Las patiñadas del canciller Guillaume Long

El extranjeramente célebre canciller Guillaume Long encabezó la delegación ecuatoriana y no perdió la oportunidad para delinear una falsa realidad latinoamericana, producto de sus alucinaciones empedernidas y de su oscura visión de la geopolítica, marcada por su profundo ¿desconocimiento? del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. En definitiva, América ha sido silenciada por el lobby de algunos gobiernos payasos y corruptos, los derechos humanos se consolidaron como plato de segunda mesa y Venezuela lució, sin cuestionamientos, el disfraz de una democracia.

Durante décadas, la diplomacia ecuatoriana enarboló una larga y sólida tradición de defensa y promoción de los derechos humanos. Hace poco un artículo de Hernán Pérez Loose reflexionaba sobre el abandono de la doctrina Roldós, un código de conducta entre las naciones de América Latina para la defensa de estos derechos. No hemos abandonado esa doctrina, la hemos destruido hasta que nada quede de ella. La revolución ciudadana ha significado el más nefasto y doloroso retroceso en el sentido de contar con una diplomacia que defienda, en el mundo, las más elementales prerrogativas de los individuos y los pueblos, así como el régimen democrático que los garantiza.

Guillaume Long es la punta del iceberg de una época de decadencia que se ha cernido, macabramente, sobre nuestra política internacional. Long no deja de mentir y dibujar, en foros internacionales, realidades que no existen. Y es que es impensable que un PhD con su preparación académica y experiencia ignore, de tal escandalosa forma, los atropellos que existen en el Ecuador y, además, el mismo funcionamiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH). Su ignorancia es premeditada y maliciosa. Hay pruebas para refutar cada una de las mentiras que vertió en la última Asamblea General de la OEA. Hay pruebas para dejar en claro que Long, lo único que dijo en sus intervenciones, fueron patiñadas.

Propone Long fortalecer el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, cuando lo único que ha hecho el Ecuador es intentar debilitarlo. Long dice que el Estado entregó en el 2014 a la Corte Interamericana una contribución “sin ningún tipo de condicionamiento ni direccionamiento”. Falso. Ese aporte, de un millón de dólares, tenía la intención de catapultar la candidatura de Patricio Pazmiño a juez de ese Tribunal. Y lo lograron. Un candidato que, tiempo atrás, perdió su postulación a Secretario Ejecutivo de la CIDH y que fue inmensamente cuestionado por la sociedad civil del Ecuador (quizá por su desempeño sumiso como presidente de la Corte Cervecera). Hace años dijo Correa que la intención de su gobierno sí era meter las manos en la Justicia, en esa pretensión se incluye, por supuesto, a instancias internacionales con competencia contenciosa sobre el Ecuador. Y esa donación tenía, también, la intención de denostar el papel de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). ¿Por qué Ecuador donó un millón y medio de dólares a la Corte y nada a la Comisión?

Y es que el canciller Long, a nombre del Estado, acusa a la Comisión Interamericana de mantener una agenda politizada. Lo hace porque la posición oficial de la revolución ciudadana, desde que la Comisión dictó medidas cautelares a favor de Emilio Palacio y de directivos de diario El Universo, es destruirla. Hay un narcisista que no perdona a ese organismo haber interferido en sus caprichos dinerarios (Correa pedía, si mal no recuerdo, 80 millones de dólares de indemnización). Tan grande es el compromiso de Ecuador con los derechos humanos que el último aporte que hizo a la Comisión fue de 1500 dólares en el año 2011. Y Long se atreve a decir que es “inadmisible” que la CIDH se financie con aportes de organizaciones no gubernamentales y países extra hemisféricos. ¿De quién es la culpa de la crisis financiera de la CIDH, si no de los Estados miembros?

Long sostiene que la Unión Europea y la Unión Africana resolvieron los problemas de sus sistemas de derechos humanos dándole más importancia a la Corte. Y es que Long ignora –premeditadamente– la complejidad del Sistema Interamericano. La Comisión, que fue creada en 1959, es un órgano principal de la OEA y fue fundamental para denunciar las sistemáticas violaciones a los derechos humanos de las dictaduras del Cono Sur y Centro América. La Corte Interamericana se creó con la entrada en vigencia de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, en 1978, y sólo 22 países mantienen en la actualidad la ratificación de su competencia contenciosa. Hoy por hoy, el único organismo interregional que puede velar por los derechos humanos en todo el continente es la CIDH. Y lo hace.

Perdería yo mi tiempo en contarle al canciller Long la cantidad de vidas que la Comisión ha logrado salvar a lo largo de estas décadas. Perdería yo mi tiempo en relatarle cuantas víctimas de violaciones a sus derechos humanos han encontrado justicia en la tan denostada CIDH. ¿Recuerdan a Nelson Serrano, el ecuatoriano condenado a muerte en Estados Unidos? Pues él, gracias a las tan criticadas medidas cautelares de la CIDH, sigue vivo. Otro dato ignorado –maliciosamente– por el canciller del Ecuador.

