Las falacias zurdas y los redentores

Lo mataron porque un chico como él, rubio y de buen apellido, no podía tener otro lugar en el mundo que no fuera el de la vida normal, es decir, el de ir a la universidad y luego buscar éxito profesional. Lo mataron por ponerse al margen de la moda y el consumo, porque la “hidra capitalista” no admite entre los suyos a quienes se auto excluyen de su lógica, a quienes escapan del consumo ilimitado, de la producción y la explotación. Lo mató el inmundo sistema capitalista, ese que no admite las diferencias ni a los diferentes, y su muerte fue un “acto pedagógico”, destinado a mostrar a todos que las personas de su estrato social no tienen derecho a ponerse al margen del sistema.

Palabras más o palabras menos, esos fueron los argumentos que aparecieron en las redes sociales y que posteriormente una activista e intelectual de izquierda se encargaría de sistematizar para explicar la terrible y dolorosa muerte de Samuel Chambers, ese bello muchacho que usaba túnicas y ropas de colores, que cuidaba y protegía animales desamparados, que deambulaba por las calles de Quito sin hacerle mal a nadie, y cuyo cadáver apareció en una ladera de Guápulo, a escasos metros de una precaria vivienda que había construido con sus propias manos.

Efectivamente, Samuel era un chico diferente, y su diferencia posiblemente molestaba a algunos imbéciles fanatizados, neo nazis quizá, que según se supo lo agredieron en días previos a su muerte. Pese a ello, hasta el día de hoy aún se desconocen las circunstancias exactas de su muerte y tampoco hay certeza ni se puede afirmar nada respecto de quienes efectivamente fueron sus asesinos.

El hecho de que no exista ninguna certeza sobre la muerte de Samuel, no impidió interpretaciones tan irresponsables como la citada, y ello es así porque para los zurdos los hechos no cuentan ya que sus verdades están construidas de antemano. Y por ello, este doloroso episodio fue manipulado ruinmente para sostener todos aquellos disparates que glosé al inicio y que únicamente buscan acusar al capitalismo y al liberalismo de todos los males existentes.

La profunda arbitrariedad de tal argumentación deja muchos cabos sueltos y contradice la lógica. Si el capitalismo neoliberal, ese que en palabras de Byung-Chul Han es el “desierto o el infierno de lo igual”, lo mató por no tolerar su radical diferencia, ¿cómo nos explicamos que sea precisamente en las sociedades de mayor desarrollo capitalista en donde la convivencia y la tolerancia entre diferentes sea más patente? ¿No son acaso Nueva York o Ámsterdam, por citar dos ejemplos, las ciudades en las que conviven distintas razas, infinidad de religiones, minorías de todo tipo, o donde habitan libremente los seres más excéntricos? ¿Acaso no son esas sociedades las que permiten la convivencia de grandes empresas con comunidades dedicadas al autoconsumo y a los cultivos orgánicos? ¿No es precisamente en esas sociedades en las que surgieron, y aún viven, las comunidades hippies, es decir aquellas que se pusieron al margen del consumo y que se apartan y desprecian el “sistema”? Las respuestas a esas preguntas son evidentes para todos, menos para esa intelectualidad que únicamente quiere ver aquello que confirma sus dogmas.

Si nos remitimos a la historia la cosa es aún peor. ¿O acaso no recuerdan cómo se trataba a los diferentes, desde minorías sexuales a grupos religiosos, en la China de Mao, en la Cuba de los Castro o en la Camboya de Pol Pot? ¿No se acuerdan que fue en esos países, con regímenes socialistas, en los que se construyeron campos de trabajo y reeducación a donde iban a parar y se confinaba a todos los diferentes y a los que discrepaban con esos gobiernos? ¿No es acaso Corea del Norte el país en el cual se desarrolla ese experimento macabro de uniformización social y de eliminación de toda diferencia? ¿No es lógico pensar que Samuel Chambers hubiese ido a parar a un campo de reeducación si hubiese nacido en alguno de esos países? Son preguntas retóricas, pero las uso precisamente para mostrar el absurdo maniqueísmo de aquella argumentación pues en ese discurso se elude una cuestión fundamental: son las sociedades en las cuales el colectivismo prevalece por sobre el individuo en donde no se tolera la diferencia y se elimina a los diferentes. Sin ir más lejos ¿no es acaso en las comunidades indígenas en donde se rechaza a todo aquel que se aparta de las costumbres, la vestimenta o el idioma propio de esas comunidades?

Pero la izquierda no se rinde; sus militantes y sus intelectuales son impermeables a la realidad y a los hechos; retuercen los argumentos, invierten el sentido de las cosas; la izquierda deforma las verdades más evidentes, tergiversa los hechos, los acomoda a su discurso, no entiende los procesos o se niega a comprenderlos; no aprende de la historia ni asume sus responsabilidades sobre las grandes tragedias humanas que provocó a lo largo de del siglo XX e inicios del XXI. Se aferra, como todos las fanatismos, a dogmas de fe a través de los cuales interpreta el mundo, y desde allí actúa sin importar los costos que sus equívocos provoquen.

La izquierda desprecia el presente, lo hipoteca, y justifica crímenes y tragedias sociales a nombre de un futuro luminoso, que solo ella vislumbra y en el que solo ella cree. Inventa enemigos, traslada las responsabilidades. Sus militantes e intelectuales huyen de la realidad cuando esta no les da la razón y encuentran los argumentos más irracionales para sostenerse.

