La lucha oculta de la ecuatoriana dos veces campeona mundial de bicicrós

Doménica Azuero

A sus 22 años, la ecuatoriana Doménica Azuero, dos veces campeona mundial de bicicrós y once veces campeona panamericana, ha llevado a las pistas algo más que su talento deportivo y desplegado, casi sin querer, una lucha oculta en un deporte mayoritariamente masculino.

Tenía siete años cuando, de camino a la escuela, vio a chicos en bicicletas con cascos y todo el equipo de bicicrós, mientras entrenaban en una pista de su natal Cuenca (sur).

«Antes, hacía ballet y modelaje por mi mamá, que le gustaba mucho. De ahí, cuando entré y conocí el bicicrós, me gustó tanto que mis papás tuvieron que meterme a la academia», dice Azuero en una entrevista con Efe, unos días después de haber ganado la Copa Latinoamericana en Quito.

Un amor a primera vista con una disciplina de alto riesgo que la llevó a los siete años a trepar en una bicicleta y, sin preparación alguna, lanzarse por la rampa de partida con el consecuente desplome, en lo que fue un aparatoso bautizo en el deporte.

Azuero se limpió entonces las lágrimas y volvió a la bici en lo que ha sido desde entonces un auténtico romance a dos ruedas.

Y así, a temprana edad comprendió que las caídas son enseñanzas que se deben tomar «de la mejor manera».

Un mes después ya la entrenaba un profesional, al que aún le agradece con creces que nunca le dispensara un trato complaciente por el hecho de «ser mujer».

«Me ayudó a seguir adelante, tuve que competir con hombres. Me ayudó a no tomar el papel de indefensa, el de débil sino el ser igual que ellos», comenta.

Cinco meses después llegaron los primeros triunfos: campeona latinoamericana en una competición en Ecuador y oro panamericano en Chile (2004).

«De ahí tuve once (oros) panamericanos y siete latinoamericanos consecutivos», enumera, y recuerda que en su primer mundial, a los ocho años, quedó sexta en Holanda.

Un año después se le escapó el oro en el mundial de Francia por caer a diez metros de la meta.

Campeona mundial en Brasil (2006) y Holanda (2014), Azuero ha participado en los últimos quince años en doce finales mundialistas e innumerables competiciones en una veintena de países, saboreando la amargura del machismo y la dulce sensación de la igualdad de género.

«Al principio fue muy duro. Los chicos en mi escuela me golpeaban, me decían que era marimacho. En la pista me hacían caer a propósito, me decían que me vaya a cocinar o a jugar con las barbies», recuerda de ese período.

Supone que los niños aprendían esos comentarios en sus casas porque «nadie nace machista» ni «con maldad», porque «cuando uno nace no sabe realmente nada».

Aprendió así que las mujeres deben «trabajar más duro para conseguir las cosas», convencida, no obstante, de que en la pista de BMX ambos sexos tienen «las mismas capacidades».

«El bicicrós siempre fue visto (como) un deporte de hombres» asegura Azuero, que a sus 22 años ha perdido la cuenta de las medallas obtenidas, todas ellas ahora en depósito con su hermana de 20 años, que practica ballet.

«Somos dos mundos distintos. Ella se emociona aquí (en las pistas) y yo me pongo a llorar cuando ella se presenta (en el escenario)», comenta la deportista, que por su pasión ha sufrido dos veces rotura de clavícula y numerosas lesiones de rodilla, muñecas, codo, mandíbula, hombro, tobillo y costillas.

Nada de eso la detuvo, ni siquiera la peor rehabilitación tras dañarse la mandíbula, que la obligó a alimentarse con líquido durante todo un mes porque no podía abrir la boca.

Su victoria el pasado fin de semana en la Copa Latinoamericana, es un paso más en su preparación para obtener un cupo de cara a las Olimpiadas de Tokio 2020, un proceso en el que solo este año tiene por delante catorce carreras, muchas en Europa.

Decidida, sencilla, alegre, amigable y sensible -al punto de emocionarse y parar la entrevista para acariciar a un perro que se le acerca-, Azuero tiene clara su responsabilidad en la lucha contra el machismo.

A las niñas que creen que ella es «como un robot» que no siente nada, les revela que también tiene miedo y nervios, que eso es «normal», pero que hay que superar las dificultades y avanzar.

Cree que aún «uno que otro» piensa que el bicicrós no es para mujeres, aplaude que el feminismo esté presente «en todo lado» y que desde diversos campos se combata el machismo de frente o de forma transversal como lo ha hecho ella, entre pedaleada y pedaleada. EFE

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