La basura: último recurso

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

1.

¿Qué es la basura? Aquello que se desecha.

Se desecha algo porque no funciona; porque ocupa un espacio que se necesita para otras cosas o para otros usos; porque ha dejado de gustar; porque ha pasado de moda; porque se ha consumido su parte útil; porque otra cosa cumple mejor su función; porque huele mal; porque sabe mal; porque es peligroso; porque tiene moho; porque no hace juego con los objetos de un nuevo orden doméstico; porque está sucio; porque está manchado; porque se ha descascarado la pintura; porque, aunque todavía sirve, está roto; porque es demasiado chico; porque es demasiado grande; porque luce desgastado; porque revela algo que no se quiere que se sepa; porque representa a alguien que se ha dejado de amar o que se odia; porque está incompleto; porque hay demasiado de lo mismo; porque ha caducado; porque ha sido adquirido sin necesidad; porque ha sido comprado a un vendedor callejero; porque todo el mundo tiene lo mismo; porque incomoda.

Hay basura orgánica e inorgánica. Basura en relación con la vista y basura en relación con el olfato. Basura en relación con el gusto y el oído. Y en relación con el tacto. El rechazo de nuestros sentidos a ciertas cosas produce basura. Y, también, el desacuerdo de las cosas con nuestras ideas y gustos. Nuestras emociones se relacionan con la producción de basura lo mismo que nuestros valores. Detrás de la basura, pues, se encuentran tanto la biología como la cultura.

Hay formas de ver la vida y de vivir que producen más basura que otras. ¿La ética tiene que ver con la producción de basura? Sí. Y también la estética. Desechamos cosas porque no nos importa lo más mínimo la polución o el derroche de los recursos naturales o porque rompen nuestro sentido de la armonía.

Pero desechamos, también, porque construimos y cambiamos. El desechar es una necesidad. Desechamos para no terminar aplastados o asfixiados por la acumulación. Desechamos porque mejoramos.

No todo lo que se desecha va a la basura. Algunas cosas van a las tiendas de segunda mano, al mercado de pulgas, a los albergues para pobres. Parte de lo que desechamos entra en un nuevo circuito económico, y parte desempeña una función social.

Pero la basura no solo la generan los individuos y las familias. Mucha de la basura es producida por los negocios, grandes y pequeños, de todos los tipos: fábricas, supermercados, hoteles, restaurantes. Los servicios públicos son otra fuente de basura. Producen basura los hospitales, los colegios, las escuelas, los buses de transporte público.

Producen basura los pobres y los ricos. De hecho, no hay nadie tan pobre, ni los vagabundos siquiera, que no contribuya con algo al basural ambiente. Al que aportan con constancia las mascotas y sus dueños. Sobre todo, los perros en sus paseos por la vía pública.

La basura es producto de la higiene y de la antihigiene; de la necesidad y el derroche; del exceso de celo y del descuido; de la estupidez y la inteligencia criminal. La basura es un problema social, económico, político, ambiental. Y, también, de ética social.

2.

Según la página Web de Emaseo (Empresa Pública Metropolitana de Aseo de Quito), cada mes, en Quito, se recogen 60.000 toneladas de basura, que se forman con el aporte diario per cápita de 850 gramos de desechos.

En Quito hay, actualmente, 1.100 personas trabajando en la recolección de basura de manera formal. Hay, también, una cantidad indeterminada de personas que viven de recoger basura para el reciclaje. Todos ellos son intermediarios del ciclo de la basura. Pero, aparte de ellos, están esas personas en las que el ciclo de la basura termina, pues la utilizan como comida, abrigo y mobiliario.

Viste de modo corriente. Tiene un aspecto corriente. Y, como es costumbre en el país, atraviesa la calle a la carrera mientras los autos se le van encima (estamos en la intersección de la Guayaquil y Antonio Ante). En la acera de enfrente, se encuentra con su mujer y otra pareja, venezolanos todos, que lo esperan al lado de un basurero ubicado cerca de la esquina. Cuando llega junto a ellos, se arrima al basurero y, desde arriba, inspecciona su interior con la mirada. No escarba entre su contenido como los minadores y los mendigos recolectores de botellas de plástico. Observa, nada más, y regresa –imagino- con la mente turbia de su breve inspección del mundo de la basura. ¿En qué situación debe encontrarse un hombre para entrever en un basurero una posibilidad que no sea la de arrojar desperdicios? En un callejón sin salida. En la desesperación total.

“Yo no doy limosna, dice uno. Eso es solo una manera de lavarse la conciencia”. “No hay que dar limosna, dice otro. Eso fomenta la mendicidad”. “No dé limosna, otro más exhorta. ¿No ve que son jóvenes? ¡Que vayan a trabajar!”. Mientras tanto, la indiferencia se apodera de nosotros. Lo mendigos revolotean alrededor nuestro, pero hemos aprendido a esquivarlos, haciendo como que no los vemos ni oímos.

En Alemania, el derroche ha dado lugar al aparecimiento de grupos de activistas, como FoodSharing, que, a fin de evitar el desperdicio de comida en supermercados, casas, panaderías, organizan la distribución de los alimentos que van a ser desechados, pero todavía son comestibles, entre las personas que los necesitan y demandan. Es una opción política frente a la abundancia. Su propósito mayor es “salvar los alimentos” y promover un consumo sostenible. En Ecuador, también se desperdicia. Pero las personas que hurgan en los depósitos de basura en busca de comida lo hacen no como una opción política frente a la abundancia, sino como la última opción frente a la carencia extrema -el crimen es la otra vía-. De la mendicidad al contenedor de basura no hay demasiada distancia.

En un país rico, como Alemania, el basurero proclama la hartura; en un país pobre, como Ecuador, el hambre. Todos hemos sentido esa sensación desasosegante del hambre cuando nos hemos pasado de nuestra habitual hora de la comida. ¿Imaginan lo que sería tener esa sensación durante dos días, tres días, una semana continua?

Por obra del hambre, la basura, que generalmente repele a las personas, atrae a los hambrientos, que, para hurgar en ella, han debido vencer una de nuestras emociones básicas: el asco. El asco y el miedo, como ese hombre que, no sé cómo, ha descendido al fondo del contenedor metálico que queda en la Benalcázar y Esmeraldas. Desde adentro, desde abajo, se comunica con un joven sucio y con cara de resaca, que vigila arriba, al lado del contenedor. Mal, muy mal deben andar las cosas cuando alguien, no por excentricidad ni rebeldía, va en dirección contraria a la que sigue el común de la gente: los que tienen algo que comer. Estos van al basurero a dejar basura, los otros, a recogerla: se alimentan de ella.

La política pública es un asunto de prioridades: esta es una prioridad.

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