Sexo entre menores

María de Lourdes Maldonado

Quito, Ecuador

La historia fue brutal. Un menor de 16 años fue acusado injustamente, por la madre de su novia, de haber abusado sexualmente de la chica. A pesar de que el caso fue desestimado, el infierno que vivió y el trauma que sufrió fueron terribles. Su voz era acallada por la justicia cuando reclamaba diciendo que “ella había consentido en el acto”.

Hace poco, la Corte Constitucional emitió la sentencia por la cual reconoció que “pueden existir relaciones sexuales consentidas, libres, voluntarias e informadas a partir de los 14 años” con lo cual, se modificó la presunción de que toda relación sexual con un menor de 18 años constituiría violación.   

En esta sentencia se reconoce que “existen aproximadamente 280 adolescentes privados de su libertad por el delito de violación, entre los cuales estarían incluidos adolescentes que afirman haber mantenido relaciones sexuales consentidas con otros adolescentes”. Se afirma que el 69% de las denuncias fueron presentadas por los padres de las presuntas víctimas.

Si bien no coincido con la sentencia, me parece que existe una grave problemática que debe ser analizada desde una perspectiva mucho más profunda, tomando en cuenta el interés superior de nuestros niños y adolescentes. Es evidente que un niño de 14 años de edad no ha alcanzado la madurez suficiente para tomar decisiones tan trascendentales como mantener relaciones sexuales, y sus familias, la sociedad y el Estado estamos llamados a protegerles frente a toda amenaza contra su desarrollo integral.

Cerrar los ojos frente a esta circunstancia, podría desatender gravemente el deber de protección que corresponde a la familia, la sociedad y al Estado. Además, cabe preguntarse  si con estas políticas y sentencias estamos promoviendo los valores que propicien el desarrollo integral de nuestros niños, y de su derecho a crecer en un ambiente seguro.

Como lo señala la UNICEF, los niños no son pequeños adultos. Existe una constante tentación de reducir su dignidad al simple ejercicio de la autodeterminación. El problema no consiste en el consentimiento, es reducir las relaciones sexuales a una decisión individual, cuando su significado pleno involucra lo espiritual, biológico, sicológico, afectivo y comunitario.

Es necesario preguntarnos por qué nuestros niños y adolescentes apresuran la vida sexual, cuando deberían tener tantas alternativas atractivas en las artes, deportes u otras actividades sociales propias de su edad y que les permiten continuar creciendo hacia una adultez sensible y responsable por ellos mismos, sus familias, comunidades y la naturaleza.

Los niños son niños. Dejemos de repetir –bajo la bandera de la libertad- derechos, responsabilidades y facultades que corresponden a la vida adulta.  Es momento de asegurar a nuestros niños, la protección y los cuidados necesarios para su bienestar, comenzando por el rechazo de cualquier cultura o ideología que les prive de su derecho a ser y actuar como niños. 

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