Fachos

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Afirma Óscar de la Borbolla que eso de que todo el mundo piensa no es más que un mito, pues el pensar es una capacidad que se conquista. Lo que tienen en común los seres humanos no es el pensar, sino la posibilidad de hacerlo. La característica principal del pensar, según el mismo autor, es la duda. No hay pensamiento sin ella.

La vida no automática es un constante ir y venir de la duda a la certeza. Quienes de su vida excluyen la certeza acaban en el escepticismo extremo, que conduce al nihilismo, y quienes omiten la duda terminan en el dogmatismo y el fanatismo.

La vida que prescinde de la duda es más simple y, por eso, más fácil. Y lo que en esta forma de vida se conoce como pensamiento no es más que reproducción de ideas.

A muchas personas la duda les asusta. Y, para ahuyentarla, buscan procurarse lo más pronto posible una certeza. Con ella, se sienten seguros: intelectualmente, porque se creen poseedores del conocimiento verdadero, y moralmente, porque se sienten buenos, es decir, mejores que los que no comulgan con ellos.

Los sabios y buenos de este tiempo son quienes se autodenominan personas de izquierda. Para ellos, la historia del pensamiento ya terminó. Y, situados en sus certezas, anulan la posibilidad del debate político. Como la hora del pensamiento terminó cuando sus sacerdotes formularon los dogmas que defienden y los defienden, piensan que ha llegado la hora de la acción. No necesitan saber más, es el tiempo de hacer, o, mejor dicho, de deshacer.

La primera fase de la acción es la clasificación de los seres humanos en buenos y malos. A los malos, según cual sea la ortodoxia dominante en una época, se les pega en la frente una etiqueta que los distingue del rebaño de ovejas blancas. La de ahora es “fachos”.

Aquí cabe cualquiera cuyas ideas y forma de existencia parezcan contradecir algún aspecto de la ortodoxia de izquierda: los liberales son “fachos”; los partidarios de la democracia representativa, “fachos”; los defensores de la ciencia y el racionalismo, “fachos”; los que repudian la decapitación de un profesor francés en manos de un islamista radical, “fachos”; los que llaman fanático a su verdugo, “fachos”; los críticos de los nacionalismos, especialmente, el vasco y catalán, “fachos”; los judíos, “fachos”; los neonazis, claro está, “fachos”; los que exigen que los secuestradores sean sometidos a la justicia, “fachos”; los policías, “fachos”; el ministro que propone regular el uso de la fuerza por parte del Estado, “facho”; Isabel la Católica, “facha”; Carolina Herrera, que viste bien, pero no sabe pegar ni un botón, “facha”; ¿Rodolfo el Reno?, no. Él no es “facho”, pero sí ese hombre adulto, blanco, gordo y vestido de rojo que lo explota inmisericordemente, haciéndole cargar, en las frías noches invernales, regalos para los niños que tienen plata.

Toda acción de los “fachos” es objeto de una reacción. En el discurso, esta se resume en el insulto, la ridiculización y la adjetivación. La reacción contra los “fachos”, por tanto, es punitiva.

A veces, ni siquiera es preciso insultarlos o ridiculizarlos, basta con nombrarlos: se les dice “fachos” y el pogromo termina. Así, los argumentos del “facho” quedan intactos. Listos para, en algún momento, desmontar la ortodoxia “antifachista”.

Los “antifachos” no se percatan de eso.

Aunque todavía informe, está naciendo en Ecuador y el mundo una nueva disciplina psicopolítica: el “fachoanálisis”, cuyo objetivo es identificar en los gestos, los gustos, las palabras de una persona, al “facho” escondido. Y, una vez identificado, someterlo a una cura de reeducación.

La acción “antifachista” tiene su mejor aliado en las redes sociales, esa máquina de la simplificación, por su gran capacidad para difundir nociones prefabricadas en pocas palabras: las que caben en el eslogan y la consigna.
Con cuatro ideas y hasta, como acabamos de demostrar, con una sola palabra de significación indefinida se puede hacer política: mala política. Para llevarla a cabo no se necesita pensar, sino actuar: seguir y perseguir. Se sigue una idea y a un caudillo, y se persigue a quienes no son parte de la cofradía.

Así hacen política muchos activistas de izquierda: profesores universitarios incluidos, sobre todo, los de la izquierda marxista en sus vertientes leninista, estalinista y maoísta. En ellos, para desgracia de la política y el país, el pensamiento sigue siendo una posibilidad no conquistada.

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