La Feria del Libro de Quito, o una masturbación a Fidel Castro

“Asumo la responsabilidad que se me encomienda con la convicción de que el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana es uno solo: Fidel es Fidel”. Recordaba ese discurso de Raúl durante mi visita a la Feria Internacional del Libro de Quito, la semana pasada. Al cruzar las puertas del Museo Nacional, en el edificio de la Casa de la Cultura, lo primero que vi era una exposición fotográfica de Roberto Chile titulada ‘Fidel es Fidel’.

Al comentar este hecho con amigos, un importante escritor quiteño me dijo: “Esto no sucede ni en La Habana”. Más allá de la devoción del propio Raúl por su hermano y de que la revolución sigue teniendo a Fidel como su macho cabrío, lo cierto es que Cuba logró un acercamiento decisivo con los Estados Unidos y que en los últimos años ha iniciado un necesario proceso de apertura económica, indispensable para sobrevivir. En La Habana, cada vez más pragmática, Fidel es una receta del pasado. En Quito, una masturbación nostálgica y payasa.

La pertinencia de una muestra fotográfica de esa naturaleza es, no solo cuestionable, sino repudiable. Más aún cuando el país invitado era Cuba. El Ministerio de Cultura del Ecuador, con esa exposición, demostró un enorme desprecio por la historia de la literatura cubana. Asistimos a una Feria del Libro sobre Cuba, sin muchos de los grandes escritores cubanos. Sin la literatura cubana del exilio. Sin la literatura cubana condenada al ostracismo. Sin Leonardo Padura. Sin Pedro Juan Gutiérrez. Sin Zoé Valdés. Sin Alejandro Querejeta. Peor aún, una feria que enaltecía al principal verdugo de los grandes escritores cubanos.

Vale la pena consignar los títulos de las fotografías que rendían culto a la personalidad del más despótico dictador vivo del hemisferio occidental: Contra la guerra, La estrella de Fidel, En favor de la paz, Iluminar, Hasta siempre, Hasta la victoria siempre, A la luz del Che, Absuelto por la historia, Comandante en jefe, Guerrillero del tiempo, Fidel es Fidel, A la luz de Martí, Eterno Baraguá y Las manos de Fidel. No hace falta ver las fotografías para imaginarse su composición: Fidel puesto en la perspectiva de un Dios.

Mientras miraba las fotografías, fue inevitable para mí recordar el ensañamiento contra Guillermo Cabrera Infante, muerto en el exilio y en el total olvido en su Cuba natal. En su último libro póstumo, ‘Mapa dibujado por un espía’, relata la tristeza, amargura e indefensión que sintió los cuatro meses y medio en que quedó atrapado en La Habana, tras caer en desgracia ante los ojos de la revolución por el delito de pensar. Pensé entonces en Virgilio Piñera, otro gigante escritor cubano y latinoamericano, condenado al olvido por la dictadura en virtud a su condición de homosexual y a que era una mente libre que pensaba.

Me acerqué al pabellón de Cuba y pregunté por los libros de Cabrera Infante y Virgilio Piñera, no había. Para encontrar a Reinaldo Arenas tuve que llegar hasta el pabellón del Grupo Planeta. En realidad, jamás los habían llevado al pabellón de Cuba. Sí habían llevado unas pocas copias de ‘Paradiso’ que, como era de esperarse, se acabaron de inmediato. Entonces también pensé en su autor, el que fue, quizá, el más grande escritor cubano del siglo XX, Lezama Lima. El mismo Lezama Lima que murió en la pobreza absoluta, en la desgracia, en el desprecio, en el ostracismo, en el olvido. A él, su obra, sólo su obra, lo redimió.

