Murakami contra la posmodernidad

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

«Lo que nos hace normales es saber que no somos normales»

Haruki Murakami, Tokio blues. Norwegian Wood

Después del gran éxito que destapó el film Drive My Car en el festival de Cannes, basado en un cuento de Haruki Murakami, el novelista japonés volvió a dar de que hablar. El afamado escritor de 72 años (autor de libros tan brillantes como Tokio Blues, Hombres sin mujeres, Kafka en la orilla, Los años de peregrinación del chico sin color o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo) nuevamente ha sido criticado por grupos feministas por sus novelas.

Como muestra de esta realidad, en una disertación dada en 2020 a propósito de la culminación de su libro La muerte del comendador con la publicación de su segundo volumen en el 2017, la también novelista Mieko Kawakami, se sintió, por decirlo de alguna forma, «ofendida» con el personaje de Mariye Akigawa que en La muerte del comendador es una mujer joven que trata de buscarse a sí misma y desde luego su punto corporal más sublime son sus senos.

En el libro Murakami expone: «El bulto de la muerte… redondo y blando, como una pelota de softball». Hay que entender que Mariye (Marie en la traducción oficial) tiene embobado al narrador de La muerte del comendador mientras éste trata de hacerle un autorretrato y desde luego, para ella los senos son el centro de la feminidad, su feminidad. 

Es realmente confuso determinar qué le molesta a Mieko, si el hecho de que otras mujeres creadas por Murakami como Yuki en Baila, baila, baila o May Kasahara en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo no poseen la obsesión que tiene Marie Akigawa en La muerte del comendador o el hecho de que una mujer sea femenina en un sentido corpóreo y espiritual.

Murakami responde: “Ella está realmente obsesionada con ellos (sus senos). Es casi una obsesión”.

Kasahara insiste: “Claro, pero ¿no crees que está demasiado obsesionada? En el momento en que está sola con el narrador, un chico que nunca ha visto antes, las primeras palabras que salen de su boca son algo como: «Mis senos son realmente pequeños, ¿no crees?». Esto me pareció bastante sorprendente. ¿De dónde viene esta obsesión con los senos?”

Murakami dice que ésta “puede existir en cualquier tipo de mujer”. Esto no convence, evidentemente, a Kasahara. Murakami posee una forma que resulta incluso un tanto «incómoda» para los propios japoneses. Por un lado hay quienes lo tachan de «poco japonés» y «occidentalista» y otros, incluso fuera de su país, de «machista», «misógino» y «poco conocedor de la cultura» (esto luego de que en la Argentina, en una entrevista Murakami «osó» colocar a Manuel Puig, autor de El beso de la mujer araña, por sobre Jorge Luis Borges).

En Murakami, los protagonistas a menudo se anteponen a las mujeres con las que se conocen. Incluso el sexo es una cuestión de redención, deseo, placer, ruptura de la soledad, incluso es el momento de redimirse, ejemplos claros son Al sur de la frontera, al oeste del sol, Tokio Blues y Kafka en la orilla, éste bajo el complejo de Edipo entre Kafka Tamura y la misteriosa señora Saeki, que evidentemente es mucho mayor a él).

Murakami dijo una vez que mientras la crítica más le ataque porque sus libros son violentos y cargados de sexo, pues más sangrientos y más pasajes de sexo tendrán. En este sentido, Kasahara le dice a Murakami: “Tus novelas más largas a menudo giran en torno a algún tipo de batalla contra fuerzas más grandes, como si los hombres lucharan en el ámbito del inconsciente.”

Murakami responde: “Tal vez es una cuestión de los roles de género habituales que se invierten. ¿Cómo lo verías desde una perspectiva feminista? No estoy seguro de mí mismo.

Kasahara añade: “Una lectura común es que tus personajes masculinos están peleando sus batallas inconscientemente, por dentro, dejando a las mujeres pelear en el mundo real. Por ejemplo, en “The Wind-Up Bird Chronicle” , es Kumiko quien desconecta el sistema de soporte vital, mata a Noboru Wataya y finalmente paga el precio. Y en “1Q84”, el Líder es asesinado por Aomame.

Por supuesto, no es necesario aplicar una crítica feminista a cada novela. La búsqueda de la rectitud no es la razón por la cual un escritor recurre a la ficción, pero al leer estos libros desde una perspectiva feminista, la reacción común probablemente sería: «Aquí hay otra mujer cuya sangre ha sido derramada en aras de la autorrealización de un hombre”.

Aquí entramos en un punto clave, la belleza de Murakami, su rareza, ser parte del llamado new weird, es precisamente esto. Murakami es el antifeminista por excelencia. Uno de los pasajes que lo ha inmortalizado en la literatura es el siguiente:

“Ella dirige una mirada hostil a shima. Toma una bocanada de aire y prosigue: 

     —Otra cosa de la que quería hablarle es la de los autores por sexos.

