Alberto Dahik, ganador absoluto del debate

Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

Escucho al presidente Correa no muy contento con los resultados del debate económico del pasado miércoles. Y aunque no estoy seguro de los motivos que lo llevaron a impulsarlo, creo que tiene razón. Si el objetivo era convencernos de que la crisis no existe, no resultó. Si uno considera que a día seguido, el ministerio de Finanzas anuncia una reducción de seis mil millones de dólares en el presupuesto del próximo año resulta claro que atravesamos problemas serios. Si la intención era tranquilizar a los ciudadanos, creo que la preocupación se acentuó al escucharlo sostener que no hay ninguna recesión y que ha hecho todo bien. Ciertamente, el gobierno ganó poco o nada de este infrecuente ejercicio de apertura. Aunque creo que la noche terminó con un ganador indiscutible: el exvicepresidente Alberto Dahik.

Tras un exilio de veinte años, Dahik ha protagonizado el miércoles el más espectacular retorno a la vida pública que yo haya visto en los últimos treinta años. Tras dos décadas de ser representado por algo así como el arquetipo del mal, un neoliberal acusado de corrupción en el manejo de los gastos reservados, y sin los recursos histriónicos para aterrizar en un helicóptero en pleno suburbio de Guayaquil, al estilo Bucaram, Dahik ha desembarcado la noche del miércoles en el horario estelar de la televisión nacional para discutir de tú a tú con el líder supremo de la revolución.

Desde el primer retorno de Bucaram no se veía algo semejante. Con la ventaja de que si bien el líder de los pobres había sido amnistiado por el Congreso Nacional, ahora el papa de la derecha y el ajuste, nada menos que el ministro de Finanzas de Febres Cordero, ha sido absuelto por el sumo pontífice de la izquierda. No cabe una absolución mayor. Si el objetivo del debate económico era la rehabilitación pública de Alberto Dahik, creo que se ha conseguido con creces.

La pregunta que cabe es para qué Correa quisiera rehabilitarlo. Y por qué precisamente pocos meses antes de que empiece la campaña electoral. No será la primera vez que un gobierno o un partido intenten crear una candidatura que divida el escenario electoral de la oposición. Lo intentó, por ejemplo, en 1988, el presidente León Febres Cordero, trayendo de Panamá al entonces exalcalde de Guayaquil Abdalá Bucaram (a quien él mismo había exiliado) para dividir el electorado del opositor Rodrigo Borja y permitir el triunfo de Sixto Duran Ballén, entonces candidato oficial. ¿Ha planeado el gobierno la candidatura de Alberto Dahik para dividir al electorado de Guillermo Lasso? La idea no es extraña en un un escenario en que pareciera que el régimen quiere poner al presidente de Barcelona o al rector de la Universidad Andina. ¿Por qué no habría de escoger también al candidato de la oposición?

La historia, sin embargo, demuestra que los escenarios pueden ser más complejos y que nunca un solo hombre puede controlar todas las variables. En 1988, por ejemplo, el resultado fue que el candidato oficial quedó tercero. Abdalá Bucaram, a quien el gobierno había permitido regresar para perjudicar a Borja, superó al propio Durán Ballén, a quien sacó de la contienda, y terminó en segunda vuelta con el líder de la Izquierda Democrática. Años después, una situación similar terminó mucho peor. En 1990 Jaime Nebot votó a favor de la amnistía de Abdalá Bucaram, quien regresó para ser candidato y quedar tercero. En 1994 llegó incluso a acordar con Nebot lo que se conoció como el «pacto de la regalada gana», entregando la presidencia del Congreso al PSC y legitimando a Bucaram como actor político. Entonces nada hacía presagiar que Bucaram podía lograr más que dividir a la izquierda. Al final, terminó derrotando al propio Nebot y ganando la presidencia de la República.

Con la distancia de los años, uno podría pensar que ese fue el momento en que se jodió el Ecuador. Cuando Bucaram le ganó a Nebot y empezó el siniestro ciclo de tumbar presidentes que ha devenido fatalmente en la elección de Correa. Pero esa es otra historia. Y ahora nos ocupa esta. Una en la que no es difícil prever que el estallido de la crisis pueda deteriorar a tal punto al régimen, que en 2017 estemos espectando una segunda vuelta entre Guillermo Lasso y Alberto Dahik. Sí, sé que suena como una locura. Pero lo mismo pensábamos cuando alguien decía que Bucaram podía ganarle a Nebot. Al final, a veces la historia parece una sucesión de sucesos impredecibles. Vale.

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