Total indignación

Cuando ya no parecía posible que ocurriera algo más que sumerja al país en el desconcierto; cuando se especulaba, nerviosamente, acerca de por dónde se inclinaría la balanza de los votos sobre la vacancia presidencial; cuando se hacían más claros, y escandalosos, los cabos del caso Lava Jato, de pronto se da la estocada casi final del torbellino político que nos envuelve. Y, cómo no, viene de los predios fujimoristas.

En una suerte de ajuste de cuentas entre hermanos, Fuerza Popular (FP) presentó ayer un video que registra, con el clásico estilo montesinista, las secretas conversaciones entre parlamentarios del grupo de Kenji Fujimori –Bienvenido Ramírez entre ellos– con Moisés Mamani, un parlamentario aún leal a Keiko. El objetivo evidente era jalar votos para evitar la vacancia de Pedro Pablo Kuczynski en diciembre.

Estamos, como a fines de los 90, frente a un momento crítico, sublevante, que muestra cómo se maneja buena parte de nuestra clase política, y cómo, en el terreno de los hechos, las decisiones que se toman tienen poco de altruistas y mucho de calculadoras. Que no sea dinero lo que en esos cónclaves penosos se estaba negociando, no quita dramatismo al momento ni justifica su ocurrencia sigilosa.

Se desliza de lo visto y escuchado que es la conveniencia lo que preside la acción, para hacer obras en las regiones y, finalmente, para negociar la permanencia de PPK en el poder. Las explicaciones del Ejecutivo, luego del escándalo, por boca de algunos de sus ministros, no han sido convincentes, han aparecido como inútiles formas de apagar un fuego que ya parece incontrolable.

Peor aún es constatar que el fujimorismo, en sus dos vertientes, sigue gravitando sobre el sistema político del país con sus viejas prácticas, con sus vendettas, con todo eso que dijeron, numerosas veces, que ya estaba exorcizado. Mamani mismo habría grabado el video, como si la salita del SIN reviviera, y Kenji Fujimori aparece como alguien dispuesto a ofrecer componendas retorcidas para alcanzar sus objetivos.

La renuncia de Kuczynski ya no era una opción nebulosa, difícil, sino tal vez lo más decente que le queda al país antes de que esto se agrave. Ex parlamentarios de su bancada, como Gino Costa, y ex ministros como Carlos Basombrío, así se lo exigen, en la conciencia de que esta cuerda ya no da para más, en la convicción de que cualquier “muralla china” o justificación se ha derrumbado.

La figura de Martín Vizcarra, el vicepresidente de la República, ahora sí cobra fuerza real. No puede renunciar ni evadir su responsabilidad. De acuerdo a lo que manda la Constitución, tiene que asumir su papel y sobre todo descifrar la enorme indignación ciudadana ante lo que ocurre, y que se expresa en el “que se vayan todos”.

El Perú tiene que continuar, por supuesto. Pero de ninguna manera en la clave de estos delirantes niveles de corrupción y oscurantismo político en los que estamos sumidos. Si no se fueron cuando salió del poder el fujimorismo, tendrán que irse ahora, con urgencia, y para eso se requiere un manejo político sereno, inteligente y, a la vez, contundente. La crisis es tan grave que ya no soporta medianías ni saltos para adelante.

  • Editorial del diario La República, de Lima Perú, publicado en el sitio de larepublica.pe el 21 de marzo de 2018.

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