de la bandera de su país, levantaron sus manos, enfundadas en respectivos guantes negros, en silencioso saludo al movimiento de reivindicación de derechos civiles y culturales del pueblo negro en los EEUU. El gesto causó un escándalo en su momento, y tanto Smith  como Carlos fueron expulsados de los juegos por orden expresa del presidente del Comité Olímpico, el mismo que, también como presidente durante los juegos de 1936, observó sin objeción alguna, el saludo nazi en su plenitud.

Algo similar ocurre, en estas fechas de víspera de la independencia de los EEUU, en 1876, cuando Susan B. Anthony (que hoy es postulada para convertirse en la primera figura femenina a ser retratada en un billete de dólar en los EEUU) irrumpe en la celebración centenaria de la independencia en Filadelfia, junto con un grupo de colegas y juntas comienzan a distribuir folletos en que declaran “la historia de nuestro país en los últimos cien años ha sido una serie de usurpaciones del poder de los hombres sobre las mujeres, restringiendo sus libertades políticas y su derecho al voto y a servir como jurados”. El escándalo formado les permitió proceder hasta el podio y aunque el contenido del folleto no pudo leerse en voz alta y toda mención del suceso fue omitida de los medios de información de la época, su impacto se guardó en la memoria de los concurrentes.

Medio siglo antes, el 5 de julio de 1852 en Rochester Nueva York, el hogar de una de las voces más impactantes de las letras del siglo XIX, el periodista, militante abolicionista y ex esclavo, Frederick Douglass, que a su vez apoyó en su periódico, La estrella del norte, la convención de los derechos de sufragio de las mujeres, fue invitado por la sociedad antiesclavista de Rochester a ofrecer una discurso por el día de la independencia.

Los afroestadounidenses hasta ese momento habían celebrado la fecha de independencia un día más tarde que en el calendario oficial y lo habían hecho ya por dos décadas seguidas. Para la población negra de ese país la celebración de la fecha resultaba problemática en tanto la esclavitud mantenía a millones de personas encadenadas. Douglass había sido esclavo en su infancia y mediante su ingenio e inteligencia aprende a leer y escribir, escapa al norte y se convierte en escritor y activista y uno de los oradores más poderosos de un tiempo lleno de grandes voces retóricas. La sufragista Elizabeth Cady Stanton recuerda vívidamente la primera vez que lo oyó hablar en público: “Como un príncipe africano, majestuoso en su ira estaba erguido, a su alrededor estaban los grandes oradores opuestos a la esclavitud de su día, observando con atención el efecto de su elocuencia en la enorme audiencia, que reía y lloraba en alternancia, completamente transportada por el maravilloso don de su pathos y humor. En esta ocasión, los demás oradores parecían tímidos y reducidos luego de que hablara Frederick Douglass.”

Douglas inicia su discurso ofreciendo a sus escuchas una oda a los fundadores y a la independencia, dice: “ese día trajo demostraciones de feliz entusiasmo, porque quienes firmaron la declaración de independencia fueron hombres valientes. También hombres de grandeza, capaces de afamar una época grandiosa. Sus padres apostaron sus vidas, sus fortunas y su honor sagrado a la causa de su país… Amigos y ciudadanos no debo abordar más las causas que llevaron a este aniversario. Muchos de Uds. las entienden mejor que yo. Ese es un aspecto del conocimiento por el que posiblemente sienten un mayor interés que quien habla. . .como pueblo, los estadounidenses no fueron nunca tímidos al proclamar los hechos que los favorecen, de hecho, sacar pecho ante tal reputación a veces se ve como virtud. Pero igualmente podría pasar por vicio. .  . en deferencia a ese hábito, prometo dejar cualquier alabanza de la revolución a otros caballeros, cuya afirmación de haber descendido de los fundadores será menos proclive a ser disputada que la mía.  Es bueno y valioso alabar a figuras del pasado, aunque mi tarea, si es que la tengo hoy día, es con el presente. Los que alaban los logros duramente conquistados de los fundadores no tienen derecho a hacerlo a menos de que estén listos a trabajar por la libertad. No tienen derecho de desgastar y desperdiciar la fama ganada a pulso de sus padres para cubrir su propia indolencia.”

“Compañeros ciudadanos, discúlpenme, permítanme preguntar, ¿por qué se me ha llamado hoy  a orar, en este día? ¿Qué tengo yo que hacer, o aquellos que represento, con su independencia nacional? ¿Es que los grandes principios de libertad política y justicia natural, encarnados en la declaración de independencia, se extienden hasta nosotros? Este cuatro de julio es suyo, no mío. Uds. pueden celebrar, yo lo lamento. Arrastrar a un hombre en cadenas hasta el templo iluminado de la libertad y pedir que les acompañe en himnos gozosos es burla inhumana e ironía sacrílega. Es que uds. ciudadanos, ¿se burlan, de mi al pedirme hablar aquí hoy día? ¿Preferirían que diga que el hombre está marcado para la libertad? ¿Que es el propietario en derecho de su propio cuerpo?  Uds. Ya lo han declarado.¿ Hay que argumentar sobre el error que es la esclavitud? . . .  hacerlo sería volverme ridículo y sería ofrecer un insulto a su entendimiento.  ¿Me corresponde decir que es un error convertir a los hombres en brutos, robarles su libertad, obligarlos a trabajar sin salario, mantenerlos ignorantes de sus relaciones con sus prójimos, golpearlos con palos, herir su piel con el látigo, cargar sus miembros con hierros, cazarlos con perros, venderlos en subasta, desgarrar sus familias, romper sus dientes, quemar su piel, someterlos por medio del hambre ante sus amos? ¿Me corresponde argumentar que un sistema así, marcado con sangre y manchado con mugre, es fundamentalmente errado?”

“En momentos como este se requiere ironía hirviente no argumentos convincentes Ah, si tuviera la capacidad y si pudiera alcanzar el oído de la nación, hoy en día emitiría una corriente viva  de ridículo mordaz, de reprobación explosiva, de sarcasmo avasallador, de severa reprimenda. Porque no es luz lo que se requiere, sino fuego, no es la llovizna leve, sino el trueno. Requerimos la tormenta, el huracán y el terremoto.” (la traducción es mía).

Un año antes, en el Ecuador, el 25 de Julio precisamente, Urbina abolía la esclavitud, aunque tuvo que compensar económicamente a los esclavizadores por hacerlo, suprimió también el cobro anticipado de tributos a los indios, fue duramente criticado por ello y respondió: «¿Estará en el corazón de la autoridad el mandar a reprimir a balazos por haber cedido a los consejos de su desesperación?».

Resulta interesante observar la indignación feroz que produce hoy en día la interrupción de los actos celebratorios de una nueva revolución fundadora, los montajes propagandísticos se desbaratan, las proclamaciones altisonantes se desmienten, las bendiciones gubernamentales van perdiendo su carácter filantrópico, que cede ante intereses ocultos,  la fiesta se ve interrumpida. Las palabras de Douglass nos advierten sobre los peligros del triunfalismo, sobre el atentado que es la celebración de la buena fortuna de unos ante otros, menos afortunados, y también del poder de la voz humana para reclamar, en este debate nacional en ciernes sobre libertad e igualdad, en que esos conceptos se ven desprovistos de género y de raza, el sentido del presente.

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