Izquierda No democrática

Gonzalo Orellana

Londres, Reino Unido

Las últimas semanas buena parte de Latinoamérica ha estado en llamas, y no lo digo solo figurativamente. No suelo ser un aficionado a hacer generalizaciones pues cada país tiene realidades distintas pero hay algunas cosas que parecen ser comunes a las realidades recientes de países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Chile o Argentina.

Una de ellas es la persistencia en Latinoamérica de una izquierda no democrática. La izquierda, entendiéndose tanto a las ideas que la sostienen como a las organizaciones que la representan o dicen representar, es absolutamente necesaria. Es más, dado los niveles de desigualdad de la región y la persistente pobreza, aunque menor que hace algunas décadas, hacen que la izquierda sea el espacio político natural de la mayor parte de votantes en la región.

El problema es cuando esa izquierda no actúa democráticamente, ya sea cuando está en el poder como en Venezuela y Bolivia o cuando no lo está como en el caso de Ecuador recientemente. Ejercer el poder o querer tomárselo de manera no democrático no es monopolio de la izquierda, por su puesto. De hecho buena parte de las dictaduras latinoamericanas eran gobiernos de derecha que persiguieron a organizaciones de izquierda durante los setenta y ochenta.

Sin embargo eso hoy ha cambiado, los únicos gobiernos no democráticos de la región son dictaduras de izquierda: Cuba, Venezuela y Nicaragua, a la que parece que la Bolivia de Evo Morales tiene todo el interés de sumarse.

Una parte de la izquierda Latinoamericana se convenció de su papel de víctima de las dictaduras, que lo fueron, y pretenden que como resultado de eso tiene vía libre para ser ellos quienes oprimen o violen la ley. En su obsesión de decir representar al pueblo se creen por encima de la ley y las instituciones. Controlar todos los poderes del estado como en Venezuela o Nicaragua, presentarse a una reelección aun cuando en referéndum la mayoría de los ciudadanos votaron en contra como en Bolivia o el querer imponer por la fuerza y el caos una agenda que no ha sido respaldada por votos como sucede con la Conaie en Ecuador o los sindicatos en Argentina, son todas formas de ejercer el poder de manera no democrática.

En muchos países la ciudadanía tiene simpatía por organizaciones como movimientos indígenas, sindicatos o partidos políticos de izquierda. Y es que detrás de e estas organizaciones están legítimos reclamos que deben ser resueltos: desigualdad, pobreza, marginación, etc. Sin embargo cuando una organización utiliza dichos reclamos para hacerse con el poder de forma no democrática, no solo que no resuelve ningún problema sino que crea otros. Las violentas manifestaciones en Ecuador y más aún en Chile en nombre de combatir medidas económicas «anti populares» como la eliminación de los subsidios a los combustible y las subida del costo del metro, no resuelven problemas sino que crean otros. Se estima que el daño al metro de Santiago puede costar alrededor de $300 millones e implicaran un enorme perjuicio a quienes lo utilizan de manera regular. La violencia, el saqueo y el caos son expresiones no democráticas que no se pueden justificar.

Latinoamérica necesita una izquierda que acepte las reglas de juego democráticas, que valore las instituciones y que condene a quienes las incumplen, aun si son de su afinidad política. En los años que siguieron a la vuelta a la democracia en los noventas la derecha tuvo que alejarse y en algunos casos condenar abiertamente a la derecha no democrática de los setentas y ochentas, hoy es difícil encontrar un partido político de derecha u organizaciones normalmente asociadas a la derecha: cámaras de comercio u organizaciones empresariales que justifiquen un gobierno militar o que apoyen el control de todos los poderes del estado por parte de un partido de derecha.

Las ideas tradicionalmente defendidas por la izquierda tienen más vigencia que nunca: justicia social, respeto a los derechos humanos, inclusión, etc. Pero la defensa de estas ideas debe hacerse en el marco de las instituciones, de la ley y del respeto de quien piensa diferente. La izquierda en Ecuador y en buena parte de Latinoamérica está plagada de incoherencias: movimientos ambientalistas que critican la producción petrolera pero defienden los subsidios a los combustibles, sindicatos que defienden un régimen laboral que condena a buena parte de la sociedad a la informalidad, defensores de los derechos humanos que condenan la violencia cuando viene de la policía pero no cuando proviene de manifestantes, organizaciones que en su defensa del «pueblo» agreden a quienes no apoyan sus manifestaciones o que critican a gobiernos electos en las urnas por querer “imponer” medidas cuando ellos quieren implantar las suyas por la fuerza.

Ecuador y Latinoamérica necesitan más que nunca una izquierda democrática, moderna, que entienda el contexto internacional y que deje de lado su papel de víctima de la derecha no democrática. Un país solo puede avanzar cuando todas sus fuerzas políticas acuerdan respetar y defender el estado de derecho. La izquierda debe buscar que ese estado de derecho incluya y beneficie a todos.

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