Cien años de Solzhenitsyn

César Vidal
Miami, Estados Unidos

Este mes de diciembre se han cumplido cien años del nacimiento de Alexander Solzhenitsyn. No me da la impresión de que se haya recordado. Solzhenitsyn fue la voz que gritaba en el desierto de un mundo que deseaba cerrar los ojos ante los horrores del comunismo. Héroe condecorado de la Gran Guerra patria contra el invasor nazi, fue detenido por unos comentarios negativos acerca de la conducción de las operaciones por Stalin y de resultas fue a parar al pavoroso GULAG, GULAG donde tuvo la suerte de quedarse en lo que él mismo denominó el primer círculo, es decir, aquellas prisiones donde los científicos trabajaban para la dictadura. Fue en aquel GULAG donde además Solzhenitsyn se encontró con Cristo y experimentó una profunda conversión.

Deportado a Asia central tras cumplir su condena, Solzhenitsyn sólo pudo comenzar a publicar durante el deshielo jrushoviano. Vio así la luz su «Un día en la vida de Ivan Denisovich». Luego vinieron el Premio Nobel de Literatura – uno de los más extraordinarios – la redacción de obras maestras como Pabellón de Cáncer, la recopilación de datos para su «Archipiélago GULAG», la expulsión de la URSS y el exilio en Estados Unidos. Incluso tuvo tiempo para pasar por España y recibir los ataques feroces de una izquierda fanática que no ha dejado de rebuznar totalitarismo en las últimas décadas. Posiblemente, eso explique el pavoroso silencio actual y el hecho de que no se haya traducido al español su obra maestra, «La rueda roja», que no tiene nada que envidiar a grandes ciclos novelísticos como La comedia humana de Balzac o la saga zoliana de los Rougon-Macquart.

Solzhenitsyn fue siempre muy incómodo. Primero, porque contó con detalle y precisión el pavoroso horror que significa la utopía predicada por el comunismo. Se trataba, pues, de una posición que no sólo molestaba a los comunistas sino también a muchos otros en Europa o Hispanoamérica que encontraban siempre motivos para disculpar las atrocidades soviéticas o las castristas. La segunda es que Solzhenitsyn era un cristiano convencido y sin complejos que insistió en que no existe esperanza para nuestro mundo apartado del anuncio del Evangelio. En Un día en la vida de Iván Denisovich el foco de luz en medio de las espesas tinieblas del Gulag lo proporciona precisamente un evangélico que ha sido detenido por reunirse en el bosque, que ha conseguido conservar una copia del evangelio de Mateo y que no duda en compartir su fe con otros reclusos.

En su Carta a los dirigentes de la URSS, Solzhenitsy se permitiría anunciar el desplome del imperio soviético y apuntar a que sin los valores bíblicos poca esperanza le quedaría a Rusia. En ese sentido, un Occidente basado en el afán de lucro nunca convenció a Solzhenitsyn y no le faltaban razones para pensar así. Esa fue la tercera razón de que resultara incómodo: no estaba dispuesto a contemplar al otro bando sin inteligencia crítica. Escribió páginas más que sensatas sobre las carencias democráticas de las democracias, sobre su ceguera ante el comunismo o sobre el deterioro de su cultura, páginas que son hoy tan actuales como en los años setenta y ochenta.

Finalmente, logró regresar a Rusia y allí dio muestra de una integridad intelectual notable. Se negó a dar opiniones sobre la gran nación antes de visitarla a lo largo y a lo ancho por no menos de un año. Tenía razón. Pontificar sobre algo sin conocerlo en profundidad no es sólo una falta de honradez. Es, por añadidura, una necedad.

Sus años tras el regreso a Rusia fueron extraordinariamente fecundos aunque ya se deseara poner sordina a sus palabras. Vaticinó que la intervención en Yugoslavia sería un desastre y no se equivocó. De aquella primera “intervención humanitaria” según la doctrina Blair-Clinton, nacieron varias naciones insignificantes y una república islámica en suelo europeo. Los tribunales han dictaminado ya hace tiempo que muchas de las acusaciones cacareadas por medios y políticos contra dirigentes servios eran totalmente falsas, pero entonces pocos aparte de Solzhenitsyn se atrevieron a anunciar lo que acabaría sucediendo.

Literariamente, Solzhenitsyn en esos años escribió además la mejor Historia de los judíos en la gran nación eslava – también inédita en español – y algunos libros magistrales de análisis de la realidad. Entre ellos se encontraba El colapso de Rusia que tuve el privilegio de traducir del ruso al español hace ya tiempo y que fue publicado en España por Espasa-Calpe. Solzhenitsyn fue un faro de luz y de honradez, de valentía e integridad, de arte puesto al servicio del género humano y de denuncia insobornable del totalitarismo y la falsedad. Resulta lamentable que casi nadie lo haya recordado en estos días en que los referentes éticos y morales son, prácticamente, inexistentes.

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