El mensaje que encontré en Shang-Chi

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

No soy especialmente amante de las películas de artes marciales, pero me llamó la atención el tráiler de la película «Shang-Chi y la leyenda de los 10 anillos» y  me la recomendaron mis hijos que son cinéfilos. Invité a mi hermana mayor a que me acompañe, pues pese a ser de distintas generaciones, es más o menos como un alma gemela. Ella tenía la bastante obvia esperanza de que yo cambiara de idea y viéramos otra cosa, pero las otras películas eran de miedo o de niños, y así que entramos a la de artes marciales.

Yo le dije que la película había sido la más taquillera en Estados Unidos y que tenía buenas críticas. Le expliqué que era una historia de superhéroes, distribuida por Disney y que se trataba de la última del universo cinematográfico de Marvel. Pero más bien, creo que entró conmigo a la sala porque no le quedó alternativa.

Pues bien, mis hijos tenían razón, la película fue  divertidísima, las aventuras de los protagonistas san shi y su amiga son inimaginables y llenas de un humor refrescante, las artes marciales  me parecieron especulares, repitiendo que soy ignorante en esos temas, las artes me parecieron algo fuera de este mundo.

La historia trata de un hombre que ha recibido diez anillos chinos que le proporcionan todo el poder del mundo. Pero sucede que no está satisfecho con eso. ¿Quiere más y va por ello, sin importar qué o quién caiga en el camino. Ni lo sagrado lo detiene.

Está cegado por la avaricia. Y se me vino a la mente eso que se conoce como la ilusión del control, esa vocecita que se mete en nuestra mente y nos convence de que si mentimos un poco aquí, chantajeamos un poco allá, calumniamos más acá, las cosas saldrán tal como queremos.

Y recuerdo la historia del hombre que tenía un caballo y queun día se le perdió; la gente le decía ¡qué pena que se perdió tu caballo! Y él decía: “¿Qué es bueno. Qué es malo. Quién sabe?» Al poco tiempo el caballo perdido regresó con seis caballos más con los que había trabado amistad, y sus vecinos le dijeron: «¡qué suerte tienes! Y él como de costumbre respondió: «¿Qué es bueno, qué es malo, quién sabe?» Meses después, su hijo, montando uno de los caballos recién llegados, se quebró una pierna. Todos dijeron: «¡Qué pena lo de tu hijo» y él respondió: “¿Qué es bueno, qué es malo, quién sabe?» Poco después llegó la guerra con el pueblo vecino y su hijo salvó su vida porque no podía caminar.

Pero lo que yo si sé y lo tengo muy claro, es que todo redunda en bien de aquellos que aman al Señor.

Lo que más me fascinó es que entre toda esta lucha de titanes subyacen temas como la magia, que  se entremezcla con la realidad de una manera poética y encantadora, así como el legado de los ancestros y la responsabilidad individual de cada miembro del clan para con los que vendrán luego.

Todos somos partes del árbol familiar del que recibimos nuestra identidad, por el cual tenemos consciencia de nuestro lugar en el mundo. Los genes que heredamos determinan nuestras enfermedades, el amor por lo dulce que heredé de de mi abuela paterna junto con el nombre de Rosa: somos la continuación de aquellos que estuvieron antes de nosotros en las ramas superiores de nuestros árboles genealógicos y cuya presencia estamos llamados a reconocer, incluir y honrar.

De nuestros ancestros, también adquirimos inconscientemente lealtades o desafectos, dolores añejos y esperanzas marchitas, traumas familiares, injusticias sufridas que tenemos la misión de sanar si queremos descendientes sanos y felices.

Bienvenido sea este don que tiene el cine de penetrar en las conciencias de la gente y tocarnos fibras sensibles que nos den pistas para evolucionar.

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