El 18 Brumario de Donald Trump

Más allá de estas casualidades superficiales nunca he sentido que el 18 Brumario de Luis Bonaparte, escrito por Marx, tenga tanta relevancia como en estos días llenos de desesperación y desesperanza. Así como Marx advirtió en su época en relación a Luis Bonaparte, es necesario no ver en el triunfo electoral de Donald Trump un acto de fuerza individual, no engrandecerlo, sino mostrar “cómo la lucha de clases creó las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”.

Mucho tiempo se ha gastado en mostrar lo grotesco y lo mediocre de Trump en base a sus comentarios sexistas, xenófobos, misóginos y llenos de ignorancia. Creo que tampoco es necesario argumentar por qué podemos afirmar que Trump es el héroe del ‘Make America Great Again’ para algunos estadounidenses (solo basta ver los pasionales comentarios de sus seguidores). Sin embargo, no creo que esto pueda reducirse a ese cliché de ‘cada pueblo tiene al representante que se merece’ y decir que lo que Trump es, es lo que Estados Unidos es.

Con el 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx pretendía colaborar a eliminar la idea de cesarismo para interpretar la realidad. Este concepto, según Marx, no toma en cuenta los cambios que introducen las condiciones materiales y económicas en la lucha de clases moderna. Creo humildemente que la victoria de Trump, en tanto hecho histórico particular, nos permite también comprender de mejor manera la lucha de clases en el capitalismo financiero global y superar algunas limitaciones marxistas con las que aún se piensa la lucha de clases, como si esta aún ocurriese en el contexto del capitalismo industrial.

Natalia Sierra hizo un muy acertado comentario en redes sociales en el que afirmaba que Trump y Clinton representaban dos tipos de capitalismos, uno globalizado y otro fundamentalista y nacional. Podemos ir más allá y afirmar que la disyuntiva entre Trump y Clinton representa respectivamente los intereses de la clase capitalista industrial nacional y la clase financiera global. Debemos, sin embargo, tomar esta diferencia con mucho cuidado, puesto que en la realidad los límites entre los intereses de ambas clases son más difusos de lo que se observa a primera vista. Lo que sí podemos afirmar es que la financialización de la economía ha implicado la subyugación del capital industrial y comercial a las demandas y necesidades de acumulación del capital financiero.

¿Cuál es el papel de los oprimidos en esta contradicción entre burguesía tradicional y élite financiera global? Si observamos la desagregación de los resultados de las elecciones, nos damos cuenta que Clinton tuvo una victoria rotunda en las zonas que representan a estas clases cosmopolitas, financieras y de la nueva economía: California, Nueva York, Washington, etc. Por su parte, Trump triunfa en la vieja zona industrial y rural que se ha visto sofocada por el capital financiero: Ohio, Wisconsin, Michigan, etc. ¿A quién sofoca el capital financiero? A los capitalistas industriales, comerciales y grandes agricultores. Gracias a la financialización de la economía, los shareholders y los inversores tienen más poder en la toma de decisiones sobre la industria, el comercio y la agricultura que los productores o comerciantes. Basta observar las restricciones, límites de producción, chantaje mediante la tasa de interés, etc. Pero, si la clase financiera oprime a las clases capitalistas tradicionales, ¿por qué los trabajadores, la clase oprimida del capitalismo tradicional, no apoyan a la clase que oprime a sus opresores aunque esta opresión sea en el nombre del capital y no de la revolución? Los trabajadores y agricultores apoyan a la clase que los ha oprimido a liberarse de la opresión del capital financiero. Los trabajadores estadounidenses hablan de una revolución contra Wall Street y las élites políticas y económicas que impulsan la globalización financiera. Lo que se imaginan como el acontecimiento más revolucionario es en realidad el más contrarrevolucionario.

¿Qué quiere decir todo esto? Simplemente que Trump logra explotar las contradicciones de clase porque se ubica en los núcleos principales de las correlaciones de fuerza. Trump logra articular, al menos en discurso, los intereses de la clase capitalista tradicional como si también fueran favorables para las clases trabajadoras y los grupos precarizados. De esta forma, mediante propuestas como la renacionalización de las industrias, la clase de los trabajadores considera que sus intereses son los mismos que los de la burguesía tradicional. Curiosa paradoja que puede ser expresada en otros términos: ¡Mi interés es que quienes me han explotado durante la mayor parte de la historia tengan libertad para explotarme como lo hacían antes! Esto significa volver al pasado en el que el capital industrial podía explotarlos sin tener que lidiar con la clase financiera. A esto es a lo que se refieren los republicanos cuando exclaman la necesidad de volver a la ‘economía verdadera’ (la de la producción) y rechazar la ‘economía virtual’ (la de la especulación financiera’).

Quizá este fenómeno representa la idea marxista del pasado actúa que como una pesadilla en el cerebro de los vivos: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.

No tenemos que creer ingenuamente que Trump representa a los trabajadores. Por el contrario, los trabajadores y los oprimidos están en el telón de fondo de esta lucha entre capital financiero y burguesía tradicional. No se logran constituir como clase social y articular sus intereses al menos parcialmente. Esa es la causa principal por la cual un personaje como Trump logra mostrarse como su mayor representante, como su héroe. Las propuestas de Sanders, aunque no revolucionarias y siempre criticables desde el punto de vista de esa izquierda que se da de ultra radical, parecían ser al menos un punto más favorable para la convergencia de los verdaderos intereses de estos grupos precarizados por el capital financiero y oprimidos por la burguesía tradicional.  Esto no quiere decir que Sanders sea la solución. Él sería otro personaje – aunque no ridículo como Trump – que juega el papel de héroe. En el 18 Brumario, Marx afirma que solo cuando una clase logra representarse a sí misma (Darstellung) desaparece la necesidad de ‘heroes’ o agentes de poder para representarla (Vertretung).

Las ideas que presento están lejos de ser completas. Lo que planteo es simplemente la necesidad de volver a la lucha de clases para comprender la política. Solo así podremos entender estos procesos en su complejidad y plantear soluciones viables. La reducción de los procesos políticos al plano discursivo ha provocado que tengamos un entendimiento limitado del problema. Claro está que la lucha de clases ya no debe ser entendida de la forma mecánica que planteaba el marxismo soviético. Hay que reconocer que dentro de esta lucha están otras luchas por la identidad, feministas, por los derechos de la naturaleza, etc. Sea como fuere, se necesita volver a Marx y, al mismo tiempo, ampliar sus alcances. Una cosa es clara: pensar en lucha de clases nos permite entender de mejor manera el fenómeno. No es casualidad que las protestas en contra de Trump se concentren en las ciudades globales y cosmopolitas de Estados Unidos, mientras que en las viejas zonas industriales hay ánimos para festejar entre industriales y trabajadores.

En el prólogo a la segunda edición, Marx cuenta que un librero que “se las daba de tremendamente radical rechazó con verdadera indignación moral la inoportuna pretensión” que constituía su libro. Espero que quienes se dan de tremendamente marxistas puedan perdonar esta pequeña inoportuna pretensión.

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