Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador
Me pide una querida amiga que le explique por qué creo que Guillermo Lasso es el candidato más opcionado para enfrentar a Rafael Correa en las próximas elecciones presidenciales de 2017. Creo que todos damos por sentado que efectivamente la Asamblea Nacional aprobará las enmiendas constitucionales y que el Presidente se postulará para un cuarto mandato. Y sostengo también que, como nunca antes, el futuro de la democracia está seriamente en cuestión con el resultado de esos comicios. No se trata de ir a las urnas una vez más. No es lo mismo de siempre. No. Se trata de asistir a la consolidación de un régimen autoritario que podría no terminar en muchos años o de la recuperación de la libertad. Y por eso he decidido compartir mis reflexiones también con ustedes.
Debo empezar señalando que Guillermo Lasso no solamente tiene los atributos para ser un buen presidente sino que de momento es la única opción en la oposición. No entenderlo puede ser fatal. El alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, uno de los más serios y carismáticos políticos que ha dado el país en las últimas décadas, ha reiterado incesantemente que no será candidato. Y yo creo que no hay ningún motivo para pensar que no esté diciendo la verdad. El alcalde de Quito, Mauricio Rodas, quien también ha señalado que no optará por las presidenciales, parece tan abrumado con rescatar Quito del estado en que la sumió la administración anterior, que simplemente no podrá presentarse. ¿Alberto Dahik? Bueno, yo sospecho que Dahik es el candidato opositor preferido por el gobierno. De tal manera que en estos momentos, creo que no hay nadie más que este hombre que ya quedó segundo en las últimas elecciones presidenciales, y a quien las encuestas señalan nuevamente en el segundo lugar.
¿Que no es carismático? Ciertamente Guillermo Lasso no acostumbra bailar en las tarimas, y no parece bueno para el canto. Ni siquiera insulta. Se ha limitado a recorrer el país para fortalecer su movimiento político, y difundir su diagnóstico para salir de la crisis, que puede sintetizarse en dos frases: libertad con justicia social. Casi el mismo eslogan que Rodrigo Borja en la década de los ochenta, solo que al revés, haciendo énfasis en lo que ahora hemos perdido. ¿Que eso no es suficiente para ganar elecciones? ¿Que para llega al poder se necesita cantar con los Iracundos, bailar a brincos, e insultar a los opositores? Hay dos ejemplos históricos que demuestran lo contrario.
En 1988, el flemático doctor Rodrigo Borja, un líder serio donde los ha habido, derrotó en las urnas al carismático Abdalá Bucaram, el hombre que clamaba que votar por él era como rayar un Mercedes Benz y que acusó a su oponente de tener “el esperma aguado”. En 1992, Sixto Durán Ballén, un venerable anciano y aristocrático exalcalde de Quito, venció al joven y enérgico Jaime Nebot Saadi, un magnífico orador apoyado por la maquinaria del poderoso Partido Social Cristiano. Esa es la importancia que ha tenido el carisma en las elecciones en Ecuador a través de la historia. Nada que no se pueda vencer con firmeza, valentía y credibilidad.
Y yo creo que Lasso, como Borja en 1988, como Durán Ballén en 1992, goza de esos atributos. Si no está seguro le propongo un ejercicio. Compare usted a Lasso con cualquiera de los presidentes latinoamericanos actualmente en ejercicio. No voy a hacer trampa mencionando a Nicolás Maduro. Pero pongámoslo frente a la historia de Ollanta Humala, el exsoldado que hoy gobierna con éxito al Perú. O a la de Cristina Fernández de Kirchner. O a la de Enrique Peña Nieto. No solo creo que Lasso ostenta mejores credenciales para gobernar, sino que su historia me parece más atrayente: la de un hombre de clase media, que sin recursos para ir a la universidad, empieza a trabajar desde muy joven, hasta convertirse en uno de los hombres más ricos del país.
¿Suerte? Quizás, mucha. Inteligencia, disciplina, dedicación, seguramente. Su historia es la de un hombre que se hizo a sí mismo. Graduado en el San José La Salle, el mismo colegio en que se educó (apenas con una década de diferencia) Rafael Correa. Proveniente de la misma clase media guayaquileña. Pero con actitudes diametralmente opuestas ante la vida. Sé que los escenarios políticos pueden cambiar de un momento a otro, pero honestamente, yo no veo en este instante, la tarde del viernes 6 de noviembre, otro político con la decisión, y la capacidad para llegar a una segunda vuelta con Correa (como Macri ha logrado en Argentina) y finalmente derrotarlo. Y sostengo que, como ha ocurrido también en Argentina, ni siquiera es necesaria la candidatura única, como todos claman. Creo que es mi deber decirlo en voz alta. Y también mi derecho.