Sobre el subdesarrollo

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Este mal que nos afecta como región tiene motivaciones profundas. Cada día se hace más evidente que la ignorancia y el fanatismo tienen raíces comunes. No importa la tendencia. Y que tienen terreno fértil en nuestras comarcas.

Las historias de nuestros países son tristemente similares. Sorprende ver la facilidad con la que a diario tomamos partido, la incapacidad para apreciar argumentos que difieran de nuestras creencias, y la ligereza con la elevamos a los altares a algún personaje sin analizar sus afanes, sus intereses y sus fallas.

Dotar a un ser humano del don de la infalibilidad es absolutamente inútil y peligroso, y sin embargo seguimos cayendo en el engaño reiteradamente. Es obvio entonces que seamos presa del populismo y de sus malsanas derivaciones.

Quienes no alcanzan a entender la diferencia entre los tres poderes, quienes piensan que un presidente tiene el poder y la varita mágica para cambiar todo en un instante son por tanto fácil presa de la decepción y de la demagogia.

Es lamentable constatar el poco conocimiento que tiene la población de muchos temas, así como el desenfado para tratarlos sin argumentos de peso, sin análisis y sin objetividad. Nos aferramos a la persona más que al hecho, y nos cuesta entender el problema si no lo explica nuestro ídolo.

Llega a tal nivel la pasión que nos negamos a aceptar la evidencia, la historia, el porqué de las instituciones y la organización de un País porque no concuerda con nuestros criterios. Se entiende entonces la necesidad del líder infalible, que todo sabe y todo resuelve, porque responde a nuestro primitivismo y a nuestra apreciación subjetiva.

Partimos de una premisa más emocional que real, y nos resulta casi imposible entender argumentos en contrario. Si en nuestra mente todo gobierno está compuesto por ladrones, buscaremos siempre la manera de agredir y denostar a quien ejerce el poder.

Esa suspicacia que nos caracteriza es dolorosa e íntima, y nos impide mirar más allá de nuestras creencias. Somos individualistas. Lo más importante es lo que nosotros decimos, y no sabemos escuchar al otro. Y a medida que pasan los años, nos hacemos más necios y reacios a dar la razón al resto.

¿Cómo avanzar entonces en un País lleno de fanáticos e ignorancia? ¿Cómo lograr que se entiendan los argumentos a través de la lógica y no de la demagogia ? La educación es por supuesto un pilar fundamental para detener esta avalancha de sinsentido que nos agobia. Pero también, es indispensable que quienes nos proveen de información hagan su trabajo con serenidad, objetividad y conocimiento.

Que los medios tengan entre su equipo a gente preparada en diversos tópicos de la vida diaria es cada vez más importante, para evitar caer en los lugares comunes de la delincuencia, la pobreza y la queja como piedra angular de los noticieros.

Cumplir con la obligación de informar al público sobre el hecho objetivo antes de escuchar el criterio subjetivo de un analista es básico para entender qué sucede. Y utilizar la memoria histórica para relatar los hechos en secuencia cronológica y no únicamente al calor de la noticia del día se vuelve determinante para lograr calma y entendimiento sobre el presente.

Asustados por el rebrote del virus, cuestionamos la eficacia de las vacunas pero olvidamos el caos inicial que creó la aparición de la pandemia, los muertos regados en las calles, las filas para buscar tanques de oxígeno, la búsqueda de cadáveres en la morgue y la ausencia de antídotos contra el COVID.

Clamamos en contra de la falta de efectividad para recuperar lo robado, pero olvidamos que elegimos y respaldamos por más de diez años a esos gobiernos corruptos a pesar de todas las señales de alerta, permitiéndoles que pongan a buen recaudo lo robado y aseguren su impunidad.

Nos molestan los “correístas“ aún enquistados en la función pública, pero somos incapaces de aportar pruebas cuando se trata de determinar si son o no deshonestos, si cabe cancelarlos por pícaros o si simplemente se trata de sacarlos por odio.

Amamos las generalizaciones, porque nos permiten odiar a todos los poderosos sin distinción, agredir a las instituciones que nos protegen y descalificar sin reflexión al mundo. Y por supuesto, si hemos decidido que todos son culpables, estaremos siempre insatisfechos con los resultados.

Somos campeones mundiales en el deporte de la queja, pero no calificamos ni a las preliminares cuando se trata de disciplina, organización y esfuerzo colectivo. Queremos ser desarrollados pero fallamos lamentablemente cuando se trata de construir las bases para lograrlo.

Es largo entonces el camino, y más tortuoso aún cuando nos diluimos en peleas inútiles, en declaraciones grandilocuentes y orgullos huecos para no reconocer nuestra inacción frente a lo que realmente importa: abrazar el progreso, aprender de los países más organizados para así desterrar los mitos y las teorías fallidas y retrógradas y substituirlas con historias de éxito ya comprobadas. Solo entonces avanzaremos ….

LaRepública.

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