Long sostiene que el Informe de la Relatoría Especial sobre Libertad de Expresión de la CIDH es “de pésimo nivel” y “resulta vergonzoso”. Les acusa, incluso, de plagio. ¿Qué dijo Long sobre la tesis colectiva de la familia Alvarado y aquella, fundamentada empíricamente en el Rincón del Vago, de Jorge Glas? No quisiera defender apasionadamente los informes de esa Relatoría. En mi opinión personal no se mencionan todos los casos. Pero es claro que, una vez más, Long vuelve a mentir. A Long le cabrea que una de las fuentes sean los propios medios de comunicación –¿?– y Fundamedios, una ONG que considera de oposición. Le molesta que hable ante la CIDH la fundación a la que los trolles correistas atacan cibernéticamente todo el tiempo, la misma fundación a la que la Secom intentó disolver para que se calle y también la que recibe, sábados si sábados no, los insultos del presidente de la República por criticar la violencia de sus ataques a periodistas.

Tampoco quiero, en esta columna, detallar los casos que se documental en el Informe de la Relatoría. Si tienen interés en ellos, pulsen aquí y busquen a partir de la página 144. “Tenemos un firme compromiso con la libertad de expresión, la libertad de prensa”, dice Long ante la OEA. Luego de leer ese informe (incompleto) o, simplemente, de vivir en el Ecuador con cierta atención y noción de la realidad, esas palabras sirven para que nos riamos a carcajadas.

Lo que sí me interesa es dejar, en palabra escrita, las grandes paradojas alrededor de Long. Uno de los casos que reporta el criticado Informe es, increíblemente, el de Manuela Picq. La profesora universitaria de origen francés (igual que Long) y corresponsal de la cadena Al Jazeera que fue golpeada y detenida por el Estado durante el paro nacional del 13 de agosto del 2015, luego de lo cual fue obligada a salir del país para evitar un tortuoso y desigual proceso de deportación. Ella era periodista y se empecinaron en callarla. Y era francesa. Dijeron, las huestes correistas, que no debíamos tolerar que una extranjera venga a hacer oposición en el Ecuador. Pero toleramos a un canciller, nacido en París y de padres europeos, que ha convertido la política internacional ecuatoriana en una representación teatral de sus pesadillas trasnochadas e inspiradas –con cierta supina degradación– en las novelas de John Le Carré.

El Ecuador que, insisto, en otros tiempos defendía la democracia y los derechos humanos, logró, junto a unas pocas satrapías y varios cómplices, desmantelar el intento del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, de aplicar a Venezuela la Carta Democrática Interamericana, pese a las –esas sí, absolutamente públicas y evidentes– sistemáticas violaciones a los derechos humanos que todos los días hay en Venezuela. Almagro encontró una conducta contraria a la Carta –obviamente– en el violento intento de Nicolás Maduro, el megalómano que habla con pájaros y muertos, de evitar el referendo revocatorio que la oposición exige. Ecuador, para vergüenza de los ecuatorianos, se ha empecinado en defender una dictadura corrupta y criminal, que ya tiene sobre sus hombros decenas de muertos y que ha destrozado la economía de uno de los países más ricos de la región.

Long se las jugó todo por Maduro y por el gobierno que representa las más grandes contradicciones de los autoritarismos latinoamericanos. Long intenta, obsesivamente, evitar el hundimiento de la seudo izquierda populista de América Latina. No se da cuenta de cuanto se parece a los violinistas del Titanic. Y Long también se contradice, sostiene que hay que fortalecer a la Corte Interamericana y defiende a Venezuela, un Estado que denunció la Convención Americana sobre Derechos Humanos (se salió del pacto) para que la Corte deje de entrometer sus narices en Caracas y no le vuelva a condenar por las violaciones sistemáticas que Hugo Chávez cometía contra su pueblo y que hoy Maduro ha superado.

En su periplo por Chiapas, cuando evocaba las hazañas del Subcomandante Marcos y soñaba con hacer la revolución, Long decidió que su destino era ser el nuevo hombre latinoamericano, como en la leyenda del Che. Había nacido en París, se había educado en Londres, había recorrido América Latina y procreado un hijo ecuatoriano. Su arrogancia, de europeo exótico, le llevó a defender, ciegamente y desde el Twitter, al gobierno de Rafael Correa y a denostar contra el imperio y la derecha internacional.

Por su dependencia emocional del proyecto correista ha priorizado los viejos dogmas de la Guerra Fría en la política diplomática, en desmedro de los derechos humanos en el continente. Superó en peligro, y con creces, al nefasto canciller Zuquilanda de la partidocracia y ha continuado, desde otra perspectiva estética, con el nefasto legado de Ricardo Patiño. Está lejos de evocar el prestigio y la capacidad política de cancilleres como Jorge Carrera Andrade, Alfredo Pareja Diezcanseco, Alfonso Barrera y muchos otros señores de las relaciones internacionales. Long no sabe que cuando sea viejo y evoque su paso por el Palacio de Najas, será imposible negar que mintió. Será imposible negar que Venezuela cayó en manos de un grupo de megalómanos capaces de cometer todo tipo de crímenes contra su pueblo. Será imposible negar que quisieron destruir el SIDH. Será imposible negar que persiguieron a periodistas y críticos. Entonces Long sabrá lo que muy en el fondo intenta ocultar: no es más que uno de esos europeos ebrios de exotismo, para los que América Latina es, por excelencia, una leyenda viva de guerrilleros e infiltrados de la CIA.

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