Sobretodo

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

He leído con atención las opiniones a mi alcance con respecto a la destitución de María Paola Romo. Y en el maremoto creado por un gobierno a la deriva es justo destacarla como una referencia de estabilidad. Esa habilidad para exponer, proteger y relativizar los fracasos del licenciado es la clara descripción de los aciertos de un ministro de gobierno.

Pero no concuerdo con su elevación a los altares. La esencia de un juicio político a un ministro, a diferencia de un juicio penal, es juzgar en su conjunto el comportamiento y decisión de un régimen frente a los embates de las circunstancias que se presentan. Y su censura es ante todo un acto político. Pero en términos realistas, es imposible desconectar la vista y la mente de la realidad de octubre por simpatía a la hoy censurada.

Una semana de terror, de ineficacia de las fuerzas del orden, de desamparo de la población frente a los vándalos no puede olvidarse tan fácilmente. El aparato público falló estrepitosamente, tanto en la defensa de la ciudadanía como en el respeto a sus autoridades.

El licenciado tuvo que fugar a Guayaquil no solo por prudencia, sino por impotencia. Y desde aquel momento, el desprestigio del principio de autoridad ha sido una constante para el régimen. Esa es la realidad que reflejan las encuestas. Lo otro es especulación, tan arraigada en nuestra sociedad.

Demasiados amarres en el ámbito político ,demasiadas medias verdades e imputaciones sin nombres durante la réplica a la asamblea dejan un mal sabor de boca al público. Probablemente Romo fue una estupenda servidora del régimen, pero le falló al País. A ese País cansado de componendas, de falta de atención en los servicios básicos, de crisis en el empleo y en la economía por irresponsabilidad en el manejo de las finanzas públicas, de una justicia lenta e impotente frente a los desmanes de los malvados y de los sabidos de siempre.

A este País harto de tanto intocable, de tanta palabrería vacía sin sustento en los hechos, de tanto intelectual elástico que muta sus criterios según la conveniencia del momento. Quedan, como mudos testigos de los desmanes de octubre, los juicios inconclusos, los conspiradores sueltos, los edificios destruidos y los acuerdos político-económicos al descubierto.

La candidatura de indeseables con claros nexos con los conspiradores está de pie y amenaza la estabilidad de una población desorientada y herida. El panorama es confuso y ampliamente conflictivo. Y esa es la gran responsabilidad política del gobierno al que Romo representa. Y más allá de su indudable capacidad, acentuada por la mediocridad de su entorno, más allá de su esfuerzo por mantener unido a un gobierno lleno de retazos, la censura desnuda las carencias del gobierno, su incapacidad para mantener el respeto a la autoridad que representa, y el hartazgo de una población siempre espectadora de su destino.

“En país de ciegos el tuerto es el rey” dice el refrán. La mediocridad de la Asamblea y de los interpelantes no puede borrar la realidad de un país vejado, asaltado y abusado por los violentos, así como la complicidad de los hoy juzgadores con los desmanes de octubre. Cabe por tanto una limpieza profunda en las instituciones y la obligación de elevarse por encima de las rencillas políticas para mirar de frente a la crisis de autoridad que la debilidad de octubre marcó irremediablemente en las retinas de los ecuatorianos.

Si destituir a Romo es hacerle el juego al correismo, ¿cómo debemos calificar al hecho que es el gobierno de Moreno el principal responsable de su resurgimiento como fuerza política? ¿A quién debemos culpar por la pasividad con la que se han tratado los atracos, abusos de poder e infiltraciones de los correistas en el actual régimen? ¿Quién permitió la huida de los principales responsables de los asaltos al País en el régimen del que el licenciado fue vicepresidente? Son estas preguntas, y no la caducidad de las bombas lacrimógenas, las que tienen que responderse.

Y mientras exista esa actitud pacata por parte del régimen se permiten todo tipo de tesis y elucubraciones al respecto. Mucho tienen que trabajar los candidatos a las nuevas dignidades frente al desaliento. Y sobretodo, tienen que empezar a tener el bienestar del País como referente y no el triunfo efímero de su tesis o de la persona.

Romo encontrará rápidamente una nueva ubicación política, pero el Ecuador sigue sin encontrarse a sí mismo. Ese es el gran reto. Y va más allá de las personas y su habilidad por sostenerse o mantenerse. El País necesita a gritos una bocanada de aire fresco, una desconexión con los sabelotodo y los dueños de la opinión, siempre dispuestos a defender sus convicciones y sus intereses poniéndole un rostro como antifaz.

Las ideologías y las teorias le han hecho mucho daño al Ecuador. Es hora de sustituirlas por soluciones prácticas, probadas y que salgan de la retórica para ubicarnos en el camino de los hechos y no en el lamento del pasillo, al que recurrimos para cantar nuestras añoranzas de tiempos pasados y, en nuestra opinión, mejores. La estéril defensa de uno u otro personaje nos sirve como entretenimiento más no como solución. Es hora de ampliar nuestra visión de País.

Más relacionadas