Pandemia

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Escribo desde la impotencia. Desde un espacio de dolor que desgarra y duele. Aferrado a una angustia interminable y plana cuyos requiebros son solo el atisbo de una realidad esquiva. Ningún juego de palabras recrea el sentir del alma, el temblor del cuerpo, la decepción profunda.

La percepción se enrosca y cae gota a gota sobre una realidad tenebrosa. Una amalgama de dolor y miedo completa la escena en penumbras. No hay salidas. El mundo se detuvo sin explicación coherente. El atavismo irrumpió sin preámbulo en un mundo cegado por las proyecciones económicas y el desarraigo personal. Y lo inmovilizó sin explicaciones. Subyugados y silenciosos, nos encaminamos hacia un destino incierto y sin respuestas. Desde el recodo de una cortina, vigilantes ante un fantasma, nos miramos sin preguntas y respiramos sin permiso.

Agobio, insomnio, absurdo. El olor del miedo. El aroma a injusticia, rabia y desasosiego. El mañana insensato ante un hoy incierto. Los planes a futuro yacen en el suelo, convertidos en trozos irregulares llenos de dudas, sueños y temores. La pequeña luz de la lámpara nocturna diseña sombras irreconocibles en una pared exánime.

La mirada persigue remolinos sin referencias ciertas. La ciencia arroja teorías que la superchería desmiente. La imaginación se abre espacio con una tenaza mientras la evidencia se defiende con una aguja. La maledicencia se viste de luces para ratificar su poder malévolo sobre el mundo. La dureza del golpe espanta a todos. Y como es obvio, la creencia y el mito supera con creces a la prueba.

Un remanso de reflexión desde una pequeña atalaya se revela solitario e insuficiente para comprender lo impensado. La realidad es hoy más difícil que la fantasía. Y todos nos vemos obligados a depositar un óbolo a la esperanza, sin otro objetivo que doblegar un designio que aún no entendemos.

El temor a la muerte impensada, sin ceremonia previa, sin cálculo, remece nuestros sentidos. Una inseguridad olvidada en la infancia vuelve a llenar la obscuridad de ignotos temores. Es un retroceso. La vida dejó de pertenecernos con la firmeza de hace pocas horas. De improviso, todo cambió de ruta. Se alteraron las metas, las rutinas, los designios. Quedó el ahora. Sin ropajes. Descarnado. Inmediato.

La vida se volvió un enigma que solo puede ser resuelto viviéndola. Sin pretextos, sin dilación, sin pausas. La ambición de volar quedó sepultada bajo un amasijo de plumas rotas. Las alas resquebrajadas no lograron su cometido. Solo nos quedó una sonrisa, un hálito de esperanza, una fortaleza en el alma y la convicción que todo, absolutamente todo, puede recrearse, menos la vida.

La luz se vuelve cada vez más tenue. Es hora de cerrar los libros, arropar los sueños y entornar los ojos. Pero hay una certeza. Mañana volveremos. Más fuertes, más firmes, más claros. Porque de eso está hecha la vida. De esperanzas y sueños, de revanchas y luchas, de alegrías y de tristezas ,pero sobretodo de amor a todo y a todos, ese lucero que nos mantiene alertas y luminosos, como ese faro que a la distancia ilumina al pescador hacia el puerto seguro.

Bien sabe el marino que esa es la señal que lo protege, para resguardar su sueño de hoy y recordarle su nueva travesía de mañana. Tengamos fe. Todo se resolverá finalmente, a pesar de nuestras diarias incertidumbres, nuestros titubeos y nuestra incredulidad. Buenas noches.

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