La noche totalitaria

Simón Ordóñez Cordero
Quito, Ecuador

A las 4:45 de la madrugada del 19 de agosto de 1936, cuando la noche aún cubría el camino que va de Viznar a Alfacar, la brutalidad y la intolerancia de los fascistas acabó con la vida de uno de los más grandes poetas españoles. Acusado de masón, homosexual y comunista, Federico García Lorca fue fusilado a la vera de aquel camino, al pie de un viejo olivo, bajo el tenue reflejo de la luna a la que tantas veces había cantado. Poeta de la noche, en su enorme poesía la nombra reiteradamente y muestra su profunda dualidad: la oscuridad que desvanece las convenciones sociales, que nos abre al amor y al erotismo, a los cuerpos desnudos apenas alumbrados por la luna, a la fiesta, a la belleza y el placer. Pero también nos habla de esa otra oscuridad que evoca el misterio, el miedo, la soledad y la muerte.

La vida de García Lorca fue talada en la noche, entre las sombras, pues la oscuridad, maravillosa cómplice de los amantes, es, al mismo tiempo, el mundo en donde se desenvuelven a sus anchas los asesinos y criminales.

En noviembre de 1938 se produjo el primer gran ataque de los nacional socialistas contra el pueblo judío. Cerca de un centenar de muertos, miles de capturados y una infinidad de negocios, viviendas y sinagogas, fueron arrasados por los nazis durante aquel episodio que luego fuera conocido como La noche de los cristales rotos. En el año cuarenta y uno, cuando la barbarie nazi ya se había desbocado, se promulgó la Directiva para la persecución de las infracciones cometidas contra el Reich. A ese decreto se lo llamó Noche y Niebla, pues ordenaba que las capturas de quienes luego serían conducidos a los campos de concentración y a la muerte, debían realizarse a esas horas, cubiertos por las sombras y la niebla.

Años después, en la década de los 70, en la soledad y la oscuridad de las noches del Cono Sur de América Latina, fueron sacados de sus hogares y apresados miles de ciudadanos que luego desaparecerían en manos de los aparatos de seguridad de Pinochet, Videla y otros criminales.

No es casualidad ni coincidencia que ello ocurriera de aquel modo. Los gobiernos dictatoriales y los regímenes totalitarios siempre se caracterizaron por la opacidad y oscuridad de sus prácticas. Seguramente asumen que aquello que ocurre en la oscuridad no se registra; que la noche es una especie de agujero negro que traga y sume en el olvido los grandes y pequeños crímenes, que los hace desaparecer para que quienes los perpetran permanezcan en la impunidad.

La Revolución Ciudadana también ha cometido sus atropellos durante la noche, cuando todos duermen. Eso hicieron cuando incluyeron artículos jamás discutidos en la Constitución de Montecristi, o cuando redactaron la infame sentencia de condena a Emilio Palacio y los accionistas de El Universo. La ilegal captura y posterior deportación de cientos de ciudadanos cubanos, el allanamiento de la vivienda de Fernando Villavicencio, las incursiones en las antiguas instalaciones de la desaparecida revista Vanguardia, también las realizaron en la oscuridad, en medio de las sombras.

Todos esos actos hablan de un régimen marcado por la oscuridad y por el manejo poco claro de la política. Pero hay un último hecho que da cuenta no sólo de esa opacidad propia de las dictaduras, sino que al mismo tiempo revela la vocación y los afanes totalitarios del régimen. Se trata de la arbitraria disolución de la UNE y del asalto nocturno a sus instalaciones.

Quienes han escrito y analizado los totalitarismos señalan que estos regímenes jamás se conformaron con captar todos los poderes del Estado; su objetivo siempre fue tomar y controlar el conjunto de la sociedad y abolir cualquier iniciativa individual. Desde esa perspectiva, cualquier organización, empresa o individuo independiente, constituían una grave amenaza para la consolidación del poder total, y en esa medida, debían ser sometidos o destruidos.

Los fascistas y los comunistas aniquilaron todas las organizaciones independientes pues de ese modo, atomizando a la sociedad, convirtiéndola en una masa de individuos atemorizados y solos, su dominio podía funcionar libremente. Arrinconar a los individuos, confinarlos a la soledad y el silencio, romper los lazos sociales y familiares, fue práctica común de los totalitarios pues ello equivalía a suprimir sus capacidades políticas y de resistencia.

Eso es lo que nos muestra la historia de los regímenes totalitarios, y es en el marco de esa voluntad por tomarse la sociedad que podemos entender lo ocurrido con la UNE. Pero también es esa voluntad la que está detrás del Decreto 16, a través del cual se sometió al control de los funcionarios de Alianza PAIS, específicamente de la Secretaría de la Política, el funcionamiento de todas las organizaciones no estatales, desde la más insignificante asociación o junta de vecinos, hasta las ONG con financiamiento internacional. La creación del Quinto Poder —cínicamente llamado de Participación Ciudadana—, la Ley de Comunicación y la de Universidades, también forman parte de ese entramado jurídico y burocrático orientado a tomarse todos los espacios de la sociedad para controlarlos, someterlos y destruirlos.