Quiero retomar la ausencia de Leonardo Padura. Es inconcebible pretender que pueda existir una Feria del Libro dedicada a Cuba sin el más importante escritor cubano de nuestra época, que tuvo el valor de quedarse a vivir en La Habana al igual que Pedro Juan Gutiérrez. Creo que entiendo la razón por la que no lo habrían invitado o, simplemente, por la que no vino a Quito. Leonardo Padura no es sólo un genio, es algo más. Algún día ‘El hombre que amaba los perros’ será considerado el libro esencial de la literatura cubana de este tiempo. Y será entendido como el más descarnado relato sobre la pesadilla autoritaria que nació con la revolución rusa, que condenó a muerte a millones de vidas en todo el planeta y que encontró en una isla del Caribe su último refugio. Padura es uno de los indispensables cronistas vivos de la historia humana y sus desembarcaderos.

Fidel Castro fue el verdugo de todos los escritores, de toda persona capaz de pensar por sí misma. Incluso fue verdugo de sus bufones, como Roberto Fernández Retamar, Nicolás Guillén y el mismo Alejo Carpentier, los dos últimos grandes escritores, convertidos en esbirros de una pesadilla autoritaria. Fidel fue su verdugo en el sentido de que sacó lo peor de ellos. Y de muchos otros escritores latinoamericanos, desde García Márquez hasta nuestro Jorge Enrique Adoum y otros ecuatorianos que, todavía, hablan de Fidel con la mirada brillosa ante la evocación de su nefasto comandante.

La de Quito, fue una Feria del Libro sin Alejandro Querejeta, un gran escritor, periodista e intelectual cubano a quién el Comité de Defensa de la Revolución persiguió y condenó a la marginalidad por su poesía. La revolución cubana ha despreciado, desde siempre, todo lo que tiene que ver con la belleza. Ha sido una revolución salvajemente antiestética. El Ministerio de Cultura no invitó a Querejeta pese a que está radicado en Quito y a que este año ha publicado una verdadera obra maestra sobre Juan Montalvo bajo el sello Planeta.

Luego de la expulsión colectiva de más de un centenar de cubanos, el gobierno de Correa ha dedicado su última Feria del Libro no a un país sino a un gobierno, a una dictadura que destruyó cientos de miles de vidas y que estuvo especialmente ensañada contra sus mejores escritores. El Ministerio contrató a pequeñas editoriales ecuatorianas para publicar libros de autores cubanos, que el mismo Ministerio seleccionó. ¿Cuál fue la política editorial detrás de esas publicaciones? ¿Se habla en ellas de la diáspora, de los presos políticos, de la persecución a homosexuales y católicos, del control sobre la prensa? ¿Se consideró publicar a Yoani Sánchez, la principal periodista independiente que tiene la isla?

En realidad, fue un desastre de feria por su concepto. Incluso cambiaron la sede cuatro días hábiles antes de la inauguración: me atrevo a suponer que no la hicieron, como estaba planeada, en el antiguo aeropuerto para no tener nada que ver con la alcaldía de Rodas. Por honor a la verdad, debo decir que hubo un par de funcionarios del Ministerio de Cultura que fueron extremadamente eficientes y demostraron una mente abierta, para ayudarme a coordinar las entrevistas que deseé hacer a escritores internacionales. Pero la feria es mucho más que dos funcionarios correctos. La Feria, desde su concepto, fue drásticamente política, ideológica, megalómana y nostálgica. No se invitó a muchos de nuestros mejores escritores contemporáneos, la mayoría de los cuales han sido críticos con el gobierno de Correa. Por su puesto, estuvieron invitados algunos cómplices y encubridores del régimen.

Fue, quizá, la última Feria del Libro organizada por la satrapía. Comenzó como una gran iniciativa hace nueve años, que intentó lograr que Quito se conecte con la cultura del libro en América Latina y en el mundo. De hecho, hay algo muy rescatable: el nivel de asistentes da cuenta del interés que existe en nuestra sociedad por el libro. El hecho de poder acceder a tantos libros, a través de promociones, es muy positivo. Pero una feria dedicada a la memoria de Fidel Castro es realmente un vulgar despropósito y un acto de desprecio a la historia de la literatura cubana. A Fidel la historia no lo absolvió. Homenajearlo es un acto de lacaya masturbación. Nos queda la verdad, consignada en la nota de suicidio del escritor Reinaldo Arenas.

“Queridos amigos: Debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que Cuba pronto será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esta libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas des destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país. Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy.”

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