Tsitsi Dangarembga, candidata al Booker: «No tenemos idea de quiénes somos»

Oliver Matthews

Harare.-FE).- Dos hechos han marcado la vida de la escritora zimbabuense Tsitsi Dangarembga en este 2020 acorralado por la pandemia: su arresto en julio tras participar en Harare en una protesta anticorrupción, y la posibilidad de ganar el próximo 19 de noviembre el prestigioso premio Man Booker Internacional.

Dangarembga, de 61 años vividos y rastas espinosas, se aferra con cuidado a la esperanza de que la nominación para el Booker de su última obra «This Mournable Body» (2018) -que podría traducirse en español como un «Cuerpo en duelo», si bien todavía no existe en esta lengua- pueda cuanto menos mejorar su vida.

Por primera vez en más de tres décadas de carrera literaria cuenta con un agente literario y, tras su mediático arresto, escritores y editores de la talla de la poeta británica Carol Ann Duffy o del novelista japonés Kazuo Ishiguro, intercedieron por ella y exigieron su puesta en libertad.

«Es necesario hacer muchas otras cosas antes de que salir a la calle pueda ser realmente significativo», medita Dangarembga en una entrevista a EFE en su casita de Harare, al recordar ese nefasto día de julio en el que, junto con una amiga, fue encerrada en un blindado de la Policía antidisturbios por protestar en las calles.

«No tenemos una idea muy clara de quiénes somos. Se nos dice que somos personas educadas, triunfadoras, pero cuando miramos a nuestro alrededor, la realidad es otra», continúa la escritora, empecinada en que por mucho ruido social que se haga poco va a cambiar si «los fundamentos de la nación» continúan siendo mismos.

HUMILDAD FRENTE A LA CORRUPCIÓN

Su humilde casa de dos pisos, con las paredes pintadas de un colorido tono naranja, se encuentra al final de un camino empinado que acaba en un patio flanqueado por jacarandas violetas.

Tanto su tamaño como su forma contrastan con los de las lujosas mansiones erigidas a las afueras del norte de la capital, símbolo para muchas voces críticas de la riqueza amasada de forma corrupta por cierta élite política y empresarial zimbabuense.

Una corrupción enquistada que empujó a Dangarembga a soñar más allá y exigir un cambio mediante el grito social, para terminar poco después en una celda policial acusada de «incitación a cometer actos de violencia».

«Podría haber sido un momento de transformación nacional», lamenta la artista, consciente de que una vez más no sucedió nada; nada más que fuerza y miedo instaurados por el presidente Emmerson Mnangagwa, quien tildó la manifestación de «insurrección» y cercó los pueblos y ciudades bajo el control de las fuerzas militares.

Muy pocos, tan solo varias decenas de activistas y algún miembro de la oposición, se atrevieron entonces a saltarse la prohibición de protestar y ejercer un cada vez más exiguo derecho de reunión. Muchos lo pagaron con su detención.

UN REFLEJO DEL CONTINENTE

En su novela, «This Mournable Body», la protagonista Tambudzai Sigauke, de treinta y tantos años, refleja con sus gestos vitales la realidad de muchos en Zimbabue: está desempleada, desesperada y con una autoestima menguante.

Este libro constituye el tercero de una trilogía que Dangarembga comenzó en 1988 con su debut «Nervous Conditions» («Condiciones nerviosas»), obra catalogada en 2018 por la BBC como uno de los 100 mejores libros «que conforman nuestro mundo».

Dangarembga reconoce que esta última novela fue difícil de escribir precisamente por la identificación casi inmediata que muchos sentirían al leerla, más en un Zimbabue ahogado por la hiperinflación -de más del 760 %-, la constante huelga de funcionarios y médicos y la creciente inseguridad alimentaria.

«Creo que (la protagonista) Tambudzai representa ya no solo a muchos zimbabuenses, sino a otros africanos», relata la escritora, «estuve en un país vecino y escuché a mujeres jóvenes que se me acercaban y me decían: ‘Esa es también mi historia'».

Hoy, a pesar de su arresto y de que las autoridades todavía le tienen que devolver su pasaporte, con el que espera en Navidades visitar a sus hijos en Alemania, Dangarembga se niega a etiquetarse como activista.

«Simplemente reacciono a lo que sucede a mi alrededor porque creo que cualquier ciudadano que quiera ser parte de la solución, más que del problema, debería hacerlo», reflexiona desde su estudio, en el que unas sillas de mimbre abrazan un silencioso piano. EFE

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