Satya tiene dos madres, siempre las tuvo

En muy pocas palabras, gracias a un fallo de la Corte Constitucional una niña accede al derecho a la identidad, dos madres ejercieron su derecho a ser iguales ante la ley, una familia logró tener paz. Durante demasiados años en nuestro país el conservadurismo prejuicioso ha estado por encima del derecho. Esto, en parte, se superó. Ha pasado algo muy bueno en Ecuador.

Los temerosos de la “ideología de género” -una cosa aún menos real que el Monstruo del Lago Ness- han acuñado una frase “con mis hijos no te metas” sin pudor en avalar que se metan con los nuestros. El estado ecuatoriano se está metiendo con nuestros hijos cuando no les permite ejercer su derecho a la identidad, cuando permite que fundamentalistas coopten la educación del país con opiniones en lugar de hechos -recordando con vergüenza el Plan Familia-, cuando legisla olvidando que ante los ojos de la ley todas las personas son iguales, cuando desconoce la realidad.

El caso de Satya es uno de los muchos que demuestran que en el país el reconocimiento de la diversidad está en pañales, que las cosas ya no están tan mal, pero necesitamos que estén mejor. En estos casos lo que realmente importa son los menores de edad y desde cualquier perspectiva, que tenga como centro el interés de a los menores de edad, el caso de Satya es un triunfo. El estado ecuatoriano le estuvo negando a una menor su derecho a la identidad, la puso en riesgo y desconoció su realidad por seis años. Todo lo anterior lo hizo basado en prejuicios, no en hechos, no en normas. La sentencia de la Corte Constitucional le permite a una familia ejercer los derechos que cualquier otra familia ejerce. Nada más.

Como Satya, muchísimos niñas y niños tienen dos madres, dos padres. La familia, así como los individuos, son diversos. Lo son. El problema está en, como siempre, desconocer una realidad y pretender operar desde la falsedad. Habrá a quien no le guste que existan familias diversas, y están en su pleno derecho, pero que no les guste no las desaparece. Que nos las reconozcan no las desaparece. Han existido, existen y existirán. Es hora de aceptarlo, reconocerlo y comenzar a convivir pacíficamente con la realidad.

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