¿Van a quedar impunes?

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

¿Van a quedar impunes los líderes indígenas, con el Sr. Vargas a la cabeza,  que llamaron a las Fuerzas Armadas a romper el orden constitucional y secuestraron a periodistas, conductas que están configuradas como delito? ¿Quedará impune el prefecto de Azuay que promovió públicamente el delito de cierre de carreteras e interrupción de servicios públicos? ¿Quedarán impunes quienes obligaron a mujeres con niños de brazo a marchar para usarlos como escudos?

¿Habrá impunidad contra los líderes del correísmo (Rivadeneira, Aguinaga, Hernández, etc.) que incitaron y lideraron el fallido golpe de Estado? ¿No habrá procesamiento contra nuestro nuevo Pablo Escobar que desde el exterior maquinó el intento de ese golpe de Estado? (¿Hasta cuándo el Gobierno no sienta una protesta enérgica a Bélgica?). El propio presidente lo ha acusado de estar detrás del fallido golpe. ¿Ninguno de los dirigentes indígenas pagará por los daños irrogados a la ciudad de Quito y el resto del país o creen que con recoger la basura es suficiente?

¿No habrá procesamiento por el acto de terrorismo de dejar sin agua a Ambato? ¿No van los municipios a sancionar a los transportistas urbanos por la paralización del servicio público? ¿No serán sancionados los responsables del secuestro y torturas a los policías y militares? En fin, el país demanda que sinceramente se le diga si la ley es o no igual para todos. Si la ley se aplica o no dependiendo del origen étnico, posición económica, visión ideológica o resultado de una encuesta de quien la viola.

Porque no hay paz que se construya sobre la impunidad. Porque sobre la impunidad lo único que se construye es la hipocresía. La hipocresía de un Estado creado sobre la trampa y la mentira. ¿Cómo puede pretender hablar en nombre de los ecuatorianos un sujeto que ofende a una persona, en este caso al jefe de Estado, por su condición física. La arrogancia del poder que da el uso de la fuerza es capaz de superar los límites de la decencia. No solamente que se incurrió en una cascada de infracciones, sino que llegan a pedir que sean liberados los autores del vandalismo, aunque dicen no ser parte de ellos.

En su libro Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Zibblat examinan varias instancias –desde el ascenso de Hitler y la ruptura chilena hasta la subida de Chávez y de Erdogán– en que las instituciones diseñadas para preservar la democracia (“democracy gatekeepers”)  sucumbieron por miedo o estupidez, ante la presión de fuerzas populistas que creían que podían controlar luego o que habrían de rectificarse por sí mismas, para después, ya muy tarde, caer todos en el abismo dictatorial. Así como citan caos contrarios de cómo, por ejemplo, en Francia los grandes partidos democráticos y adversarios se han aliado para cerrar el paso a la extrema derecha.

Por ello es por lo que la impunidad no es negociable. En nuestro caso lo que está en juego no solo es nuestra débil democracia, sino nuestra viabilidad como nación.

(O)

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