Dar cara al racismo

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

El sueño de Simón Bolívar de convertir América en un solo país sobre los principios de igualdad, solidaridad, libertad, hermanados todos por los mismos ideales, acaba de sufrir un serio revés causado, paradójicamente, por quienes aseguran ser los más fieles seguidores y defensores de aquellos ideales. Pero esto no sería muy grave, ya que el propio Bolívar murió amargado al entender que aquellos sueños eran imposibles de llevar a cabo. Lo grave es que la situación de violencia, hambre y miseria creada por esos regímenes nos ha puesto en presencia de un mal que nunca imaginamos que se podía dar entre nosotros: el racismo.

Las veces que en artículos anteriores me referí a la situación que se está viviendo en Europa a causa de los problemas creados por los refugiados que huyen de los desastres de la guerra, por un lado, y por el otro de la miseria y el abandono de los países africanos, no faltó gente que mostrara su desacuerdo alegando que aquello no era nuestro problema, que estaba sucediendo demasiado lejos y que por lo tanto no nos podía afectar de ninguna manera.

Pues sí: no nos afectan las oleadas de refugiados que intentan entrar a la Unión Europea ni tampoco los miles de muertos que se registran, todos los días, en aguas del Mediterráneo al hundirse las frágiles embarcaciones en las que las mafias embarcan a esta pobre gente en su desesperado intento de alcanzar las costas de Italia o España, los países más cercanos que tienen a mano.

No estoy muy seguro si la gente se da cuenta que ese problema se ha trasladado a nuestro continente a causa de las mismas razones y con las mismas consecuencias. Cambian los nombres, cambia la geografía, cambian los rostros pero los motivos son los mismos: la gente huye desesperada de la inseguridad, de la violencia, de los horrendos crímenes cometidos a causa de la irracionalidad de los gobernantes, del hambre, de la miseria, de la desprotección jurídica y las desatenciones de la salud.

Miles de personas hoy se encuentran huyendo de la violencia desatada por el presidente Daniel Ortega en Nicaragua, cuyo ejército de civiles mata a los ciudadanos comunes que han salido a la calle para protestar contra su gobierno. Los miles de nicaragüenses que decidieron buscar refugio en Costa Rica han despertado los sentimientos de odio al otro en su más nefasta expresión.

Es lo mismo que ocurre en Colombia, Ecuador y Brasil donde se han despertado sentimientos nacionalistas, racistas y xenófobos contra los venezolanos que huyen del régimen de Nicolás Maduro, quien también tiene sus civiles armados que disparan sin clemencia alguna contra la gente común que ha salido a la calle porque tiene hambre, porque no tiene medicina para curar sus enfermedades, y porque Venezuela se ha convertido en el segundo país más inseguro del mundo. Mientras escribo estas líneas, dos días después del nuevo plan económico lanzado por Maduro, el mismo ya está haciendo agua rumbo a un nuevo fracaso.

Mientras tanto, en los “países hermanos”, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, la gente ha salido a atacar a los refugiados y a incendiar sus pertenencias por considerarlos “indeseables.” ¿Sucede todo esto muy lejos de nosotros? En Brasil, el candidato que goza de mayor aceptación después de Lula, el ultraderechista Jair Bolsonaro, es un político conocido por su discurso racista y xenófobo.

Ni hablar, por último, de los nicaragüenses que han buscado refugio en los Estados Unidos y el supremacista Donald Trump los devolvió a su país de origen pero se quedó con sus hijos.

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