El golpe duro

Héctor Yépez
Guayaquil, Ecuador

Prohibido olvidar. En 2006 el correísmo habló —en parte con razón— de una “larga noche neoliberal” para llegar al poder. En 2014 habló de una “restauración conservadora”, para maquillar su estrepitosa derrota el 23 de febrero, cuando perdió no solo la alcaldía de Quito, sino en 9 de las 10 ciudades más pobladas del Ecuador. Y hoy, en el último capítulo de la novela correísta, nos hablan de “golpe blando” cuando cientos de miles de ecuatorianos, de toda ideología y clase social, hemos exigido rectificaciones económicas y políticas en la calle.

Después de ocho años y medio, todos conocemos la manía oficialista de acuñar muletillas para disfrazar las profundas realidades del país. Sin embargo, es evidente que aquí no hay ningún golpe en marcha. Ningún líder con peso político ha propuesto derrocar a nadie. Sería además absurdo, yendo de Guatemala a Guatepeor, pretender bajar a Rafael Correa para subir a Jorge Glas, Gabriela Rivadeneira o las Fuerzas Armadas. Por otro lado, el gobierno atribuye la teoría del golpe blando a Gene Sharp, autor sobre la resistencia pacífica y no violenta contra regímenes totalitarios. En la neurosis de Alianza País, entonces Gandhi debe haber sido golpista blando.

Lo que se dice, por tanto, es una tontería; pero lo que se calla no lo es.

Lo que pretenden ocultar es el golpe duro a la economía: ya está en paro nacional la construcción, la actividad que más empleo y movimiento genera en el país, no por las protestas ni el levantamiento indígena, sino por la incertidumbre ante las políticas económicas y tributarias del gobierno. Si no se construye, los obreros no trabajan, los miles de ciudadanos con “empleo inadecuado” que esperan en las calles el cachuelo del día no son contratados, las madres de familia no venden almuerzos y los tenderos se quedan colgados, en una economía donde, gracias a las salvaguardias y otras medidas, la inflación supera el 4% y convierte a Ecuador en un país revolucionario donde el dólar, en vez de subir como en el resto del mundo, sirve para cada día comprar menos.

Lo que pretenden ocultar es el golpe duro a la justicia social: mientras el régimen correísta gasta en elefantes blancos como Yachay, donde se inventó una ciudad de más de mil millones de dólares y pagan sueldos de casi 17.000 dólares con nuestros impuestos —montos que antes criticaban en el sector privado—, resulta que en los hospitales públicos no hay medicinas, los niños en el campo no pueden llegar a escuelas lejos de sus hogares y en Guayas no se draga el río pese a la amenaza de un fuerte fenómeno del Niño.

Lo que pretenden ocultar es el golpe duro a la democracia: no solo Rafael Correa es un golpista confeso que defendió el derrocamiento de Lucio Gutiérrez —pésimo presidente, por cierto—, sino que promovió un golpe a la Función Legislativa cuando destituyó, aliado con Elsa Bucaram en el Tribunal Supremo Electoral, a 57 congresistas reemplazados por los diputados de los manteles, y hoy promueve un golpe durísimo a la Constitución para reelegirse indefinidamente, estatizar la comunicación, quitarle derechos a los obreros en el sector público y militarizar la seguridad ciudadana, entre otras reformas.

En Ecuador hay golpes, sí, y bien duros. Pero el cuadrilátero de la propaganda oficial está al revés. En la realidad, quien da los golpes es Alianza País. Y quien los recibe es un pueblo que ya no tolera un solo puñetazo más.

* Héctor Yépez está en Twitter como @hectoryepezm

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