Una sociedad sobornada

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Eso es lo que nos ha dejado el correísmo. Una sociedad penetrada y alimentada por el soborno. Sobornaron a la izquierda, sobornaron a la derecha. Sobornaron a los empresarios, sobornaron a los trabajadores. Sobornaron a los intelectuales, a los estudiantes, a los gremios. Sobornaron a la justicia, a la política, a la educación y a la oposición. Todos fueron sucumbiendo ante el soborno. (Claro que hubo excepciones, pero fueron eso, excepciones solamente…) Con la inyección gigantesca de dinero que corría complaciente por el tejido social, la sociedad en su conjunto y especialmente buena parte de sus líderes optaron por subirse al carro ganador del dinero fácil y la vorágine del consumismo inmediato. No les importaba que robara el jefe de la banda. No les importaba que los insultara. No les importaba sus vulgaridades, pequeñez y narcisismo. No importaron su ignorancia económica y perversidad política. Al final del día se terminó negociando la dignidad de una nación a cambio de las sobras que la mafia dejaba caer.

Y así fueron fragmentando y fraccionando a toda una sociedad, ya de por sí poco cohesionada. Controlando o apropiándose abiertamente de todo estamento intermedio y de todo atisbo de organización social o de institucionalidad, hasta que lograron que se entronizaran la anomia y el quemeimportismo. Hasta que triunfó el silencio. Hasta que se fue perdiendo toda vergüenza. Hasta que nos quedamos sin ese sentido de escándalo que nos ayude a reaccionar.

Si en la visión de Carl Friedrich, el célebre politólogo alemán, la democracia debe ser conceptualizada “como una forma política y como una forma de vida”, en el Ecuador resulta que nos encargamos de hacer del soborno, no de la democracia, la forma de nuestra política y la forma de nuestra vida. Reparar el daño que dejó el correísmo en lo económico, lo político, lo jurídico y, sobre todo, en lo cultural tomará quizás más de una década. La penetración del narcotráfico en nuestra sociedad, solo para poner un ejemplo, es un daño de dimensiones insospechadas. Si la dictadura correísta tuvo una política pública que pueda ser considerada tal fue precisamente en materia de drogas, política que consistió en promover su consumo y facilitar su tráfico por el país.

Es por todo lo anterior que resulta impresionante la pasividad de muchos de los líderes del país, incluyendo la llamada oposición, ante el derrumbe ético que significa no ya la comisión, sino ahora la impunidad de tantos delitos: desde el caso Arroz Verde, Odebrecht, Coca Codo, Seguros Sucre y las frecuencias del fantasma González hasta el secuestro de Galo Lara y el asesinato de Gabela, la lista sigue y sigue. Parecería que hay una suerte de contubernio colectivo para no repudiar la herencia correísta sino más bien para aceptarla; con beneficio de inventario quizás, pero aceptarla al fin de cuentas. Dice Luis Verdesoto, en un reciente estudio, que vivimos una “transición gangosa”. Un concepto algo generoso probablemente (¿hay realmente una “transición”?), pero que quizás nos ayude a descifrar el enigma de adónde vamos como país. (O)

Más relacionadas