Se sienten moralmente superiores porque supuestamente a ellos no les anima ni el afán de lucro ni sus intereses personales; porque creen estar del lado de las mayorías, de los oprimidos. Sin embargo, cuando llegan a pequeños o grandes espacios de poder, se benefician cínicamente de ellos y encuentran cualquier argumento para justificar la corrupción de sus líderes. Quizá tienen buenas intenciones, pero no entienden ni cuáles son las causas de la pobreza ni como se puede salir de ella, y tampoco alcanzan a ver que los países que mejores logros han obtenido en el combate a la pobreza han sido justamente las sociedades cuyos sistemas económicos y políticos están en las antípodas de lo que es su ideario.

Se consideran luchadores por la libertad y la igualdad pero justifican los totalitarismos y las ideas que ponen a los colectivos por sobre el individuo y lo someten a nuevas servidumbres; les interesa más la igualdad que la pobreza y por ello escarnecen el lucro bien habido y la prosperidad de los países capitalistas así estos se acompañen de significativas mejoras en las condiciones de vida de gran parte de la sociedad.

El capitalismo, pese a quien le pese, ha mejorado sustancialmente las condiciones de vida de la humanidad. Eso lo puede comprobar cualquiera que, sin prejuicios, compare su vida y la de sus cercanos con la que tuvieron sus padres o abuelos hace cincuenta años. Pero si eso no fuese suficiente, hay datos que lo prueban: según un estudio de la Universidad de Oxford, en 1820 la pobreza extrema afectaba a más del 90% de la población, en 1950 se había reducido a un 75%, en nuestros días la población en esas condiciones equivale al 10%. Aunque los datos varían levemente, un estudio del Banco Mundial muestra la misma evolución: hacia 1930 la miseria afectaba al 70% de la población, en los sesentas había bajado al 37%, y hacia el año 2015 esta se situaba en el 10%.

En 1820 solo una de cada diez personas sabía leer y escribir, en 1930 uno de cada tres, en nuestros días el 85% de la población está alfabetizada. Cosa similar pasa en temas de salud: hace 200 años el 43% de los niños morían antes de cumplir 5 años y hoy eso ocurre con el 5%.

El mundo actual, qué duda cabe, tiene aún muchos problemas. Sin embargo, los datos expuestos muestran que hay una evolución permanente, y que esa evolución ha mejorado sustancialmente la vida de las grandes mayorías. La esperanza de vida al nacer casi se ha duplicado en este mismo período y, así Byung-Chul Han no lo perciba, las jornadas laborales se han acortado y han dejado mucho más tiempo para el descanso y el ocio. El fenomenal crecimiento de la productividad impulsado primero por la Revolución Industrial y, posteriormente por la Revolución Tecnológica, ha permitido un crecimiento poblacional que pasó de los 2500 millones en 1960 a 7300 en el 2015, sin embargo de lo cual existe menos pobreza y la mayoría de la población se alimenta y vive mejor. Esta es la verdad del capitalismo, un sistema que pese a todos sus problemas, evoluciona y es perfectible, y esa evolución y perfectibilidad se da en beneficio de toda la humanidad.

Sin embargo la izquierda es absolutamente refractaria a esta realidad. La rechaza y sigue apegada a las profecías marxistas; siguen pensando que el mundo se acerca al despeñadero, pues, según esa versión, los mecanismos objetivos e implacables del sistema capitalista conducen inexorablemente al hambre y la pobreza generalizada. Son apocalípticos y por eso siguen rechazando la realidad, porque si llegasen a aceptar la aplastante verdad de que la evolución y perfectibilidad del sistema capitalista es un hecho que ha beneficiado a toda la humanidad, ellos se quedarían sin piso, sin una fe militante sobre la cual sostener el sentido de sus vidas. La redención y los redentores, o lo que es lo mismo, la revolución y los revolucionarios, necesitan tener una visión apocalíptica del mundo para que sus discursos y propuestas tengan algún sustento. Si un sistema es capaz de mejorar día a día, si evoluciona en beneficio de todos, si, según lo muestra el estudio referido, 130 mil personas salen a diario de la pobreza, entonces el discurso redentor pierde todo sentido y seguir postulando la necesidad de la revolución social y la construcción del socialismo se convierten en una gran necedad. Aceptarlo ha tenido un costo enorme para quienes lo hemos hecho, y por eso dudo que esos intelectuales militantes algún día lo hagan pues dejar atrás nuestras propias mentiras en un paso que requiere valor y honestidad intelectual.

A respecto Primo Levi dice: “conforme se lo va repitiendo a los demás, pero también a sí mismo, las distinciones entre lo verdadero y lo falso pierden progresivamente sus contornos y el hombre termina por creer plenamente en el relato que ha hecho tantas veces y que sigue haciendo, limando y retocando acá o allá los detalles menos creíbles, incongruentes o incompatibles en el cuadro de los sucesos de los cuales dice estar enterado. El paso silencioso de la mentira al autoengaño es útil: quién miente de buena fe miente mejor, recita mejor su papel, es creído con más facilidad por el juez, el historiador, el lector, la mujer y los hijos […] acostumbrado a mentir públicamente, termina mintiendo también en privado, mintiéndose a sí mismo, edificándose una verdad confortable que le permite vivir en paz.” Así funciona esa forma de pensar, así engañan y se engañan a sí mismos. Y por eso preocupa tanto que los militantes zurdos que aún quedan en el actual gobierno y muchos de los grupos sociales que hoy lo apoyan, sigan postulando las quimeras refundacionales de Montecristi , y lo sigan haciendo a nombre de la redención, la revolución y el socialismo.

Más relacionadas