Al revés

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Crecí en un país en que todo tiene su contrapeso. En el que aquel que sobresale es inmediatamente objeto de burla, escarnio y estrecha vigilancia. Porque provoca temor el verlo surgir. Entonces el mediocre se las ingenia ipso facto para buscar su lado flaco y atacarlo por ahí. Porque hay que equilibrar la balanza.

En vez de aceptar el brillo, hay que empañarlo de cualquier manera, con complicidad del grupo y alguna autoridad. Quizás una calumnia o alguna acusación encubierta sobre su intimidad, pues hay que disminuirlo. Porque la copia y el rincón del vago reciben el mismo reconocimiento que el trabajo serio. Y las autoridades lo saben y callan. Y son cómplices.

El abuso y la firma a último momento al pie del trabajo del otro es moneda corriente. La investigación es un lejano rumor que solo escuchan los elegidos. El esfuerzo y dedicación se reconocen en muy pocas disciplinas. Finalmente, la mayoría se contenta con resultados superficiales y éxito para la masa.

Los intentos de tamizar los conocimientos recibieron y reciben el macizo reclamo de la mediocracia. Una vez conseguido el cartón, de cualquier manera, empieza el tráfico de influencias para la vida. La meritocracia la ejerce el partido, no el conocimiento. En la empresa privada, los apellidos se perpetúan como verdaderas dinastías al mando de los emprendimientos. Además, eso está al alcance de pocos elegidos, así que la opción pública resulta más sencilla.

La palanca ruge y gira, acarreando a todos en su avance. Una vez adentro, el silencio, la complicidad y el encubrimiento se convierten en política de Estado. Cualquier mozalbete brillante, irreverente e idealista es rápidamente eclipsado por peligroso, desleal y honesto. Lo reemplaza un alcahuete dispuesto a la reverencia, lomo arqueado y sonrisa de hiena, a la firma fácil y al silencio de oro.

Los que mueven los hilos no firman. Ordenan. Requieren entonces manos dóciles y obedientes. Son los que hacen carrera. A veces,para contrarrestar el fardo, se unen en sindicatos, argollas o trincas. El fin es el mismo. Lograr beneficios para ellos en detrimento del resto. Logran leyes, prebendas, subsidios y apoyo. A cambio, su lealtad de alquiler. Su fuerza está en el anonimato. En el número. En la jugarreta.

Finalmente, lo único que no se perdona es que los trinquen. Allí los crucifican. La justicia los devora. Y la vindicta pública se rasga las vestiduras. Deben pagar para que el sistema sobreviva. Pero una vez superadas las malas noches, las maniobras financieras y los sudores fríos, la vida continúa. Igual de serviles y rastreros que antes. Quizás más prudentes, pero irremediablemente podridos.

La codicia y la mediocridad, bien aprendida y digerida en los años de formación, los graduó de vivísimos “cum laude”. E increíblemente, los demás liborios los sostienen, los aplauden, los eligen. Se regocijan escuchando mentiras repetidas mil veces en la esperanza que se conviertan en verdades, en esas verdades que pescaron al vuelo sin profundizarlas, entre dos clases y tres conversaciones profundas, que les ayudan a sobrellevar su incapacidad intelectual, su nulo afán de aprender y superarse, porque al fin y al cabo, no se trata de suerte sino de viveza.

Eso los sostiene y los alivia. Porque nadie les exige más allá de lo básico,lo elemental, lo justo. Las historias de éxito los asustan. Y se justifican atribuyéndolas a factores externos, a países mejores. Es mucho mejor que reconocer la falta de esfuerzo, de tesón y de empuje personal. Los que no tienen oportunidades las crean, las buscan o las exigen. Los demás se callan y aplauden al redentor. Y luego se preguntan porqué no hay líderes, por qué no se logran las cosas, porqué todo sigue igual a pesar de su molestia.

Los movimientos sociales son efímeros. Más efímeros que sus líderes, que los utilizan para enancarse hacia mejores destinos. Claro que hay líderes, pero para perpetuar sus criterios, sus hábitos y sus privilegios. Hay líderes para seguir exprimiendo al Estado, y en última instancia, a sus conciudadanos. ¿No les sorprende entonces que esa sea la situación de muchos países? ¿No les resulta familiar? Preguntas sueltas para un mundo al revés…

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