«Business as usual»

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Crece una suerte de frustración colectiva con el acercarse de las próximas elecciones. La sensación que se tiene es que ir a las urnas –más allá de renovar las dignidades seccionales– es como asentir con el estado actual de cosas. Es como aceptar que nada ha pasado, como si todo siguiese igual, como convertirnos en cómplices silenciosos de un sistema oprobioso, como un borrar lo sucedido, virar la página y continuar flotando al garete, llevados por la marea de los espectáculos y el viento de los escándalos. Para usar una expresión inglesa, seguimos business as usual, continuamos como siempre.

Después de haber vivido bajo una dictadura donde se cometieron las peores atrocidades en materia de derechos humanos, se robaron alrededor de 70.000 millones de dólares y se dilapidaron otros tantos miles de millones de dólares, no hay ni una sentencia definitiva, ni una sola, en contra de los miembros de la pandilla de maleantes responsables de estos abusos y, en particular, del capo di tutti capi que al parecer ahora ha regresado a la cátedra de ética pública. No solo que no se ha recuperado un dólar de lo robado sino que encima hay lavadores de dinero que se dan el lujo de firmar convenios con el Gobierno para devolverle al Estado (como gran favor…) parte de su fortuna mal habida en cómodas cuotas, y siguen muy campantes business as usual.

Algunos de los jerarcas de la mafia correísta dan ahora conferencias sobre las ventajas de los tratados de libre comercio –sí, ellos que sirvieron a un gobierno que satanizó dichos mecanismos–, mientras que otros mafiosos aparecen como legisladores juzgando la conducta de sus pares a pesar de tener glosas de la Contraloría o ser responsables en su momento de espionaje y chantajes políticos, todos ellos business as usual. La reciente decisión de un juez de aceptar un llamado habeas corpus preventivo –más allá de lo imaginativa que resulta la figura– es un deplorable recordatorio de que la justicia ecuatoriana –salvo escasas excepciones– no ha salido del pantanal en el que ha vivido por décadas sin atisbos de solución, business as usual.

Hasta ahora nadie sabe por qué los pilotos de los aviones estatales que viajaban a paraísos fiscales sin reportar a sus pasajeros no son llamados a declarar ante un juez, fiscal o una comisión legislativa. Tampoco por qué al exvicepresidente no se le inician los otros procesos penales. Ni se sabe cuál es el destino de los correos electrónicos que se enviaban y recibían los altos funcionarios del pasado régimen usando las cuentas gubernamentales; correos electrónicos que, como se sabe, son documentos públicos. ¿Fueron acaso eliminados?

Pasan los días, las semanas, los meses, y la mafia correísta, a pesar de los golpes recibidos –gracias en buena parte al periodismo investigativo y cortes del exterior–, parece seguir deambulando por los corredores de la vida pública nacional, como incrustándose en nuestra cotidianidad hasta que un buen día terminemos aceptando sus crímenes y robos, para seguir business as usual. (O)

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