     —Sí, efectivamente. Este catálogo lo hizo mi predecesor y no sé por qué razón, llevó a cabo una clasificación por sexos. Tengo intención de rehacerlo, pero aún no he podido disponer del tiempo necesario para ello.

     —A esto nosotras no tenemos nada que objetarle —dice ella.

     shima ladea ligeramente la cabeza.

     —Sin embargo, el problema es que, en todas las materias, los autores masculinos van delante de las autoras femeninas —explica ella—. Y a nosotras eso nos parece una injusticia, algo que va contra el principio de igualdad de sexos.

[…].

     —Señora Soga —dice shima—. En la escuela, cuando pasaban lista, Soga iba delante de Tanakata y detrás de Sekine. ¿Puso usted alguna objeción a esto? ¿Exigió alguna vez que lo leyeran al revés? ¿Se enfada porque en el alfabeto la «ge» va detrás de la «efe»? ¿Piensa hacer revolución porque la página 68 del libro va detrás de la 67?

     —Esto es diferente —replica airada elevando el tono de voz— Usted está confundiendo las cosas de manera deliberada.

     Al oírlo, la mujer baja que sigue tomando notas ante la estantería se acerca corriendo.

     —Confundiendo las cosas de manera deliberada. —shima repite las palabras de su interlocutora como si las resaltara.

     —¿Lo niega acaso?

     —Red herring —dice shima. La mujer llamada Soga se queda con la boca abierta, muda—. En inglés hay una expresión que se llama red herring. Se refiere a algo que capta el interés y que desvía la atención del tema central. Un arenque rojo. Lo que no puedo explicarle, sin embargo, con mis pobres conocimientos, es de dónde viene esta expresión.” (Murakami, Kafka en la orilla, Tusquests, Buenos Aires, 2015 pág. 275).  

Desde luego, las feministas que acuden a la biblioteca donde trabaja shima, quedan anonadadas con la explicación del que creen es hombre y por ende le dicen «macho-macista», pero shima es en realidad una mujer con apariencia de hombre, es una lesbiana con gustos diversos por lo que su tesis se desmorona aún más y Murakami, muy probablemente, se mofa de las feministas más fácilmente.

Kasahara añade al sexo como una violencia entre hombre y mujer diciendo: “La mayoría de las mujeres en el mundo real ha tenido experiencias en las que ser mujer hacía la vida imposible de vivir. Al igual que las víctimas de agresión sexual, que a veces son acusadas de pedir ayuda. Hacer que una mujer se sienta culpable por tener el cuerpo de una mujer equivale a negar su existencia. Probablemente hay algunas mujeres que nunca pensaron de esta manera, pero sobran los argumentos para sostener que la sociedad las ha presionado para ahogar sus sentimientos. Es por eso que resulta agotador ver este patrón aparecer en la ficción, como si fuera un recordatorio del sacrificio de las mujeres en aras de la autorrealización o el deseo sexual de los hombres.”, pero Murakami se limita a decir que las violaciones y su patrón son meramente “coincidencia” y que él nunca se planteó algo como eso cuando escribe.

De hecho, Murakami plantea un gran complemento entre hombre y mujer. Es por eso que muchas críticas literarias afirman que es un autor «sólo para hombres». Es muy posible que estas tesinas se sustenten por lo alejado que está Murakami del feminismo actual y contra toda corriente posmoderna. Murakami de hecho, en sí mismo, odia a los «ismos» y cree únicamente en el murakamismo, cosa que no es nada malo. De hecho, la versión murakamista de 1984 de Orwell cuya versión es 1Q84, es realmente una obra de arte y Murakami posee el don de escribir poéticamente en conjunto con la música, el jazz mayormente, el cine y el quehacer cotidiano.

Por otro lado, La muerte del comendador habla de lo increíble y complejo que es la creación del arte (plástica en este caso). Son los conflictos internos de un pintor y su arte, la lucha del artista con su musa, la lucha entre el pintor y el lienzo en blanco. El surrealismo, parte fantástico y parte realismo mágico, de Murakami es fascinante si es que a sus obras no se las mira como él mismo lo dice, “desde una perspectiva feminista” porque la literatura trasciende y rompe estas corrientes neopopulistas que el japonés busca ya desmantelar por completo, dejando estos conflictos a occidente mientras las ideas de inclusión e igualdad van quedado obsoletas por la falsedad ideológica que éstas representan y por su obsesión en censurar a la cultura. Quizá, entonces, sea mejor empezar a tener nuestro propio tsundoku empezando por el maravilloso mundo de Haruki Murakami. ¿Quién sabe?  

Haruki Murakami

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