Y, para completar ese proceso, han recurrido a la conformación de organizaciones paralelas (de maestros, trabajadores, indígenas, campesinos, incluso de sectores productivos), tal como en su momento hicieron los nazis. Hannah Arendt lo cuenta en Los Orígenes del Totalitarismo: “Conforme con su reivindicación de una dominación total, se considera que cada grupo singular organizado de la sociedad no totalitaria presenta un reto específico que exige que el movimiento lo destruya; cada uno de esos grupos precisa, por así decirlo, un instrumento específico de destrucción. El valor práctico de cada organización surgió a la luz cuando los nazis conquistaron el poder y se mostraron inmediatamente dispuestos a destruir la organización existente de maestros mediante una organización de maestros, los existentes colegios de abogados mediante una organización de abogados controlados por los nazis, etc. De la mañana a la noche pudieron cambiar toda la estructura de la sociedad alemana y no solamente la vida política, precisamente porque habían preparado su duplicado exacto dentro de sus propias filas.[…]La dominación total no permite la libre iniciativa individual en ningún campo de la vida, ni ninguna actividad que no sea enteramente previsible”.

Pero las cosas no quedan allí. El crecimiento de la participación del Estado en la economía y la abrumadora maquinaria de control que hoy se ejerce sobre el mundo de los negocios y actividades privadas, también contribuyen a ese proceso de atomización social y al arrinconamiento de empresarios e individuos. A excepción de algunos grandes grupos económicos que reciben grandes beneficios y prebendas gubernamentales, la mayoría de empresarios han sido acorralados, y, frente a la amenaza, han optado por el silencio y la parálisis.

Un Estado que abarca más del 40% de la economía nacional, tiene la capacidad de subordinar y controlar a los demás sectores de la economía y se convierte en un enorme empleador. Dentro de la lógica totalitaria, ello constituye un enorme dispositivo de control social pues la sobrevivencia de las empresas y el empleo de los individuos quedan subordinados a la voluntad del poder y de los funcionarios que lo detentan. Un aparato estatal de esas dimensiones no sólo extrae y se apropia de los recursos generados por el conjunto de la sociedad, sino que a la vez se convierte en una enorme maquinaria de extorsión y chantaje.

Un ejemplo siniestro es lo que pasa en el mundo de mis antiguos colegas, es decir, de la gente que trabaja en el mundo de las ciencias sociales y que normalmente solía ser bastante crítica con el poder. El sometimiento o desaparición de las ONG y el control casi absoluto sobre las universidades, redujo drásticamente sus posibilidades de encontrar trabajo y los condujo al empleo burocrático. Para hacerlo, muchos han optado por el silencio, o, en el peor de los casos, por constituirse en oscuros colaboracionistas del régimen. En los tiempos que corren, cubrir esa necesidad intrínsecamente humana que es trabajar para vivir requiere de enormes claudicaciones personales.

El panorama es bastante desolador y a la luz de las últimas acciones del Gobierno nada indica que algo pudiera cambiar. Por el contrario, el desquiciamiento del Presidente y los incesantes atropellos que cometen, muestran que no se detendrán ante nada, a menos que una sociedad activa y organizada los frene.

Hace muy pocos días se cumplieron ochenta años de la muerte de García Lorca. Sus asesinos fueron los partidarios de Francisco Franco, aquel militarote que se hiciera nombrar “Generalísimo de las fuerzas nacionales de tierra mar y aire” y que gobernó España durante cuarenta años. Franco concentró todos los poderes, asesinó y encarceló a millares de opositores y sumió a España en una larguísima noche totalitaria, marcada por la violencia, las políticas antiliberales, el nacionalismo y el conservadurismo más extremo. Sus delirios megalómanos lo llevaron a considerarse insustituible, a ostentar poderes omnímodos y a gobernar hasta su muerte. Durante la dictadura franquista, España se convirtió en una sociedad gris y conservadora, atemorizada por el tirano que todo lo podía, pues su poder lo abarcaba todo, incluyendo jueces y militares.

Pese a los diez años de Revolución Ciudadana y a la voluntad del Presidente y sus acólitos, en el Ecuador no se ha consolidado un régimen totalitario. Sin embargo, la concentración del poder en un solo hombre ha llegado a niveles intolerables y existen elementos suficientes para concluir que la consolidación de un proceso de esa naturaleza podría ser únicamente cuestión de tiempo. Si permitimos que el Generalísimo ecuatoriano o alguno de sus lugartenientes permanezcan en el poder más allá del próximo año, la noche totalitaria llegará irremediablemente.

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